Hitler encadenaba las invasiones de Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia cuando se proyectaba la instalación de la batería antiaérea de sa Caleta, que completaba, en plena II Guerra Mundial, el cordón de defensa que ya se había construido durante la Guerra Civil, finalizada hacía un año, para defender el puerto y el aeropuerto de Ibiza.

La línea defensiva contaba con cañones antiáereos y nidos de ametralladoras dispuestos durante la guerra española desde Punta Arabí hasta es Puig des Corb Marí, en ses Salines, donde se estableció el puesto de mando y desde donde acabaron controlándose las ocho baterías de artillería de Ibiza.

La de sa Caleta fue la número ocho, la última batería construida en la isla. Era el verano de 1940 y su instalación formaba parte del denominado Plan Kindelán, que lleva el nombre de quien fuera el responsable de la fuerza aérea de Franco y que hoy es considerado el fundador del Ejército del Aire. El general Alfredo Kindelán acabó por formar parte de la conspiración monárquica contra Franco, pero esa es otra historia; su papel en la crónica de la artillería pitiusa se ciñe a ser el ideólogo del plan de defensa del archipiélago, en un momento en el que él era capitán general de Balears.

El proyecto original preveía la instalación de la octava batería en la cima de es Cap des Falcó, el lugar idóneo tanto por la altura como por su situación, dado que la misión de tal enclave armamentístico era la protección del aeródromo de es Codolar. Sin embargo, el presupuesto no alcanzaba para construir la carretera que los militares precisarían para acceder al lugar, coste al que había que sumar la ejecución de las obras en una zona elevada y escarpada.

Nunca llegó a disparar

Finalmente, la batería antiaérea se instaló en la punta de sa Caleta, llevándose por delante parte de los restos del primer asentamiento fenicio de la isla. Se mantuvo en funcionamiento durante dos décadas, pero desde sus explanadas nunca se disparó un solo tiro que fuera necesario disparar. Sólo aquellos que se efectuaban durante las jornadas de maniobras. Los aliados nunca pretendieron desembarcar en Sant Josep ni la RAF (Royal Air Force) bombardear el aeródromo; hay que recordar que con quien se alineó Franco fue con la Alemania nazi. Y Kindelán, por cierto, que consideraba a Franco un estratega mediocre y cuya desmedida ambición criticaba, era un monárquico probritánico (de ascendencia irlandesa) y antinazi, lo cual lo convertía en un elemento engorroso para el Ejército, en el que sólo su prestigio le permitió mantener su posición.

En el enclave militar junto al poblado fenicio se instalaron dos cañones recuperados de la batería antiáerea de Cas Serres. Eran dos Vickers 101,6/45 AA, modelo de 1917, al igual que los que había en Cap Martinet, fabricados en Cádiz y que originalmente estaban concebidos para ser colocados en barcos de guerra. De hecho, el cañón de es Corb Marí procedía directamente de una embarcación. Y los de s´Illa Grossa eran de un modelo que se había generalizado durante la guerra de Cuba. Incluso hubo cañones fabricados de madera (dos de ellos en Punta Arabí y otros dos en es Corb Marí), falsas baterías para hacer creer al enemigo que se disponía de un poderío artillero del que no se gozaba.

Los dos cañones de sa Caleta estaban instalados en las dos explanadas que hoy se encuentran en mejor estado de conservación y cada uno de ellos necesitaba a seis hombres para su funcionamiento, a los que había que sumar otros quince o dieciséis que debían encargarse de pasarse unos a otros, en cadena, los proyectiles desde las galerías que comunicaban las explanadas. La plana mayor (oficiales y suboficiales) se encontraba bajo la explanada hoy prácticamente arrasada que se halla más cerca del acantilado, donde no había armas sino un telémetro para medir la distancia de tiro; era el puesto de mando telemétrico, el búnker donde se desplegaban los planos, se marcaban las cruces y el capitán dirigía. Este puesto de mando, ante el peligro de que el acantilado avanzara y lo destruyera, se inutilizó ya en los 50 y se proyectó un nuevo puesto detrás de las dos explanadas de los cañones, que aún hoy sigue en pie y que, en realidad, no llegó a funcionar nunca. Cuando este definitivo puesto de mando se construyó ya se sabía que la batería nunca iba a entrar en combate, y la guarnición allí destinada se había reducido de forma considerable. De hecho, los propios militares han contado a lo largo de los años que esta nueva obra sólo se construyó para beneficiar con dinero público a la constructora.

Nidos de ametralladoras

Completaban el conjunto varios nidos de ametralladoras dispuestos para evitar desembarcos. El arquitecto Juanjo Serra, que lleva años investigando la línea defensiva de la isla y ha aportado buena parte de la documentación que ha utilizado el Consell para declarar Bien de Interés Cultural, con la categoría de lugar histórico, la batería militar de sa Caleta, tiene localizados cuatro de estos nidos. Y más allá del material armamentístico, el emplazamiento contaba con el cuerpo de guardia, la casa de artificios (donde se guardaban, entre otros materiales peligrosos, las espoletas, separadas así de los proyectiles para evitar accidentes), las garitas, una cantina instalada en el piso superior de una caseta varadero expropiada para tal fin y el cuartel, que ahora se está rehabilitando como centro de interpretación del poblado fenicio de sa Caleta (cuya área de protección también se ha ampliado). El proyecto tiene un presupuesto de 600.000 euros. Así, si antaño fueron los militares los que se apropiaron de parte de los restos del poblado, hoy los restos militares servirán para recuperar la memoria del legado fenicio.

Justicia histórica.

En 1962, la batería antiaérea de sa Caleta fue definitivamente desarmada y abandonada. La Organización Juvenil Española usó las instalaciones durante algunos años, hasta que cayeron en el olvido.

La mejor conservada

La batería de sa Caleta es, según la declaración de Bien de Interés Cultural, la mejor conservada de las ocho existentes en Ibiza aunque Juanjo Serra, coautor del proyecto de restauración del conjunto de sa Caleta y que se encuentra también a cargo de la dirección de la obra (junto con los servicios técnicos del Consell), considera que el resto de baterías de la línea defensiva ibicenca también debería formar parte del catálogo de patrimonio de las Pitiusas. Al menos debería considerarse la posibilidad de catalogar y restaurar los emplazamientos militares en los que aún queda algo que rescatar. La de es Corb Marí, las de s´Illa Grossa y parte del sistema antiáereo de Cap Martinet, destaca, también se encuentran en muy buen estado y podrían recuperarse. Todas ellas, desde Punta Arabí hasta sa Caleta, pasando por Cas Serres, las dos de Cap Martinet, es Calvari, s´Illa Grossa y es Corb Marí, y aunque nunca entraran en combate, son parte de la historia de la isla. Ya en la misma declaración de sa Caleta se abre la puerta a una protección más amplia del sistema defensivo ibicenco al referirse a «toda una serie de instalaciones paralelas del mismo tipo que tenían como finalidad la defensa marítima y aérea de la ciudad de Ibiza, históricamente irrepetibles y que merecen su protección y conservación a fin de perpetuar el recuerdo y transmitirlo a las generaciones futuras».