Joan Carabassó y Pepita, vecinos de ses Salines, no pueden apartar los ojos del Pou des Carbó. No pueden mirar la construcción, recién restaurada, sin pensar en hace más de medio siglo, cuando eran jóvenes. Incluso antes de empezaran a festejar. Entonces, frente al pozo, justo donde decenas de personas asisten de pie a la ballada con la que se inaugura el recuperado espacio, había una enorme higuera. En verano, se acercaban hasta allí, comían algunos higos y luego se limpiaban las manos, pegajosas y dulces, en el pozo. Joan y Pepita recuerdan aquellos momentos, que comparten con la diseñadora Charo Ruiz, también vecina de ses Salines, a la que explican la «ilusión» que les hace verlo casi como antaño.

«Está precioso», afirma la diseñadora, que se pierde entre el mogollón mientras los sonadors y balladors del grupo folclórico Sant Jordi (con algún invitado) enfilan el camino. Libre de vegetación y con las paredes de piedra arregladas, los payeses, con sus trajes de trabajo, destacan.

Ellos, bueno, la colla que integran, fueron quienes azuzaron al Ayuntamiento de Sant Josep para que el pozo, descolorido, con la pila completamente rota y la capilla fisurada, recuperara su antiguo esplendor. Y es que el conjunto hidráulico estaba en «pésimo estado», según Josep Torres, arqueólogo responsable de la restauración, que al final de la mañana posa sonriente frente al pozo, rodeado de los integrantes de la colla.

Siglos atrás

Ellos también sonríen. Es la primera de muchas ballades en este rincón, a escasos metros de la parada de autobús de la playa. La próxima, seguramente, en junio, a punto de comenzar el verano. La de inauguración se celebra prácticamente en familia. Todos se conocen, todos se saludan. El alcalde, Josep Marí Ribas, Agustinet, afirma en su discurso, a pelo, sin micrófono por un problema técnico, que está «emocionado» por revivir, siglos después, la misma estampa festiva que, imagina, se produjo tantas veces hace 200 o 300 años.

Reconoce el trabajo del anterior equipo de gobierno, que comenzó el proyecto, y del Consell de Ibiza, que ha aportado la mitad del coste de los trabajos, presupuestados en 56.000 euros. También la predisposición y las facilidades de Salinera -uno de los responsables sonríe entre el público- para convertir esa especie de bosque asilvestrado que rodeaba el pozo, la balsa y las conexiones en un lugar al que cualquiera pueda llegar fácilmente sin tener que abrirse paso entre matas y zarzas.

«Era parte importante de la vida de antaño. Me ha dicho uno de los vecinos que todo esto eran tierras de labranza, hasta arriba del todo, prácticamente hasta la Torre de ses Portes, que había trigo y todo tipo de cultivos», concluye el alcalde. Su puesto lo ocupan rápidamente los balladors, que luchan contra el viento que amenaza con hacer volar los capells y levanta las faldas y delantales de las mujeres dejando a la vista la escalera multicolor de faldellins. Los más pequeños se mueven con alguna dificultad sobre la gruesa grava. Y ríen con ganas, como el resto del público, cuando sacan a bailar al alcalde, que se atreve con un par de camallades, la concejala de Cultura, Helena Benlloch, y la anterior concejala de Hacienda, Marilina Ribas.

Hay aplausos, pero quien se lleva los más sonoros y sinceros es el ballador que cierra la xacota. Resopla y suda levantando la pierna frente a todas y cada una de las balladores de Sant Jordi con tanta entrega que pierde una de las espardenyes. Continúa con un pie descalzo. Sobre las piedras. Hasta el final, cuando se arrodilla frente a todas ellas, y frente al pozo, al mismo tiempo que empiezan a volar el vino, los bunyols y las coques.