La lectura del informe escrito por la botánica Eva Moragues tras su visita de campo a es Vedrà el 10 de octubre de 2014 sobrecoge por sus detalladas descripciones de los graves daños causados tanto en las plantas como en el suelo por las voraces cabras. Con un lenguaje pulcro y científico, Moragues ejerció de notaria de la devastación que causaban los chivos sobre ese singular ecosistema, reducto de endemismos únicos. Visto el panorama, la científica fue clara: «La presencia continuada in crescendo de herbívoros en es Vedrà pone en peligro la estabilidad del funcionamiento y de la estructura de sus ecosistemas, así como de la riqueza y abundancia de especies extraordinarias de flora». Esa joya de la naturaleza, que científicos de todo el mundo visitan cada año para estudiar sus singularidades, estaba siendo relegada a la condición de un corral de cabras por el capricho cinegético de los vedraners.

Los principales problemas que Moragues detectó fueron la discontinuidad de la masa arbustiva por la aperturas de caminos y la fuerte erosión y descompactación del suelo como consecuencia del paso continuo de las cabras; el debilitamiento de las matas por la entrada de cochinillas; la abundancia de especies nitrófilas (ligadas a la presencia y a la actividad humana); la falta de plántulas (brotes) de especies perennes; la concentración de las especies singulares en los acantilados (su único reducto, al ser inaccesibles para los rumiantes); las «malformaciones» de arbustos producidas al no poder desarrollarse correctamente, y la «defoliación» de los pocos árboles que quedaban, devorados por los herbívoros. De seguir así, es Vedrà acabaría teniendo un paisaje lunar: «Todas estas perturbaciones -avisaba la bióloga en su informe, del que el Consell ibicenco tuvo hace un año, cuando gobernaba el PP, una copia- sobre el medio natural a lo largo de los años pueden tener consecuencias irreversibles sobre la biodiversidad y la conservación de los hábitats de es Vedrà. Una Reserva Natural [...] no es compatible con la situación de degradación que padece en estos momentos el islote».

Eva Moragues dibujó un paisaje triste, arrasado por ese ganado en el que los endemismos tenían escasas posibilidades de sobrevivir: «Los arbustos solo crecen a pocos centímetros de tierra y presentan las ramas exteriores secas o muertas [...]; algunas sabinas centenarias comienzan a morir; los ullastres (Olea oleaster) y los pinos escasean[...]. El ecosistema del islote presenta graves heridas ecológicas, muchas de ellas producidas a lo largo de muchos años y posiblemente muy difíciles de restaurar».

«Un laberinto» de caminos

En vez de Micromeria inodora, Biscutella ebusitana, camamila, Asperula paui ssp. paui, Silene hifacensis, Crithmum maritimum o Hellichrysum ambiguum, endemismos protegidos de es Vedrà, la botánica se encontró en la cara norte del islote con especies muy comunes y nitrófilas como las ortigas, arisaros, malvas e incluso geranios. La vegetación perenne se hallaba «totalmente fragmentada» por la apertura de caminos («un laberinto», llega a decir) y la nitrificación ocasionadas por las cabras, que a su paso dejaban un reguero de cagarrutas: «La disminución de la vegetación y la acción mecánica del paso de animales provoca que la tierra quede descubierta y el viento y las lluvias la arrastren al mar». Y sin tierra no hay plantas. «No se ve ni un solo ejemplar joven ni germinaciones ni de plantas leñosas», advertía la científica. ¿La causa? Las cabras se comían todo lo que encontraban, sin dejar opción a que crecieran los brotes.

Curiosamente, en el islote cercano de es Vedranell, casi pegado a es Vedrà «sí existe una masa continua de especies perennes e incluso árboles que generan, cubren y protegen el suelo de su cara norte», subraya Moragues en su informe. La diferencia es que en es Vedranell no hay cabras.

Tal es el hambre que pasaba el ganado abandonado por los vedraners en ese islote que comían especies «poco palatables» (gustosas y comestibles) como las matas y los brotes florales de las cebollas marinas, «que ni llegan a florecer». Incluso las matas estaban «en mal estado sanitario» al encontrarse muchas de ellas afectadas por la cochinilla del género Ceroplastes, «que contribuye al debilitamiento de las plantas».

La bióloga solo vio una mata de hinojo marino entre los peñascos del acantilado: «No hay ni un solo ejemplar junto al mar, donde normalmente se desarrollan».

En la vertiente sur de es Vedrà prácticamente no halló especies herbáceas palatables. Y las que había estaban desfoliadas. Como en la cara norte, tampoco observó que germinaran plantas leñosas. En todo el islote no contó más de 10 ejemplares de olivos: «Pero se encuentran completamente desfoliados ´a corte de diente´».

Sí vio ejemplares de grandes dimensiones de matas con las partes inferiores desfoliadas y solo un «penacho de hojas en la parte superior», allí donde los rumiantes no alcanzaban a llegar. Entre esas matas detectó una de más de 10 metros de longitud («que podría ser catalogable como singular») que comparó con las fotos que captó en 2003 Joan Rita, profesor de Botánica menorquín del departamento de Biología de la Universitat de les Illes Balears: «Se ve una clara pérdida del sistema foliar», advirtió Moragues.

No es la única comparación que establece la botánica con las imágenes tomadas por Rita en 2003, y eso que el botánico se llevó un sofocón cuando desembarcó allí aquel año: «He conocido es Vedrà con y sin cabras, y el cambio ha sido espectacular -dijo en una entrevista concedida a este diario en 2012-. Estuve allí a mediados de los años 80, cuando apenas había esos animales. El conjunto de la flora se ha modificado sustancialmente desde entonces: las plantas eran mucho más grandes, la biodiversidad de flora mucho mayor, había muchos endemismos nada más pisar la isla, en cualquier sitio, sin que para hallarlos tuvieras que escalar por las paredes». Ahora, los endemismos están acorralados en los peñascos.

De los cuatro pinos que vio Moragues, tres estaban entre peñascos y el cuarto tenía la corteza pelada y muy dañada y las pocas hojas que aún tenía estaban cortadas a dentelladas. «Muchas sabinas -añade en el informe- están muertas y las que aún viven son centenarias y están seriamente afectadas por los herbívoros».

Lagartijas en peligro

Y todos esos graves daños no solo repercuten en la flora: «Una modificación drástica de cualquier elemento vegetal puede afectar a las poblaciones de animales que habitan es Vedrà, con lo cual tanto las poblaciones de lagartijas (Podarcis pityusensis ssp. vedranensis, subespecie endémica) como el hábitat de nidificación de aves marinas vulnerables (paíños, pardelas cenicientas, cormoranes...) se pueden ver afectados».

Moragues concluía que en la joya de las Reservas Naturales pitiusas el paisaje era «desolador, con daños crónicos y totalmente modificado por el efecto de los herbívoros», que con su trasiego habían logrado que «todo el islote sea transitable». El ganado, afortunadamente ya eliminado de ese rico paraje, controlaba «la vegetación anual, mantenía los arbustos bajos e impedía la regeneración del bosque», abundante en la cercana es Vedranell. Provocaban tanta erosión del suelo que la cobertura vegetal era «cada vez menor».

La conclusión de la bióloga ante la devastación de la que fue testigo fue contundente: «La actual densidad de cabras es incompatible con la conservación del patrimonio natural del islote [...] y es totalmente incompatible con su carácter de Reserva Natural». La degradación era de tal magnitud que podría ser «irreversible», alertó en octubre de 2014. Los políticos miraron entonces a otro lado. Hasta ahora.