La red antimedusas instalada el pasado 10 de junio en Cala Vedella por el Institut de Ciències del Mar de Barcelona -vinculado al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)- no ha convencido a todos los empresarios de la zona, que ahora se replantean si volverán a colocarla en 2016 y si, de hacerlo, la desplegarán por toda la playa o solo en una parte. La malla, de 200 metros de longitud y tres de profundidad en forma de U, que se adentraba 50 metros en el mar y que tenía un frente de unos 100 metros, cumplió hasta finales de julio su función de detener la llegada de celentéreos urticantes, pero como por entonces el agua había adquirido una fuerte tonalidad verdosa debido tanto a las altas temperaturas como a su escasa circulación, fue levantada en uno de sus laterales, lo que permitió el paso de las medusas.

Como consecuencia comenzaron a sucederse las picaduras, de las que hasta entonces los socorristas no habían registrado ninguna, según asegura Xico Ribas, portavoz de los empresarios de la zona: «El agua llegó a los 34 grados, de manera que proliferaron las microalgas. Nuestras bombas de circulación no son muy potentes y todo el mundo decía que ese color se debía a que la red paraba el agua. Así que un día de finales de julio los buzos encargados de mantener la instalación decidieron por su cuenta levantar un lado para que circulara el agua. Y claro, entraron medusas, bastantes». Según Ribas, «los técnicos del CSIC aseguran que no era cierto que la malla parase la circulación del agua, que no hacía ni parapeto ni efecto invernadero».

Un mes abierta sin aviso

Esa parte estuvo abierta durante un mes: «Hasta que un vecino me avisó -indica Ribas- de que estaba levantada y de que, como es lógico, las medusas habían entrado y picaban a los bañistas».

Ribas sí admite que «con las tormentas de agosto, la línea de flotación de las redes sí que hizo de parapeto e impidió que salieran al mar la basura y el fango que bajaban por el torrente». En lo que Ribas califica de un nuevo «fallo de programación», decidieron entonces que los buzos abriesen la red para que todos esos restos pudieran salir a mar abierto: «Al final ha sido un poco caótico, en parte por nuestra falta de experiencia», reconoce. «De finales de julio a agosto, fue un desmadre de agua sucia, de picaduras de medusas... La gente se quejaba y con razón», señala.

Para el representante de los empresarios de Cala Vedella, además «es fea. Cuando la ven, los bañistas preguntan si se ha producido un vertido» de hidrocarburos. Negocian con la compañía fabricante «cambiarla por una blanca para darle otro toque».

«Dos piscinitas»

Para el próximo verano estudian si la acortan «un poco» y la despliegan, en vez de a lo largo de toda la bahía, «en una o dos zonas, una de ellas para los niños. Serían como dos piscinitas, quizás una a cada lado de la playa».

Ya recogida y limpia, Ribas indica que «es mucha red para moverla, es complicado. Cada tramo pesa mucho», de ahí que opten por algo más sencillo para 2016.

Al cúmulo de problemas surgidos durante la temporada se suma que los investigadores del CSIC que estaban al frente de este proyecto, como Verónica Fuentes, no podrán utilizar los datos registrados «porque no eran reales al haber levantado las redes durante un mes». El Institut de Ciències del Mar les había facilitado una aplicación de móvil para que una vez por semana tomaran datos e imágenes de diversos transectos (bandas de muestreo). Esa información habría permitido a los científicos conocer cómo afectaba al fondo marino, especialmente a la posidonia, así como saber la frecuencia de la presencia de medusas en esas aguas, su temperatura y si las algas y los mejillones se adherían a la tela.

Aunque los resultados no han sido los deseados, Ribas cree que la red no tiene toda la culpa: «Hizo mucho calor, el agua estaba muy caliente y las corrientes no nos acompañaron. No había circulación de tierra hacia afuera. El agua se puso muy fea, pero nos hubiese pasado también sin la red».