Es Vedrà atrae cada año a Ibiza a miles de turistas embelesados por su belleza natural pero, sobre todo, atraídos por su supuesta magia, su fuerza energética, e incluso avistamientos de ovnis en una mezcla de supersticiones y otras muchas historias, pocas reales, que se cuentan sobre el islote.

Algunas de estas leyendas urbanas narradas por turistas y también por ibicencos resultaron ser auténticas, como cuando en los 80 y 90 se aseguraba que en es Vedrà había cabras y, en 1992, los dueños de la imponente roca de Cala d’Hort hicieron cierto el rumor cuando repoblaron el islote con este rumiante. 50 ejemplares han vivido allí desde entonces y hasta su exterminio este invierno.

Por todo ello, es Vedrà es un reclamo turístico internacional pero también es, aunque pase más desapercibido, el icono de una pequeña congregación religiosa con tan solo 1.490 monjas en todo el mundo, 70 ahora en formación, de las que cinco viven en la casa de es Cubells de las carmelitas misioneras. Son las religiosas de la congregación que fundó Francisco Palau, el beato nacido en el pueblo de Aitona (Lleida) y que meditó en lo más alto del islote convirtiendo así es Vedrà en la Meca de las carmelitas.

La carmelita Esther Díaz en la cueva de es Vedrà en 1983.

«Para nosotras, subir una vez al islote es como para los musulmanes ir al menos una vez en la vida a la Meca». Esta es la frase que pronuncian con ilusión las carmelitas, tanto las misioneras como las teresianas, aunque de éstas sólo hay 602 en el mundo ya que esta comunidad religiosa se dividió tras la muerte del beato por divergencias internas sobre la aplicación de su doctrina. Sin embargo, es Vedrà las une por completo. Las misioneras de Madrid y Lleida siguen con la esperanza de subir al islote pero, en Ibiza, según cuenta la madre superiora de es Cubells, prefieren no hacerlo «porque es muy peligroso», además de que ahora, el desembarco en la isla está sujeto a restricciones por parte de la conselleria balear de Medio Ambiente.

Es Vedrà es tierra santa para 2.092 misioneras repartidas en más de 250 comunidades de 39 países. Escalar el islote es una excursión complicada debido a la dificultad de la roca, a que no hay senderos y a que es preciso subir con la ayuda de escaladores expertos. Por ello, aunque para las carmelitas sea su sueño, no todas lo pueden alcanzar. Esther Díaz, sin embargo, una carmelita misionera nacida en Salamanca pero afincada en Lleida desde hace más de 45 años, ha estado «arriba del todo» de es Vedrà en tres ocasiones, como recuerda con orgullo.

«Estar allí arriba es algo que no se puede olvidar. Divisas la inmensidad del mar y ves con tus propios ojos la cueva donde vivió el padre Palau. Es como si la naturaleza y la espiritualidad de cada uno entraran definitivamente en armonía». Así rememora esta monja sus tres viajes al islote. Los describe de una forma tan apasionada que, para el que la escucha, es realmente como si también hubiera estado allí.

«Es una hora y media de excursión, desde la cara este de es Vedrà hasta la cima, y son, si no recuerdo mal, 351 metros de altura», explica.

Habitación del beato Francisco Palau en su casa natal.

La primera vez que subió fue en 1978 y trece años antes ya lo hicieron las carmelitas de es Cubells, no para abrir un sendero, porque es roca pura, sino para indicar con un espray el trayecto de menor dificultad, un indicador que todavía permanecía en la superficie hace unos años. Arriba hay muchas cuevas naturales y, en una de ellas, situada cerca de la Punta de sa Galera (la cresta más alta del islote), Francisco Palau comía y dormía durante sus estancias, unas visitas que tuvieron lugar entre 1858 y 1866 y que en ninguna ocasión superaron los diez días.

Dentro de la cueva hay una cama de piedra cubierta de arena, una arena que él mismo subió de la playa para hacer más cómodo el lecho. Este refugio, que era la casa del primer carmelita en el islote, se estructura en una entrada, un pasillo, una celda y una recámara, que era donde estaba la cama. Además, muy cerca de esta cueva hay otra, denominada Cueva del Rastre o del Agua, una agujero natural de la roca de donde sale agua y donde el fundador de la carmelitas misioneras podía asearse y beber.

«Visualmente, es Vedrà es algo poético y, de hecho ­-relata Díaz- el padre Palau tenía mucho de poeta». Subir hasta la cima es todo un desafío pero tiene su recompensa. El visitante se sorprende con las curiosidades propias de la naturaleza de las Pitiüses. «En la cima, la vegetación predominante son las sabinas; hay conejos y lagartijas de color verde y azul que se te acercan sin temor y no te dejan en paz a no ser que estés en la sombra», recuerda Esther de sus excursiones. La última vez que subió a es Vedrà fue en 1983.

Dibujos inéditos de la manode un futuro santo

Francisco Palau llegó por primera vez a Ibiza en 1854, expulsado de la parroquia de Sant Agustí de Barcelona, donde daba clases de catequesis a los obreros, en lo que llamaban la Escuela de la Virtud y por lo que fue acusado de enaltecer al proletariado con ideas revolucionarias para que convocaran una huelga de trabajadores. La Iglesia no quería problemas y, por ello, lo confinaron a la isla, «el penal de toda España en aquellos años», apunta Díaz. Confinado por los suyos o, según otras fuentes del obispado de Lleida, desterrado por los militares, pasó seis años en Ibiza calumniado, vigilado y perseguido.

Autorretrato de Francisco Palau en el exterior de la cueva que se halla en la cima.

El padre Palau halló en su confinamiento la inspiración para escribir sus ideas y dibujar la belleza paisajística de es Cubells y Cala d’Hort, textos y dibujos que las carmelitas guardan a buen recaudo y que para ellas son documentos de gran valía. «Los dibujos que él hizo nos muestran cómo vivía en la isla y, de hecho, es Vedrà es como una pequeña montaña de Montserrat», afirma la carmelita. En las ilustraciones, en las que el beato también se dibuja a sí mismo, se aprecian los detalles de su día a día en el islote. Cómo cocinaba con un fuego en el suelo y el paisaje que veía desde la cueva. Este ermitaño que encontró refugio en la isla, fue nombrado beato por el Vaticano el 24 de abril de 1988 y, actualmente, su vida y obra todavía se encuentra en proceso de canonización. «Estamos a la espera de un milagro, de que alguien se cure por su intercesión», explica María Rosa Izurdiaga, carmelita misionera de la casa provincial de Madrid. «Hubo alguno, pero no se aceptó y seguimos esperando», dice esperanzada.

Aitona, otra cueva convertida en santuario y su casa natal

Si es Vedrà es uno de los lugares santos para las carmelitas, la población leridana de Aitona, en la comarca del Segrià, es la que vio nacer a Francisco Palau en 1811. Allí permanece su legado: un colegio que lleva su nombre, su casa natal -que ahora es un museo- y una cueva situada en el antiguo término de Carratalà, a dos kilómetros de Aitona en dirección a Soses, y que desde hace 30 años es un santuario al que acuden muchos peregrinos y un lugar de colonias escolares para los jóvenes.

El beato Palau siempre buscaba emplazamientos solitarios y que estuvieran cercanos al agua. Los encontró en es Vedrà y en la cueva de Carratalà, dos lugares que, aunque alejados el uno de otro y separados por el Mediterráneo, guardan muchas similitudes y siguen siendo hoy destinos para el culto y peregrinaje de las carmelitas.