De pequeño, cuando empezó a tocar las teclas del piano, «odiaba» al austrohúngaro Béla Bartók. Pero ahora, quién sabe si seducido por el sabroso gulash o por el ambiente musical que se respira en Budapest, le fascina. A aquel delgado chaval que con siete años empezó a estudiar música en Ávila -la ciudad adonde se mudó su madre, Joana, para ejercer de profesora- y al que las partituras del húngaro se le atragantaban, jamás se le pasó por la cabeza que acabaría siendo un incondicional de su música y que, incluso, serían sus paisanos húngaros los que pulieran su estilo. Llorenç Prats Boscà (Ibiza, 1990) acaba de concluir sus estudios de máster en la prestigiosa Academia Franz Liszt de la capital húngara, adonde llegó hace tres años tras obtener el premio fin de carrera de su promoción en el Conservatorio Superior de Salamanca.

Sin embargo, el nombre de Bartók no aparece en el programa del concierto de fin de año que Llorenç Prats Boscà ofrecerá el próximo martes 29 de diciembre (20.30 horas) en Can Ventosa, donde sí tocará piezas de Beethoven, Schumann, Franck y, sobre todo, Johann Sebastian Bach, otro de sus compositores favoritos: «Ahora estoy obsesionado con Bach. Cuando eres un niño, lo más probable es que sus obras no te gusten al principio. Luego, que te gusten pero que no sepas por qué. Yo ahora estoy en el momento en que me gustan y creo que sé por qué me gustan», relata el ibicenco, recién llegado desde Budapest para pasar estas fiestas con su familia. «Bach -explica Prats- es la cima de lo que puede tener la música de intelectual y, a la vez, de emocional. Él conocía, sin saberlo, cosas que demuestra la neurología. Por ejemplo, hasta qué punto están conectados los procesos matemáticos con las emociones, con la creatividad del arte. Hay que pensar en el esfuerzo mental que tenía que hacer Bach para componer», un enorme «rompecabezas», a su juicio.

Un trombón en el origen

Aunque sea un virtuoso del piano, debe su pasión por la música al trombón de su abuelo Miguel, que lo tocaba en la banda municipal de Salem (Valencia), su pueblo natal. Con siete años le apuntaron a una academia de música de Ávila, donde empezó a estudiar solfeo «con la misma conciencia del que lo apuntan a judo». Luego llegó el Conservatorio, donde solicitó, por este orden, estudiar piano, flauta y viola.

A los 16 años, después de una década estudiando música, no tenía claro cómo continuar su vida: «Me debatía entre seguir con el piano o estudiar una ingeniería o física. Fue en el último momento cuando elegí. De haberme decantado por una carrera, habría estudiado telecomunicaciones o informática».

Porque, afirma, entre la música y las matemáticas hay una íntima conexión: «El proceso que lleva a un compositor a ordenar notas en el tiempo es muy parecido a la programación, a los algoritmos».

De Ávila fue a estudiar a Salamanca, donde gracias a sus profesores Miriam Gómez-Morán, de piano, y Alberto Rosado, de cámara y música contemporánea, se estableció la conexión húngara: ambos habían estudiado en Budapest, meca de la música y ciudad de la que le hablaron maravillas: «Me crearon unas expectativas que cuando llegué allí incluso se superaron. Al acabar la carrera en España pensé ir a Suiza, pero no pudo ser, y a Ámsterdam, aunque no me ofrecían lo que quería. En Budapest encontré lo que más me gustaba, lo que más me identificaba».

Fue a estudiar a la Academia Franz Liszt, creada por el propio compositor: «He debido de recibir clases de profesores que han sido alumnos de alumnos de alumnos de Liszt», comenta.

Música y paprika

En Budapest, además del intenso aroma de la paprika, todo lo envuelve la música: «Nunca se acaba. Por muy mal que vayan las cosas, la música forma parte de su cultura. Es la razón por la que sé que quiero seguir allí. Cada día, al levantarme, siempre tengo la indecisión de a qué concierto iré o a qué clase asistiré. Cada día». También tiene claro que en esa ciudad «hay mucha gente que toca muy bien. No puedes ser uno más».

Su futuro inmediato pasa por estudiar el doctorado en Hungría, que hasta el momento «no estaba abierto para extranjeros». Para el próximo año ya se plantea el acceso aunque sea en húngaro, en el caso de que no pueda hacerlo en inglés: «Pero sobre todo, lo que me apetece mucho ahora es tocar en conciertos. Es ahora o nunca. Me gustaría ir a otros países, participar en concursos en Rumanía, en Francia...

Necesito sentir la satisfacción de que la gente pueda escuchar lo que he estudiado». El día 29 será, en ese sentido, una gran oportunidad para ver a un joven músico que ya ha ofrecido conciertos en los auditorios Nacional de Madrid, Miguel Delibes (Valladolid) y de León, así como en el Palacio de las Artes y la Academia Franz Liszt de Budapest y el Palacio de Congresos de Santa Eulària.

La espina clavada

Cuando tuvo que elegir a los 16 años, a Prats se le quedó clavada la espina de no estudiar una ingeniería: «Quizás algún día me la saque. Por eso me gustan los puntos de encuentro, las interdisciplinas». Pone como ejemplo «un libro alucinante», ´Gödel, Escher, Bach. Un eterno y grácil bucle´, de Douglas Hofstadter, «un punto de encuentro entre las matemáticas, lo visual y la música».

«Me gusta pensar que la música, no es solo hedonismo, que cumple funciones», teoriza. «Los húngaros tienen clarísimo que la música es un lenguaje y que por eso nos despierta ciertas cosas. Con notas puedes decir cosas más profundas a veces que con el lenguaje».