Los vendedores ambulantes de ses Salines, atraídos por la notable cantidad de turistas que llenan a diario la famosa playa, se multiplican a medida que transcurren los veranos.

Iniciada ya la temporada, todas las mañanas decenas de vendedores llegan a la playa cargados de bolsas. A las 11 horas ya están recorriendo de punta a punta la zona de baño con todo tipo de género, ya sean productos alimenticios, artículos de moda o cualquier otra mercancía. Bebidas, frutas, bocadillos, pareos, vestidos, sombreros, abalorios, gafas e incluso reposacabezas plegables se ofrecen en la playa a diario. Se venden al son de cánticos como «lucky, lucky, lucky», «aqua, melona, coconut», o mediante improvisados desfiles cuya pasarela es la arena. Buscan en esta actividad poder conseguir algunos ingresos. «Es la desesperación que tienes por buscarte la vida, nada más», apunta una joven que vende ropa para justificar su actividad. «Me gano la vida y nada más... Me llevo entre 30 y 40 euros a casa que me dan para comer», añade una vendedora de frutas».

Los inconvenientes de estas ventas irregulares son los de siempre: no se pagan impuestos y no se controlan los productos, por lo que la calidad no está garantizada y, en el caso de los alimentos, no se respetan las medidas sanitarias básicas. Además, algunos de estos vendedores tienen que rendir cuentas a grupos organizados que controlan la actividad.

Ahora, en ses Salines se suma el problema de la masificación de vendedores. «Se ha vuelto agobiante», critica un bañista. «Mucha gente dejará de venir por este problema», sentencia una asturiana que veranea en la isla desde hace diez años. «A veces levanto la cabeza y veo que hay diez que se cruzan, habría que hacer algo», insiste la mujer.

Otros están encantados: «Estas gafas de sol costaban diez euros y como he regateado me las han bajado a cinco», comenta un ibicenco de quince años que también se ha comprado un sándwich. «Los africanos me caen muy bien», agrega su amiga.

A los gritos de los mercaderes se suman los desfiles de las discotecas, la actividad de los fotógrafos retratistas y el constante reparto de flyers para asistir a alguna fiesta, ya sea en un club o a bordo de un catamarán. La playa se ha transformado en un nicho para el comercio y la publicidad.

«Los desfiles de las discotecas a mí no me agobian, las chicas suelen ser monas y agradables», explica una señora en su tumbona.

Sin embargo, el creciente número de vendedores tampoco parece beneficiar a las ventas, como lamenta una joven de 25 años que vende ropa y pareos hippies: «Este es mi cuarto verano vendiendo aquí y puedo asegurar que cada vez ganamos menos porque los vendedores se han multiplicado... Creo que estamos todos igual».

«Este año es difícil y además me voy cada día con agujetas a casa», relata una chica mientras se prueba los pantalones con los que desfilará los próximos minutos.

Una mañana en la popular playa puede convertirse en un continuo espectáculo protagonizado por, aproximadamente, medio centenar de vendedores que caminan de una punta a la otra a pleno sol. «Yo estoy desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde desfilando y vendiendo de arriba a abajo», cuenta otra joven de 25 años junto a su amiga y compañera de trabajo.

Por su parte, el Ayuntamiento de Sant Josep asegura que se realizan todas las inspecciones posibles con los medios de los que se disponen. Según fuentes municipales, «se hacen redadas por todas las playas», pero ses Salines es una «zona muy golosa» y «la policía no puede quedarse en la playa para siempre... Cuando los agentes se van, los vendedores vuelven», justifican.

«Sabemos que hay mucha venta ambulante, y que hay que perseguirla, pero mientras haya compradores, habrá vendedores», lamentan las mismas fuentes municipales.

El Ayuntamiento de Sant Josep solicita a los usuarios que colaboren, por lo que se reparten folletos informativos por las zonas turísticas del municipio en los que se alerta de que la actividad de la venta ambulante está prohibida.

Garantizan también que cada verano se intensifican las redadas: «Destinamos operativos especiales en verano y hemos decomisado mucho género, pero no existe la opción de detener a los vendedores». Desde el Consistorio explican que «se les cobra una multa y después, si demuestran que [el género] es suyo, a veces pueden recuperar parte del material... Así al menos los molestamos un poco».

Insisten en que «siempre que es posible hacemos batidas, es un problema que estamos intentando combatir», pero desde el Ayuntamiento recuerdan también que «la playa es muy grande, y cuando las patrullas llegan, los vendedores se esconden y esperan hasta volver a salir», lo cual dificulta su tarea.

Además, añaden que «hay 32 playas en el municipio». «Por supuesto que debemos combatir la venta ambulante, pero no solamente eso. También es importante la seguridad ciudadana, asistir a las llamadas de usuarios, etc», subrayan.

El Consistorio recuerda que en Cala Bassa se ha detectado un incremento de la venta irregular y que ha habido dos intervenciones prácticamente seguidas esta semana.