A toda velocidad. En apenas un mes y medio para no perder el presupuesto. Así se ha restaurado el Pou des Carbó, en ses Salines, que luce ahora como en su época de máximo esplendor, a finales del siglo XIX, cuando abastecía de agua a las calderas del ferrocarril que transportaba la sal desde los estanques hasta la zona de carga. «La obra es del siglo XIX, aunque está documentado antes, en un mapa de 1765», afirmó José Torres, uno de los restauradores, quien, debido a la profundidad del pozo no descarta que sea, incluso, anterior a esta fecha.

La restauración ha costado alrededor de 56.000 euros, según explicaron el teniente de alcalde de Sant Josep, Albert Marí, y el conseller insular de Patrimonio, David Ribas. A estos hay que sumar los alrededor de 4.000 que ha costado la recuperación del horno de alquitrán de Can Païsses, en es Cubells. Ribas señaló que se ha recuperado este horno porque no hay otro en la isla. Además, detalló que elaborar alquitrán con los recursos forestales era una actividad importante para las familias del campo porque «permitía aumentar la economía de subsistencia». El Consistorio y el Consell de Ibiza han sufragado las obras a medias. «Nos encontramos el proyecto, pero faltaba la financiación, el Consell tenía dinero, pero había que gastarlo en el ejercicio de este año», apuntó Marí, que señaló que la idea de recuperar el Pou des Carbó surgió del Grup Folclòric de Sant Jordi. De hecho, ellos presentarán oficialmente la restauración con una ballada el próximo 10 de enero a las 12 del mediodía y celebrarán una cada mes de mayo «porque en el calendario en julio y agosto ya hay otras en otros pozos».

Restauración en tiempo «récord»

El conseller recalcó que la restauración se ha hecho en tiempo «récord». «El convenio se firmó el 20 de noviembre», añadió. José Torres detalló que para poder cumplir los plazos tuvieron que emplear «todos los recursos»: tres técnicos, una restauradora, dos arqueólogos y ocho operarios, además de la maquinaria. Entre ellas, una retroexcavadora para adecentar el terreno, que estaba tan lleno de vegetación que apenas pudieron llegar al pozo. Éste se encontraba en pésimas condiciones, según Torres: «La capilla tenía fisuras profundas que amenazaban su integridad, se hubiera podido caer». A pesar del mal estado había detalles que les permitieron ver cómo era en sus orígenes: «rojo». En este sentido, aseguró que hay otros pozos de este color en la isla, o con algún detalle entre granate y terracota. «No nos hemos inventado nada, era así», comentó Torres mientras abría la puerta y mostraba el mecanismo del pozo, que sigue funcionando. De hecho, parte de los trabajos han consistido en soterrar y ocultar las mangueras y bombas que sirven para que el pozo abastezca de agua a una casa y un restaurante. «Conserva su funcionalidad», indicó. El arqueólogo explicó que la pila estaba «partida por la mitad» y que la alberca estaba «cubierta de vegetación y líquenes». Torres matizó que esta construcción no servía para almacenar agua sino para canalizar la que procede de los torrentes.

Los restauradores han tenido que enfrentarse al escaso tiempo y el «estado de abandono» en el que se encontraron el pozo: «Nos hubiera gustado trabajar más tranquilos». Además de la restauración han reparado las paredes de piedra seca «que estaban caídas, con raíces de pino que crecían por dentro» y han eliminado, a petición del Parque Natural, la vegetación de especies invasoras para sustituirla por autóctona, como el romero. Esto ha servido para crear un cortafuegos en la zona. Lo más complicado, sin embargo, ha sido «aguantar a los mosquitos», sobre todo la restauradora, a la que se comían viva.