Son poco más de las nueve de la mañana y Aina, Álex, Darío, Adrián, Antonio y Noemí, esperan nerviosos delante del Club Náutico de Sant Antoni. Sonríen, se miran, no paran. Están inquietos. A estos seis chicos de la Asociación de Personas con Necesidades Especiales de Ibiza y Formentera (Apneef) les espera por delante toda una aventura. Su primera singladura. Una mañana a bordo de un velero. Horas de viento en la cara. Muchas risas. Ésas ya han empezado.

Noemí, provista para el frío con un anorak rosa y marrón, se abraza a su madre. Tiene muchas ganas de embarcar. Y eso que en una excursión anterior en el mar acabó con una brecha considerable en la cabeza, señala su madre. «Se hizo daño, pero ella se reía. Y cuando llegaron al puerto y la estaba esperando la ambulancia, aún reía más», recuerda. Nada de eso parece pasar por la cabeza de Noemí mientras, ya sin su madre y cogida a Olatz, una de las monitoras de Apneef que participa en la actividad (también están Pablo y María José), camina con el resto del grupo hacia el club.

Álex, que a sus trece años es el más joven de la expedición, no teme a nada: «No me mareo y sé nadar». Adrián, a su lado, explica que es la primera vez que se sube a un velero. Se muere de ganas de que llegue el momento.

Experiencia para repetir

Toñi Cardona, vicepresidenta de la asociación, está casi tan contenta como los chavales por la excursión, que se tuvo que suspender hace unas semanas debido al temporal. «Es la primera vez que la Setmana del Mar organiza algo así», afirma. El coordinador de la actividad, Quique Mas, explica que todo surgió durante la cena solidaria organizada por el club la pasada Navidad. Se conocieron, comentaron la posibilidad de que estos chicos pudieran disfrutar también de la Setmana del Mar y lo organizaron. No será la última vez. A finales de abril está previsto embarcar a adolescentes y jóvenes de la Asociación Pitiusa de Familiares de Enfermos Mentales (Apfem).

«Tienen el mismo derecho que cualquiera a participar», defiende Cardona, que destaca que el principal beneficio para ellos, además de sentirse iguales a los demás, es la alegría de poder disfrutar de un día «diferente». La vicepresidenta, madre de Aina, lamenta que muchos ni siquiera participan en las excursiones que organizan sus centros educativos.

Álex conduce con soltura la silla de ruedas en la que va, medio tumbada, Aina. Le gusta hacerlo, explica mientras el grupo se dirige a la carpa en la que recogerán los chalecos salvavidas, imprescindibles aunque sepan nadar. Y prácticamente todos, afirman muy serios, saben hacerlo. Sobre todo Ant0nio. A sus 23 años es el más mayor del grupo y asume encantado el encargo de estar un poco pendiente de sus compañeros. «A los profes también les vamos a poner», bromea Mas. Álex se desprende de su mochila -´bad day´ (mal día), se lee, paradójicamente, en el bolsillo- para ello. Olatz, Pablo y Toñi unen maña y fuerza para ponérselo a Aina sin apenas moverla de la silla. María José se lo abrocha a Noemí y Darío, ya equipado, descubre el silbato naranja que cuelga del chaleco. Como no puede ser de otra manera, lo hace sonar. El silbido alerta al coordinador de la Setmana del Mar, que los mira uno a uno y les advierte de que sólo se puede utilizar el silbato en caso de emergencia. «No es para hacer ruido», les reitera. Adrián se encoge de hombros. No podría incumplir la norma aunque quisiera, por más que lo ha buscado, su chaleco no lleva pito.

Una silla de ruedas

Los intrépidos tripulantes caminan formales por el pantalán. Para ellos es un momento solemne. Hugo, uno de los tres patrones, explica que es la primera vez que todos los alumnos que participan en una salida de la Setmana del Mar tienen necesidades especiales y asegura que la única diferencia es que, por una cuestión de seguridad, al barco subirán menos chicos. Tampoco le inquieta la silla de ruedas de Aina: «Es un barco grande, amplio, hay sitio, no supone ninguna complicación».

Precisamente ella es la primera en subir a bordo. Pablo la levanta y Toñi, ya en la popa, la recoge. Luego hacen lo mismo con la silla. Álex aguarda inquieto. Estar aún en tierra le quema los pies. Estira la mano para que le ayuden y la sonrisa que se le pinta en la cara cuando aterriza sobre la cubierta es inmensa. Y eso que aún no sabe que, ya en mar abierto, les dejarán llevar el velero. En apenas unos segundos Adrián, Darío, Antonio y Noemí están sentados a su lado y charlan, pisándose las palabras unos a otros de la emoción, mientras Diego y Hugo aguardan a que el tercer patrón, Ramón, acabe de tomarse un café y se sume al grupo.

Aina se queda en el quicio de la sala, pegada a los bancos que ocupan ya sus parlanchines compañeros de aventura. Cuando zarpen, rumbo a ses Margalides, Cap Nonó y Cala Salada, podrá ver la estela del velero sobre el mar.