­Adriana se estaba retrasando. Su madre y su padre, Ainhoa Bonet, de 33 años, y José Antonio Ferrer, de 35, ya estaban impacientes. Según los cálculos de los médicos, la pequeña debería haber llegado a este mundo el día 18, pero decidió esperar hasta la madrugada del 26 y, además, poner a prueba a sus padres, sobre todo a Ainhoa. Aunque no es madre primeriza, nadie está preparada para dar a luz en el coche, al menos en principio.

Las contracciones la despertaron sobre las tres y cuarto de la madrugada. Por suerte, Jesús está cerca de Can Misses. Los dolores se fueron haciendo cada vez más regulares y fuertes, de manera que avisaron a los padres de él para que vinieran a la casa y se encargaran de Carlota, la otra hija de la pareja, que tiene dos años y nueve meses.

«Cuando llegaron mis suegros salimos hacia el hospital», recuerda la madre. Eran las cuatro y media de la madrugada cuando se dirigieron a Can Misses. A esa hora apenas se tardan cinco minutos de la casa al hospital, así que nada hacía temer lo que iba a ocurrir. Sin embargo, Adriana decidió ponerles a prueba desde bien jovencita. «Cuando paré el coche y entré a Urgencias pidiendo ayuda», rememora José Antonio, «ya tenía la cabeza fuera».

Mientras, sola en el asiento delantero del coche familiar, Ainhoa seguía con el curso natural del acontecimiento. «En el parking agarré la cabeza y ya salió el resto del cuerpo; sentí una gran liberación, vi que respiraba y que lloraba y que todo estaba bien, y por fin sonreí», explica la madre.

Eran las 4.35 horas. Solo habían pasado cinco minutos desde que se subieron al coche. Cuando el padre y el personal médico llegaron al vehículo, Ainhoa ya tenía en brazos a Adriana. «Si me llegan a contar que el parto iba a ser como al final resultó ser, jamás me lo habría creído», dice la mujer.

El personal del hospital llevó a la madre y al bebé al paritorio. Allí la mujer expulsó la placenta y se preparó a la pareja para el descanso en su habitación. El parto fue perfecto, y la pequeña, que pesó 3.500 gramos, se encuentra en perfecto estado.

«Yo había oído hablar de partos precipitados, pero nunca pensé que podría pasarme a mí, y menos sin siquiera llegar al hospital», dice Ainhoa, que espera que los médicos le den hoy el alta para hacer el viaje de regreso a Jesús, ahora ya más tranquila, en el mismo vehículo en el que nació su hija pequeña.