­Con lo puesto. Con miedo. Con los hijos cogidos fuerte de la mano. Acompañadas de la policía. Sin ni siquiera un pijama para pasar la primera noche. Así llegan, la mayoría de las veces, las mujeres que sufren malos tratos a los pisos de acogida de la Oficina de la Dona. Por eso en estas viviendas hay un armario con ropa de todas las tallas. De niño, de niña y de mujer. «Sobre todo pijamas», apunta Olga Guerra, responsable de la Oficina de la Dona. De los 25 ingresos de mujeres de este año en estas viviendas protegidas 17 han sido de urgencia. El resto, pactados, es decir, que la Oficina de la Dona ha ofrecido este recurso a las usuarias del servicio que quieren empezar una nueva vida, salir de su vivienda (bien porque la comparte con su agresor bien para que éste no la encuentre) y no tienen otro lugar en el que refugiarse o comenzar de cero.

«Los de urgencia son por seguridad, porque no se puede dejar a la mujer y a sus hijos en su casa y llegan acompañadas de la policía. A cualquier hora. Es un servicio abierto las 24 horas del día los 365 días del año. Hay personal siempre y un teléfono de urgencias», apunta Tonyi Ferrer, trabajadora social de la Oficina. La mayoría de las mujeres que optan por este recurso lo hacen porque no tienen una red social y familiar que pueda acogerlas o por recomendación de las responsables de la Oficina de la Dona. «Por seguridad. Si el agresor va a buscarla pone en riesgo a las personas con las que está», apunta Ferrer. «Si hasta vienen a los pisos...», continúa.

Ubicación secreta

Se supone que su ubicación es secreta, pero cualquiera suficientemente interesado los acaba encontrando. Los vecinos del barrio, incluso, informan de dónde están cuando alguien les pregunta. A Guerra y Ferrer no les molesta. «Cuando alguien va buscando los pisos nos avisan», comenta Guerra.

Ferrer destaca que si algún agresor tiene orden de alejamiento y se acerca a los pisos, mejor, ya que quedan aún más patentes los malos tratos. De todas maneras, la trabajadora social señala que no se suele dar esta situación.

Los pisos, con 26 plazas, están atendidos por 6 auxiliares de servicios sociales, que se encargan de todo lo que necesitan las mujeres y los menores que residen en ellos. «Son nuestros ojos allí», aseguran Guerra y Ferrer. Entrar en estas viviendas supone comenzar un tratamiento «integral». De choque, incluso. La Oficina de la Dona se hace cargo de prácticamente todos los gastos de las mujeres: alojamiento, suministros, alimentación, farmacia, higiene y transporte. El objetivo es que puedan ahorrar para iniciar una vida sin su agresor al salir de estos pisos. Si no trabajan, en la Oficina se encargan de tramitar la Renta Activa de Inserción (RAI).

Cuando llegan de otros municipios, sin coche, con hijos y para una larga estancia, se intenta que los menores cambien de centro educativo. «Se les pide que hagan el esfuerzo porque si dependen del transporte público para llevarlos al colegio o al instituto en otro municipio el niño se tendrá que despertar a las seis de la mañana», detalla Ferrer. En estos casos, Educación asigna una nueva plaza en los centros más cercanos a las viviendas protegidas en un máximo de 48 horas.

Estos niños reciben, además, atención psicológica para evitar las secuelas de lo que han vivido en casa.

Las profesionales insisten en la importancia de este programa. El servicio lleva ya 14 años en marcha y en este tiempo ya han podido comprobar las consecuencias de los malos tratos en los menores. Algunas de las mujeres que atienden ahora son hijas de mujeres que ya acudieron a la Oficina hace años.

Algunos de los agresores de las mujeres que piden ayuda ahora son hijos de antiguas víctimas atendidas en el servicio.

Por primera vez se están encontrando con padres agresores que no quieren que sus hijos reciban atención psicológica. Si hace falta, se pide una orden judicial. Guerra y Ferrer lo tienen claro: lo primero son los niños. Ellos están por delante de todo. Y en todo momento.

Niños que «florecen»

En los pisos no se puede hablar de violencia o de malos tratos delante de ellos. De eso se encargan los auxiliares. Comen todos juntos y cuando surge este tema ellos lo cortan de raíz. «Si hace falta se habla del precio de las lechugas», indica la trabajadora social. La prioridad es que los niños estén bien. «A veces, cuando llegan y los ves, piensas que alguno de ellos tiene algún retraso. Pero cuando pasan una o dos semanas, florecen», comenta la coordinadora de la Oficina de la Dona. «Hablan, juegan y se suben por las paredes», añade con una sonrisa.

Eso sí. La violencia que han vivido, marca. «Ven a dos de las mujeres discutiendo, nada grave, sólo una discusión normal, y se esconden, se meten debajo de la cama. Han desarrollado formas de autoprotección», apunta Ferrer. Guerra asegura que a los menores, sobre todo a los más pequeños, les gustan los pisos de acogida. «Les gusta el espacio, las habitaciones, estar con otros niños y los juguetes», insiste la responsable del servicio, que explica que para muchos de ellos el piso es el primer lugar en el que sienten que tienen juguetes. «El maltratador lo ocupa todo. Todo en casa es suyo, también los juguetes. Son suyos, no de sus hijos. Se los quita, los rompe. Cuando llegan al piso sienten que es la primera vez que tienen algo suyo, algo de lo que son responsables», indica.

Los pisos cuentan con cunas y tronas para los bebés. Y normas especiales para los adolescentes, que, por lo general, son los que llevan peor la estancia en ellos. Si la mujer tiene una amiga íntima que conozca su situación, o padres de amigos de sus hijos con los que tenga confianza, se da un permiso especial para que estos chicos puedan pasar una noche fuera. «Necesitan estar con sus amigos, salir de las viviendas, desahogarse», apunta Ferrer.

Y es que estar en un piso de acogida no es fácil. «Nadie reside en ellos por gusto», afirma Guerra. En este sentido, recuerda que la mayoría de los ingresos programados se efectúan semanas o incluso meses después de que la mujer haya tomado la decisión de salir de un hogar en el que no puede aguantar más. Intentan encontrar otro alojamiento temporal, pero no lo consiguen y aceptan quedarse en uno de los pisos de la Oficina de la Dona.

Convivencia y adaptación

A todas se les ofrece atención psicológica, pero algunas son reacias. No se las obliga. El personal de la Oficina elabora con ellas un plan de trabajo a tres meses, que se revisa pasado ese tiempo y, si es necesario, se amplía. También se crea un plan de ahorro, se controlan los ingresos y los gastos para asegurar que esa mujer, y sus hijos si es el caso, tengan dinero para poder alquilar una vivienda y continuar con sus vidas al salir del centro. Se vigila que los niños estén al día con las revisiones y las vacunas y se procura que las mujeres, ahora que han decidido tomar las riendas de su vida, también acudan al médico. «Es un plan integral», insiste Guerra. «Ingresar en uno de los pisos es un punto de no retorno. Si lo aprovechan todo es una gran oportunidad», afirma Ferrer, que reconoce, sin embargo, que esa sensación de control es «imposible de soportar» para algunas de las mujeres. Por eso tienen quince días de adaptación. Algunas renuncian al recurso, pero Guerra y Ferrer afirman que esta estancia breve, esos días sin violencia, no cae en saco roto.

Las viviendas tienen unos horarios. Estos son flexibles en función de las necesidades laborales de las mujeres, pero hay que informar de ellos: «Tenemos que saber que no les ha pasado nada. Si está previsto que lleguen a una hora y se retrasan, pensamos que les ha pasado algo y llamamos a la policía». Además, tienen que convivir con otras mujeres. Y con sus hijos. «Si llega una con cuatro hijos, pues sí tiene un piso para ella sola, pero si no, hay más gente», detalla la responsable del servicio.

En la Oficina de la Dona les insisten en que no las obligan a ser amigas, pero sí a llevarse bien, a convivir.

En los pisos no se puede consumir alcohol ni fumar. Tampoco se puede invitar a nadie a subir. Esto último no es sólo por seguridad, sino también por preservar la intimidad del resto de mujeres que viven en los pisos, nadie tiene por qué saber lo que están pasando si ellas no quieren. Cada una debe encargarse de la limpieza de su espacio y de sus turnos de comida. En la medida de lo posible, intentan comer todos juntos, en uno de los pisos, en el que se encuentra el comedor común. Y cada día le toca a una de ellas cocinar para todos. La despensa está siempre llena y, si hace falta algo, se lo piden a los auxiliares. La intendencia es una de las funciones de estos profesionales, junto con la vigilancia, servir de paño de lágrimas y marcar las pautas educativas de los niños que están en los pisos. Normalmente todo va bien, pero en más de una ocasión han tenido que echar a alguna de las residentes porque la convivencia no era posible.

Si bien los ingresos son mayoritariamente de urgencia, las salidas son pactadas, planificadas. Con despedida. Para garantizar la tranquilidad de las compañeras que se quedan. «Cuando alguna se va sin avisar se preocupan y preguntan por ella», justifica Ferrer. Tanto ella como Guerra aseguran que las mujeres salen de los malos tratos. El año pasado ninguna de las internas volvió con sus agresores. Al menos a ellas no les consta. Además, defienden que muchas de ellas descubren sus habilidades durante esa estancia en los pisos de acogida. «Son una mina y no lo sabían, no eran conscientes de ello», insiste la trabajadora social.

Una de ellas se reveló como una auténtica chef cuando cocinaba para todas y ahora se gana la vida entre hornos y fogones. Otra de las mujeres víctima de malos tratos que pasó por las viviendas protegidas, una señora mayor que no había trabajado nunca y que huyó de su hogar porque no podía más, ahora es costurera. Hacía los arreglos de la ropa de las demás internas. Así descubrió que el futuro de su nueva vida estaba en sus dedos. Y hace apenas unos días en la Oficina de la Dona apenas podían creer quién entraba por la puerta: una chica dominicana que estuvo en los pisos y que al final volvió a su país. Todas recordaban que uno de sus sueños era ser madre. Llevaba en los brazos a sus dos niños. Y una enorme sonrisa en los labios. «Se sale», confirman Olga Guerra y Tonyi Ferrer.