Pasan unos minutos de las once de la mañana y en el cielo de ses Variades vuelan ya media docena de cometas. Un tiburón negro de fieras fauces destaca en el azul. Oscila a merced del intenso viento, que a esa hora es de «fuerza 5», según el medidor que consulta Pepín Valdés, impulsor de ´Posa un estel al cel´. Con la ayuda de Miguel, Manolo y Roberto intenta colocar en el aire la cometa del festival, «la medusa», como coloquialmente le llaman. Está siendo complicado.

La «cometa guía», una enorme pieza de colores rojo y amarillo que se ve desde lejos, supera ya los cien metros de altura. La medusa se resiste. Sus tentáculos blancos juegan con las corrientes con tanta pasión que acaban enredadas. «Dejad que se infle», recomienda Valdés al tiempo que sus ayudantes la sueltan.

Ya arriba, a más de 50 metros, se dan cuenta de que una de las tiras está retorcida. Hay que bajarla, arreglarla y volverla a subir, operación que siguen con atención algunos de los pequeños que, acompañados de sus familias, se disponen ya a hacer volar sus cometas. Las que ellos han hecho. Con sus manos.

El grito de Iria, de siete años, es todo un atentado contra los tímpanos. Chilla de felicidad. No se puede creer que el sled que hicieron en casa con un par de bolsas de basura y unas cuerdas siguiendo un tutorial de internet se haya levantado al primer intento. Y que suba y suba y suba...

Una cometa para cada viento

«Esos vuelan siempre», afirma el experto, que acaba de colocar en el cada vez más poblado cielo de ses Variades un volatín en forma de Oso Yogui. A sus pies corretea Yuri, un pincher emocionado con la gente y las colas de los astros. «Es un buen día para volar cometas», afirma el organizador. «Sobre todo para las acrobáticas», añade Valdés señalando un artefacto que danza y da vueltas. «Hay una cometa para cada viento», reflexiona.

El experto señala que el fuerte viento hará que sea más fácil que la mayoría de las cometas alcen el vuelo. Eso sí, reconoce que la situación meteorológica tiene sus inconvenientes: seguramente algunos de estos artefactos no acabarán la jornada. «Es posible que más de uno se rompa», advierte Valdés.

Si eso ocurre, no pasa nada. Para eso hay un taller. Allí hay de todo. Celo, plástico, cuerdas... Para reparar y para crear nuevas cometas. La actividad es frenética. Decenas de familias se agolpan en las mesas. Ricardo, de diez años, quería hacerla en casa, pero entre el fútbol, las clases de inglés y los deberes no ha tenido tiempo. Ahora se afana en acabarla lo antes posible para sumarse a los centenares de personas que se congregan ya en la explanada, entre ellos sus padres y su hermana pequeña, Alma, de seis años.

Cerca de las doce del mediodía el cielo es un mosaico multicolor formado por más de medio centenar de cometas. Los más pequeños alzan la vista y contemplan con la boca abierta las que ascienden sin parar, más de cien metros por encima de sus cabezas. Quienes las miran con más admiración son aquellos que a pesar del vendaval no consiguen que sus volatines acaben de levantar el vuelo. Muchos de ellos dan la espalda al mar, se han refugiado de la corriente tras una pequeña loma. No sufren el aire, pero a las cometas les cuesta más.

«La fuerza del viento ha bajado, está entre 3 y 4», observa Roberto, exdirector del colegio Guillem de Montgrí, donde comenzó todo. Ya dejó el centro, pero no se pierde esta jornada. El docente recuerda con una sonrisa los primeros años de los talleres en los que los alumnos elaboraban las cometas: «Las hacíamos casi en cadena, cada grupo realizaba una parte del proceso».

Valdés, pendiente en todo momento de si alguien necesita consejo, ayuda o ánimo, asiente. Él también rememora los inicios, no exentos de «fracasos». Como cuando querían hacer las cometas «clásicas, con forme de rombo» y no entendían porqué unas funcionaban y otras se rompían. Era por cómo colocaban las dos varillas de madera. «Cuando las haces volar es cuando aprendes, cuando descubres», comenta.

A sólo unos metros, los tentáculos de plástico de un calamar aletean con gracia. La cabeza apenas oscila mientras se aleja. Es uno de los modelos que han elaborado este año en el taller de cometas. Revolotean bien. Varios de estos calamares decoran el cielo de ses Variades.

Hasta 145 cometas llegan a volar al mismo tiempo, según contabilizan los jueces de ´Posa un estel al cel´, que reúne a un total de 350 participantes inscritos.

Algunos de ellos vienen de lejos. Han viajado a la isla sólo para compartir esa jornada. Es el caso de Claudi, exprofesor de música del colegio Guillem de Montgrí. Allí descubrió las cometas. Ahora ya no está en Ibiza. Valdés y Roberto le gritan, alegres, al distinguirlo entre la multitud. Y se funden en un abrazo cuando llega a los pies de la cometa con forma de medusa, cuyas largas colas blancas siguen enredándose con el viento.