En unas islas donde no faltan las cuevas, terrestres y submarinas, ni tampoco las leyendas y crónicas apasionantes a ellas asociadas, hay un conjunto especial de grutas que destaca en los dos frentes; en la realidad y en la ficción. Son las cuevas del Cap des Mossons, en la punta de la Mola d'Albarca. En el interior de la más famosa de todas ellas, la Cova d'en Jaume Orat, desde hace muchos años, puede encontrarse un viejo cedazo cuadrado, similar a los que debían usar los buscadores de oro. Y tal instrumento nos da una primera pista de la historia de este lugar.

A la crónica podría asignársele, como fecha de inicio, el mes de enero de 1664, data en la que arribó a la isla un tejedor siciliano, de nombre Sebastian Bellotto, que habría de embarcar a unos cuantos vecinos de la zona en una descabellada búsqueda de tesoros que acabó con la intervención de la Santa Inquisición. Aunque quizá en realidad tal búsqueda aún no ha finalizado, porque, periódicamente, la fiebre del oro regresa y hay quien aún prueba suerte.

Bellotto no tardó en hacerse amigo de Toni Torres Gibert, de Mala Fogassa (zona que hoy comprendería las véndes de Fruitera y Forca), se fue a vivir a su casa y con el tiempo ganó cierta fama en la isla como l'aiguader por su habilidad para localizar aguas subterráneas. Pero tal actividad no colmaba las inquietudes del siciliano, que aseguraba que en Ibiza se ocultaban numerosos tesoros que él, dueño de dones más allá de lo humano, podía encontrar. Lo cuenta el canónigo e historiador Joan Marí Cardona en su estudio sobre el quartó de Balansat y citando los llibres d'entreveniments (registros eclesiásticos de diversos acontecimientos de la isla entre los siglos XVI y XVIII que se conservan en el Archivo Histórico Diocesano).

Bellotto contagió su obsesión a algunos vecinos, que incluso llegaron a alimentar la locura (o la farsa) del siciliano colaborando en sus rituales para hacer confesar a los muertos el lugar en el que, en vida, habían enterrado sus tesoros. Todo, al parecer, empezó el día en el que, con sus indicaciones, se desenterraron dos calaveras que, aseguraba, eran de un tal Sansón y su esposa, Persia, quienes, antes de morir, habían ocultado sus considerables bienes terrenales. Había que seguir excavando en el lugar de tal macabro hallazgo. Sin embargo, el tan ansiado tesoro, tras muchos días de excavaciones, no aparecía y Bellotto llegó a la conclusión de que sobre él pesaba un encantamiento, obra de una suerte de genio llamado Petito. Ahí empezaron lo rituales; Bellotto se encerraba con las calaveras en un corral y decía luchar contra Petito para lograr arrancar a los muertos información sobre distintos tesoros escondidos en la isla, que se ampliaron desde el de Sansón y Persia a los tesoros de un tal Barca, supuestamente escondidos en Albarca, y de una tal Fátima, ocultos en Corona.

«La curiosidad era tan grande que a casi todas horas iba alguien a visitar el lugar para ver el espectáculo que a la hora menos pensada podía dar resultados imprevistos. El encantamiento, pero, no se deshacía y todo continuaba igual. La perseverancia de Sebastián Bellotto era incondicional», relata Joan Marí Cardona.

La Cova des Pi es la primera que suele verse en el recorrido. Joan Costa

Los encantamientos se prolongaron durante meses, tanto en el corral como en una cueva no identificada de Fruitera. Finalmente y para su desgracia, las actividades de Bellotto despertaron el interés de la Inquisición, señala Cardona en su crónica. El siciliano fue encerrado, trasladado a Mallorca y castigado por nigromante y, por tanto, enemigo de la fe. Fue condenado a una docena de azotes y desterrado de las islas. Jamás regresó a Ibiza.

Pero Toni Torres Gibert siguió buscando tesoros. Y dos décadas después de que el Santo Oficio se llevara a Bellotto, el de Mala Fogassa decidió probar suerte en la búsqueda de la cueva de Jaume Orat, donde, según contara el siciliano, se ocultaba una inmensa riqueza. Consiguió algunos socios para el proyecto y juntos lograron encontrar la gruta, indicada por una losa en la que había dibujada una mano humana, al parecer la marca de quienes escondieran allí su fortuna.

La cueva des Llibrell. Joan Costa

Sin embargo, la existencia de la cueva no garantizaba el hallazgo de tesoro alguno; a pesar de las intensas jornadas que, a lo largo de muchos meses, pasaron removiendo tierra en el interior de la caverna, no hallaron botín que llevarse a casa. Los socios de Gibert iban desertando al tiempo que se desanimaban. Y, finalmente y de nuevo, fue la Inquisición la que puso fin a la empresa. Aunque Gibert aconsejaba a todos que se encaminaran al Cap de sa Mola d'Albarca con cañas de pescar al hombro para no levantar sospechas, el tribunal del Santo Oficio acabó llamando a declarar a cuantos habían trabajado en Jaume Orat (posteriormente conocida también como Jaume Morat). «Todas las declaraciones coincidieron en decir que Toni Torres Gibert no hacía nada que pudiese ir contra la fe cristiana. Leía vidas de santos, rezaba el rosario y decía otras oraciones normales».

Cuatro cuevas

En la Mola d'Albarca hay cuatro cuevas con nombre, y suelen encontrarse por este orden: Cova des Pi, situada justo debajo de las ruinas de un refugio para trabajadores de las sitges de carbó y de una figuera de pic; la cueva de Jaume Orat, algo más hacia el Norte; la cueva de ses Estelles, más abajo en el acantilado; y la des Llibrell, aún un poco más abajo, en la pared del acantilado y con dos balcones que ofrecen impresionantes vistas hacia es Cap de Rubió y la cala entre ambos cabos. La Cova des Llibrell se llama así, como resulta evidente, por un gran llibrell (una poza que recoge el agua que se filtra en las rocas) situada en la entrada, en su parte Norte y actualmente seca por la escasa pluviosidad. Esta cueva es la más difícil de encontrar y la que tiene peor acceso, aunque es, posiblemente, la más espectacular de todas ellas, al menos por sus vistas sobre la cala. Está indicada con una cuerda atada a dos sabinas y que también puede servir, aunque sin confiar ciegamente en su resistencia, para pasar al otro lado de la pared rocosa tras la que se halla la gruta.

Y aunque en toda la documentación sobre la zona sólo se citan estas cuatro cavernas, antes de llegar a la última de ellas aún puede encontrarse una gruta abierta al cielo que puede crear cierta confusión entre quienes buscan sólo cuatro cuevas en es Cap des Mossons, ya que ésta se localiza en cuarto lugar, antes de la des Llibrell.

Es luminosa, con una columna en el centro, se halla en la misma cota que la cueva de ses Estelles y, curiosamente, no parece tehner nombre.