La Prensa de Ibiza publicó el 10 de marzo de 1993 una foto histórica: en ella aparecían Oliver Martínez, Esteban Cardona, Juanma Prats Pereira y Marco Romero González, los cuatro primeros anilladores científicos de aves de Ibiza.

Apasionados por los pájaros desde pequeños y colegas desde el instituto gracias a una amiga común, acababan de ser preparados por expertos del Grup d´Ornitologia Balear (GOB) para comenzar a anillar en la única isla de la Comunitat donde esa práctica seguía inédita. Veintidós años más tarde, Martínez y Cardona son, como agentes de Medio Ambiente, dos de los pilares de la conservación y el estudio de las aves en las Pitiusas. Romero (de 42 años de edad), que abandonó hace dos décadas las islas, otea a diario el cielo de Sevilla: de él dependen las águilas imperiales de toda esa provincia.

Romero forma parte de un equipo que ha logrado un triple éxito dentro del plan de actuaciones para la conservación del águila imperial ibérica en Andalucía. Por una parte, han reducido considerablemente su mortalidad en esa Comunidad Autónoma: mientras en otras zonas de España supera el 20%, en el sur de España la han reducido algunos años hasta el 4%. Además han conseguido «el hito» de reintroducir esa gallarda y enorme ave (alcanza los dos metros de envergadura) en Cádiz: desaparecida en esa provincia hace cinco décadas, ahora la pueblan cinco nuevas parejas. Como consecuencia de ese celo protector, la población de Aquila adalberti ha aumentado notablemente en los últimos 13 años: de las 25 parejas que había censadas en Andalucía en 2002 (150 en toda España), se ha pasado a las 101 en 2015, cuatro veces más.

Romero está al cuidado de las 22 parejas de águilas imperiales ibéricas que en estos momentos son las dueñas del cielo de la provincia de Sevilla. En total, seis personas se ocupan de esas rapaces en toda Andalucía: él en Sevilla, otro en Córdoba, dos en Jaén (por ser más grande y tener más parejas), uno en Cádiz y otro en Huelva. En Sevilla viven el 25% del total de esas águilas andaluzas, mientras en Jaén suponen el 50% y en Córdoba el 25%.

De Gata a Sevilla

El ibicenco marchó hace 22 años a Cáceres para estudiar Veterinaria. Al principio intentó compatibilizar la carrera con su trabajo, un contrato de la Junta de Extremadura en la Sierra de San Pedro y en Hornachos, en el sur de Badajoz, también con águilas imperiales («fueron ocho meses y apenas vi una»), y luego para el seguimiento del buitre negro y del águila perdicera en la Sierra de Gata y las Hurdes: «Hasta que me di cuenta de que o hacía una cosa o la otra». Y prefirió seguir trabajando en lo que le había gustado desde que era un chaval. En 2005 le llamaron desde Sevilla para trabajar como técnico auxiliar con el águila imperial: «Y desde entonces». Conoce a todas las que planean por sus 14.000 km2, sus nidos, sus manías, sus virtudes y hasta el cainismo inmisericorde de sus pollos: «Donde paso más tiempo es en la Sierra Norte, donde hay más concentración de águilas, el 90% del total».

La principal labor de Romero es observar: de su vista depende la supervivencia de los polluelos. «Podemos -detalla- pasar horas observando si el pollo está débil o si está comiendo, o cómo se comportan él y lo que la madre lleva al nido. Según lo que vea decido si coloco comida para que se alimenten. Pero hay nidos en los que aunque hagas eso, los pollos se pegan. Son águilas, agresivas por naturaleza. Es una estrategia que tienen: si no hay alimento, el pollo grande pega al pequeño, o lo mata o lo tira al vacío para asegurarse todo el cuidado».

Rescate de huevos

En el plan andaluz para la conservación de esa ave rapaz se determinó que, «como protocolo, se debía reducir la mortalidad de pollos al mínimo siempre que fuera posible». Y lo han logrado mimando a cada una de esas criaturas aladas: «Si se está a tiempo de coger los huevos, se llevan a la incubadora para luego criar los pollos. Y si vemos que hay dos o tres pollos y las agresiones contra uno de ellos no paran, se saca de allí al más pequeño».

Muchas veces mueren al caer del nido, por vendavales o empujados por sus hermanos: «A veces he pasado horas observando un nido en el que solo veía a uno de los pollos. Al otro lo encontraba abajo más tarde. En esos casos hay que llegar cuanto antes para que no se lo coman los jabalíes. En tres ocasiones tuve la fortuna de hallar al pollo vivo, por lo que pude trasladarlo al centro de recuperación».

Está pendiente de las parejas todo el año: «Desde enero empiezan con el celo y arreglan los nidos; luego comienza la incubación, nacen los pollos y sigo con su control hasta que en agosto y septiembre se independizan y vuelan». No para: busca parejas nuevas y rastrea territorios nuevos, arregla y reconstruye plataformas, rescata pollos, revisa líneas eléctricas, vigila que no haya veneno... Cuando le queda algo de tiempo regresa a Santa Eulària para ver a sus padres, Narciso y Josefa.

Sin conejos

Una de sus mayores preocupaciones está relacionada con el conejo: «Es un problema bastante gordo, pues es prácticamente la base de la alimentación del águila (alrededor del 90% de su dieta). Prácticamente se había inmunizado contra la mixomatosis. Pero hace dos años, la neumonía hemorrágica vírica, que era típica de la liebre, mutó y saltó al conejo. No acaba de reaccionar. Hasta que se inmunice, lo mismo hay que esperar otros 40 años para que pase lo mismo que con la mixomatosis».

A falta de conejos saltarines silvestres, Romero aporta alimentación suplementaria a las imperiales: «Se empezó a hacer en Andalucía. Ponemos comida a las parejas que tenemos en territorios donde hay cada vez menos conejos o a aquellas que tienen dos o tres pollos y que por falta de comida se pegan entre ellos. Seguimos una pauta de alimentación desde que nacen. Tres veces por semana les damos alimentos, conejos de monte que traen de Cádiz, donde aún hay fincas en las que quedan muchos sanos». Gracias a ese sistema están salvando muchas polladas: «Impedimos así que los pollos se peguen o mueran de inanición. Y se evita que los padres tengan que alejarse de los nidos para cazar, que es cuando se electrocutan o fallecen por otras causas», cuenta el ibicenco que protege con celo a las águilas imperiales ibéricas sevillanas.