Casi cien metros de muralla entre dos torres de planta algo ovalada para cortar el paso a la punta acantilada de es Cap d'Albarca o Cap des Mossons. Son los restos, el tramo, que queda de la cinta defensiva conocida como ses Torres d'en Lluc, que se prolonga más allá de la segunda torre en dirección Noreste, aunque en esa zona ya sólo se conservan algunas piedras de la base del muro, que podía tener 200 metros de longitud. La pregunta obligada es qué había en ese cabo, abrupto y pedregoso como las costas del rey Arturo, que valía la pena fortificar. O quién pensaba refugiarse allí ante una posible invasión tierra adentro.

Dos décadas después de que los restos fueran excavados y estudiados, el responsable de Arqueología del Consell, el arqueólogo Joan Ramon, que dirigió las excavaciones, declara que ses Torres d´en Lluc «son un enigma». «Y me temo que seguirán siéndolo en el futuro», recalca. Respecto a la posibilidad de hacer nuevos sondeos en la zona, tal vez con más avanzados métodos de datación, Joan Ramon no descarta tal posibilidad, aunque afirma que ha consultado el problema con otros arquéologos, con colegas expertos en fortificaciones, y que no hay ninguna pista desde la que seguir indagando.

Hasta marzo de 1994 Ibiza tenía una cuenta pendiente con su historia, un rincón olvidado sobre los acantilados de Sant Mateu que, por lo recóndito del lugar y por su anonimato, no había sido aún excavado, con el peligro que conllevaba de que «intervenciones clandestinas» dieran al traste con las posibilidades de averiguar la cronología de la construcción y sus usos, tal y como se señala en el segundo número de Quaderns d'Arqueologia Pitiüsa, que el Consell dedicó a ses Torres d'en Lluc y a las excavaciones que allí tuvieron lugar hace 22 años.

Lo cierto es que ya antes de iniciar la empresa se consideraba harto improbable que se obtuvieran los resultados buscados, aunque se mantenían ciertas expectativas con respecto al interior de la torre número 1, situada al borde del acantilado, sobre la zona conocida como els Alls y es Racó Verd y con vistas a sa Punta de ses Torretes. Se limpió de tierra y piedras el interior del rectángulo ligeramente trapezoidal y de cantos redondeados que aún se conserva del torreón y se hallaron un fragmento de ánfora probablemente imperial y un trozo de cerámica de cocina ebusitana, de época tardo-púnica o altoimperial romana. Eran piezas sin relación con la fecha de construcción de los muros y que ya debían estar ahí al construirse y fueron arrastradas con piedra y tierra.

Los trabajos se llevaron a cabo durante tres exhaustivos días, con la ayuda logística del Ejército y dirigidos por Joan Ramon, quien ya entonces era responsable de Arqueología del Consell. Las prospecciones, que incluyeron la limpieza de la vegetación que impedía contemplar bien las piedras del yacimiento, no dieron resultado. Había que intentarlo. En la síntesis de la citada publicación del Consell sitúan la construcción «entre la baja antigüedad y los primeros siglos posteriores a la conquista catalana. Fuera de este margen, que históricamente hablando hay que reconocer como demasiado amplio, toda seguridad falta». «En épocas oscuras», resume hoy Joan Ramon el extenso tramo histórico en el que se ubica la desconocida data de la edificación.

No hay comparación

Tampoco hay elementos que permitan comparar esta fortificación con otros yacimientos pitiusos: la forma algo trapezoidal de las torres es una novedad en la historia de las islas. Sin embargo, Joan Ramon sí ve similitudes entres las torres y los muros que rodean la no muy lejana Illa Murada, que representa otro de los misterios arqueológicos de la isla. Tal vez las dos construcciones no estaban destinadas al mismo fin, pero el arqueólogo encuentra en ellas dos similitudes que no pueden pasarse por alto: «Los dos muros están construidos con la misma técnica y los dos comparten el hecho de haber sido levantados en dos puntos prácticamente irracionales. Estas similitudes sólo aumentan el misterio».

Es interesante destacar que la tipología del recinto «apunta a la protección de un grupo numeroso de personas, atendiendo a que la defensa de una muralla precisa de muchos más individuos que otros sistemas como las simples torres de refugio. ¿Dónde habitaban normalmente estas personas?». Tras las excavaciones, quedan más preguntas que respuestas. El cartel que instaló el Consell en el yacimiento, que ha perdido las barras que lo sostenían, lo resume todo: «Recinto fortificado de época incierta».

Ya olvidado el destino que a tal muralla se dio, a principios del siglo XIX, los campesinos que se adentraron en es Camp Vell y en la vaguada existente en el inicio de la Mola d'Albarca para cultivar grano usaron las piedras del fuerte para levantar sus bancales y construyeron algunos recintos, aún en pie, junto a la segunda torre. Más allá de la cinta defensiva de las Torres d'en Lluc pueden contemplarse también restos de refugios y de sitges para producir carbón.

Y hasta aquí es la historia, lo poco que la ciencia ha podido averiguar sobre la fortificación. La leyenda, por su parte señala que esa zona acantilada al Suroeste de la Mola se denomina els Alls porque allí fueron arrojados al mar los últimos sarracenos de la isla; els Alls sería el nombre onomatopéyico de sus gritos mientras eran despeñados.

Cuatro cuevas en el entorno

Aunque no hay nada, aparte de bosque y roca, más allá de la muralla investigada, hay que señalar la existencia de cuatro cuevas con nombre propio que en el siglo XVII fueron objetivo de buscadores de tesoros. Tal circunstancia no parece relacionada con las torres, pero las narraciones de aquellas búsquedas indican que la fortificación ya no estaba entonces en uso. En la punta, en es Cap des Mossons, concretamente, se encuentran la cova des Pi, la cova d'en Jaume Orat, la de ses Estelles y la cova des Llibrell. Y aunque en las dos primeras se han encontrado fragmentos de piezas, entre ellos un trozo de olla que podría ser de la edad del bronce, restos de ánforas de época tardo-púnica y parte de una copa de terra sigillata africana datada en el siglo II dC, lo cierto es que estas piezas revelan ocupaciones esporádicas de estas cavernas, pero no una población que pudiera justificar una muralla defensiva.