-´Cometas y asteroides: mensajeros del espacio´. Muy sugerente el título. ¿Qué reparten esos mensajeros?

-Sobre todo, mucha información. Los asteroides y cometas han sido considerados desde la edad antigua como mensajeros de la muerte. Un impacto considerable en la Tierra podía causar, y de hecho lo hizo en varias ocasiones, extinciones masivas. Hoy en día hemos descubierto que han tenido mucho que ver en el posible nacimiento de la vida en este planeta. Son mensajeros de la muerte y de la vida. Traen información de los orígenes del sistema solar porque algunos no se han modificado nunca. Cada vez que esos fragmentos llegan a nuestras manos son vistos como un libro abierto de historia natural.

-Los meteoritos de Orgueil o de Allende son condritas carbonáceas. ¿Si caen en el planeta adecuado ya tenemos el condimento necesario para un guiso exquisito de futuras formas vivientes?

-Podría ser. Hay algunas condritas carbonáceas, como ocurrió con el meteorito Murchison, en las que se han llegado a encontrar más de 14.000 moléculas orgánicas diferentes. Es una cantidad enorme de información. Se han encontrado en él aminoácidos, bases nitrogenadas, hidrocarburos, aminas, amidas... Son las bases sobre las que se asienta la proteína del ADN, con lo cual no es descabellado pensar que esas rocas fueron las que trajeron a la Tierra la materia primigenia sobre la que se formó más tarde la vida.

-Quien encuentra o tiene un meteorito ¿tiene un tesoro?

-Un meteorito es un tesoro, no tanto en el aspecto económico, aunque algunos son extremadamente valiosos. Pero a título científico son un tesoro: permiten disponer de un bloque de construcción de los cimientos del sistema solar.

-Usted tiene un dronino de 0,28 gramos, cuya mayor parte (una tercera parte) está formada por oro. Una joya espacial, vamos.

-El dronino es realmente muy barato. Se paga a unos 40 euros el gramo, aunque ya de por sí supera el valor del oro. Pero los hay mucho más caros, como las brechas [roca compuesta por abundantes fragmentos angulosos, heterogéneos o de composición química similar] lunares, algunas de las cuales se pagan a varios miles de euros cada gramo.

-Su museo de Agüimes, en Gran Canaria, pone a la venta una eucrita monomíctica del asteroide Vesta, un meteorito de 237 gramos que fue encontrado en el Sáhara Occidental. ¿Lo ha vendido ya? ¿Cuánto cuesta?

-Aún no ha sido vendido. Procedentes de Vesta hay bastantes. Esta piedra fue recuperada en Boujador a finales del año pasado. Está a la venta a unos 8.300 euros. Hay otra de casi un kilo, imagina su precio.

-Le vendrá muy bien venderla para así poder mantener el museo.

-Y para análisis, viajes y expediciones para recuperar meteoritos...

-¿Es habitual vender meteoritos?

-No. Es muy complicado venderlos porque en algunos casos son piezas muy caras. Se pueden vender mejor los pedacitos pequeños, pero una pieza completa, de 100 a 500 gramos o más de un kilo, cuesta mucho trabajo. Suelen comprarlas los museos, instituciones que se dedican a su investigación, algún coleccionista entusiasmado por una pieza... Pero son casos muy raros. No hay un comercio muy establecido.

-A los nueve años empezó a coleccionar minerales, a los 15 años tuvo su primer meteorito (nantan)... Usted era un niño raro raro.

-Raro absoluto. Lo mío no tenía nombre. Imagina un niño de 10 años que los domingos se iba con sus padres al campo para comer, cargado con una mochila donde metía un martillito, una lupa y un montón de bolsitas, y que se ponía a buscar minerales y fósiles en el terreno. Un poquito friki sí era. Siempre me ha interesado la ciencia. A mis hermanos les gustaban más los videojuegos, que yo veía como algo vacío.

Prefería hacer experimentos, buscar, saber, conocer...

-¿Cómo obtuvo su primer meteorito?

-Pesa solo un gramo. Lo compré en una feria de minerales que se celebró en Sevilla en 1992. Fui a comprar algunos ejemplares para mi colección (la que tenía por entonces ya era importante) y vi un objeto metálico que me llamó la atención. El que lo vendía me dijo que era un meteorito. Me sonaba curioso y lo compré realmente barato, por unas 1.500 pesetas de la época [al cambio, nueve euros]. Y sigue conmigo.

-Ya le podría haber dado por coleccionar chapas. Debe de ser una afición cara.

-Es cara, sí. Pero los meteoritos te enganchan, siempre quieres tener más. Pero para tener más, o te pones a trabajar como un condenado para invertir en ellos todo lo que ganas u optas por vender algunas piezas para adquirir otras y así poder aumentar la colección. Puedes fragmentarlos y venderlos por trozos.

-Es director de la Expedición Sahara y Canarias de búsqueda de meteoritos. En esos parajes debe de ser como encontrar un meteorito en un pajar. ¿Cómo sabe que una de esas piedras que hay por el suelo es un meteorito?

-De hecho, en Canarias no hemos encontrado ni uno. Un meteorito es una piedra negra, quemada...

-Y anda que no hay piedrecitas negras en esas islas.

-Ese es el problema, que en Canarias hay muchas piedras de apariencia parecida. Pero en el desierto del Sahara es más fácil encontrarlos, siempre vuelvo con muchos en la mochila. Es más fácil porque aquellos suelos son más estables: se levantaron de los fondos marinos hace millones de años y siguen casi tal cual. Los meteoritos siguen cayendo cada día y se acumulan en su superficie blanca, crema, anaranjada o rosácea, donde es fácil distinguir una piedra negra. Se ven a leguas.

-Respecto a los micrometeoritos, esa arenilla espacial, ¿cómo distingue esos granitos de los que son propios de la Tierra?

-Los miramos al microscopio. Estas partículas tienen forma esférica al consolidarse en un ambiente de gravedad cero. En el análisis químico, el microscopio electrónico de barrido permite conocer la composición de esa partícula. Se puede saber así su contenido de iridio, de níquel o de otros elementos que pueden permitir conocer si es un material terrestre. O no.

-¿Cuál fue el origen del Museo Canario de Meteoritos, en Agüimes, que dirige?

-Yo vivía en Agüimes y me dedicaba a otras cuestiones. Un día mandé un correo electrónico al Observatorio Astronómico de Temisas [situado a 12 kilómetros] porque estaba interesado en hacer una visita. Hablamos entonces de mi colección de meteoritos y les propuse si querían que subiera algunos para enseñárselos a la gente. A quien era entonces director del Observatorio se le abrieron los ojos y organizó enseguida una exposición inaugural de 21 días en Agüimes. Unos días antes de que acabara me propusieron abrir de manera permanente ese museo en el Observatorio. Luego, al museo le añadimos la investigación de ese tipo de rocas.

-Es la tercera colección más importante de España, con 120 piezas expuestas.

-Pero la colección es mucho más amplia, de unos 700 meteoritos.

-¿De todas las que exponen, cuál es para usted la que tiene más valor?

-En la colección hay una eucrita (las acondritas más abundantes) procedente del asteroide Vesta que pesa casi 900 gramos. Su valor es impresionante. Luego hay una brecha de anortosita. La encontramos durante una expedición en el desierto del Sahara. Nadie daba nada por ella. No tenía apariencia de meteorito, pero me llamó la atención el hecho de que no sabía qué era esa piedra. Y si no sé qué es, lo llevo al laboratorio. Allí se confirmó que se trataba de una brecha lunar. Pesa 30 gramos, pero su precio supera los 200.000 euros. Ya ves, un tesoro encontrado en la arena.

-¿Y la que para usted tiene más valor sentimental?

-El primer meteorito que compré siendo un niño. Pesa un gramo, apenas tiene valor, pero fue con el que comenzó todo para mí.

-¿Cómo, siendo autodidacta, dirige el Observatorio Astronómico de Temisas y colabora con universidades en la identificación y estudio de meteoritos?

-Y con empresas privadas. Apenas hay expertos en este tema. No está desarrollado como ciencia, es una materia multidisciplinar en la que intervienen físicos, químicos, geólogos, astrónomos... En España, expertos en meteoritos somos cinco, nada más, y el único que no tiene un título relacionado con la materia soy yo.

-¿Hay vida allí fuera?

-Estoy seguro.

-¿Cerca o muy lejos, en una galaxia muy muy lejana?

-Lo más lejos que el hombre ha llegado es a la Luna y a que las máquinas analicen directamente el terreno de Marte. De Marte para allá, solo se ha usado espectrometría y poco más. Realmente no sabemos nada. Es como si en la playa cogieras un vaso de agua y tras comprobar que no hay dentro ninguna ballena dijeras que no hay vida en el mar. Seguro que la hay en el espacio, pero no lo sabemos aún.