Lesbos es una isla tres veces más grande que Ibiza. Pertenece a Grecia, pero está prácticamente pegada a Turquía. Esto hace que todos los días miles de personas que huyen de la guerra de Siria atravesando Asia Menor se lancen a la desesperada a bordo de barcas inseguras -que a menudo no saben ni manejar- para atravesar los poco más de nueve kilómetros de mar que median entre una muerte segura y las puertas hacia la salvación.

Dos de las personas que están allí salvando vidas a diario residen en Ibiza. Marcos Chércoles, coordinador del servicio de socorrismo en las playas de Vila, y el argentino Nicolás Miguéiz Montán, que ha ocupado el mismo puesto en el municipio de Sant Josep. Este verano decidieron cambiar la vigilancia de las playas de la isla por las de aquella isla griega, donde descubrieron una realidad aterradora, mucho más de la que muestran las pantallas de televisión.

Proactiva Serveis Aquàtics es el nombre de una empresa cuyo director, Óscar Camps, ha sabido demostrar que la obtención de beneficios no es incompatible con la ayuda directa y real a los demás. Fue así como Camps creó la ONG Proactiva Open Arms (brazos abiertos) para ir a ayudar in situ a la oleada de refugiados que todos los días llegan a las costas de Lesbos.

«A raíz de la foto del niño sirio que apareció muerto en la orilla de una playa, él decidió viajar a Lesbos, porque el tema le afectó mucho», explica Nicolás Miguéiz. «Fueron allí él y otro directivo y nada más llegar ya se vieron envueltos en un rescate. Vieron que hay organizaciones de voluntarios, pero que básicamente solo ayudaban a la gente a desembarcar en la orilla. Se dieron cuenta de que era muy importante actuar dentro del agua, porque allí no había nadie que interviniera, aparte de la Guardia Costera griega y Frontex en casos especiales», relata el responsable de los socorristas de Sant Josep.

«De manera cotidiana llegan embarcaciones que navegan atravesadas, o bien se les para el motor a 200 metros de la costa, y la gente que va dentro se tira al agua, desesperados, porque ven la costa griega tan cerca, que se lanzan al mar, a veces con sus mochilas puestas, porque allí llevan todo lo que tienen», añade.

Además, quienes teóricamente llevan el barco son los mismos refugiados a los que las mafias han entregado una barca sin más. «Los patrones de las barcas son gente como cualquiera de nosotros, que tal vez no han visto el mar en su vida, y de repente les dicen que cojan el bote y vayan en línea recta. Es gente totalmente inexperta que no sabe ni cómo funciona el motor», asegura.

Estas mafias han cobrado a cada una de las 50 personas que suelen agolparse en el interior nada menos que 1.500 euros, «por cada uno de los pasajeros», recalca Miguéiz, quien recuerda que los ferrys que enlazan Turquía con Lesbos para los residentes apenas cuestan 15 euros el trayecto.

En el mes de septiembre, Proactiva Open Arms desplazó a Lesbos a cuatro personas, gracias al capital de 15.000 euros que pudo reunir el dueño de la compañía. «Accedimos a ir allí. No podíamos quedarnos con los brazos cruzados», afirma Marcos Chércoles, que formó parte de esa primera expedición.

«Nuestro modus operandi era subirnos a un punto elevado y desde allí observar la costa turca para tratar de ver cuántos botes salían o iban a llegar para hacer una estimación de a dónde irían a parar. A veces, en el horizonte aparecían 16 botes con 50 personas cada uno al mismo tiempo. Y ves que no puedes ir a por todos», agrega Marcos Chércoles, el jefe de los socorristas de Vila.

«Son 50 personas metidas allí dentro entre niños, mujeres, abuelos, personas en silla de ruedas, mujeres con bebés. Llenan tanto la barca que el límite de flotación baja y enseguida se llena de agua», relata.

La labor de estos hombres, por tanto, no fue aguardar en la orilla para ayudar en el desembarco, sino irse directos al mar para auxiliar a esas lanchas que se quedan a merced de las olas y ante un naufragio seguro. «Subimos y los calmamos, los tranquilizamos, encaramos bien el bote hacia la orilla y luego los desembarcamos, pero a veces se producen complicaciones y tenemos que ir nadando 200 ó 300 metros a buscar un bote que se ha quedado sin motor para remolcarlo», añade.

No se trata de casos esporádicos, puesto que las cifras son estremecedoras. «En un fin de semana de octubre, a la costa norte de Lesbos llegaron 16.000 personas, y en una semana 48.000. Llegan 1.500 ó 2.000 personas cada día, solo en esa isla», indica Nicolás Miguéiz.

Ambos, que han pasado un fugaz descanso en Ibiza, muestran el ordenador portátil en el que llevan los vídeos que ellos mismos graban en algunas de sus actuaciones. Son escenas desgarradoras que muestran en bruto la desesperación de gente que está a punto de ahogarse en el mar, pues se ha hundido su barca. Marcos Chércoles va al mando de la lancha de salvamento y atiende las órdenes de sus compañeros mientras van cogiendo cuerpos del mar:

-«¡Frena Marcos, frena!», le pide a gritos uno de los voluntarios para poder recoger a un náufrago.

-«¡Ese está muerto!», informa el mismo voluntario refiriéndose a otra víctima.

La lancha se acerca luego a un hombre que lleva puesto un chaleco salvavidas y parece inconsciente. Le agarran entre dos para subirlo por la borda de la zodiac y ponerlo a salvo.

-¡Una, dos... tres! y ambos al unísono, cogiéndole cada uno por un brazo, consiguen evitarle una muerte segura.

En otro vídeo se ve una embarcación más grande, tipo golondrina, que acaba de encallar y empieza a hundirse y a inclinarse, estando toda ella cargada de gente. Le faltaban solo cincuenta metros para llegar a la costa.

«Nos lanzaban a los bebés»

«La gente nos lanzaba a los bebés para que los cogiéramos, y a los niños», afirma Miguéiz, quien señala que todas estas escenas han tenido lugar «en días tranquilos, sin mala mar ni viento», pues entonces la situación aún es peor.

Ya en la playa, los voluntarios se ocupan de tranquilizar a los inmigrantes, abrigan a los niños ateridos de frío y tratan de reagrupar a las familias.

La primera vez que fueron a Lesbos, el pasado mes de septiembre, fueron solo con un equipo muy básico: «unos cuantos trajes de neopreno, aletas y un coche de alquiler pequeñito». Al volver, la ONG hizo un esfuerzos para recaudar fondos para mejorar el equipo y el número de voluntarios, y lograron comprar dos motos de agua y dos embarcaciones que ahora van de camino hacia allí. Además, de cuatro se pasó a seis voluntarios, luego a ocho y en breve serán seguramente diez.

«Cuando nos preguntan qué horario hacemos, contestamos que el mismo que hacen las mafias que tenemos en la costa de enfrente», señala Marcos. La diferencia es que esas redes criminales expolian a quienes huyen de la guerra el poco dinero que tienen y se enriquecen con el sufrimiento humano. En cambio, en la costa de enfrente, a solo nueve kilómetros, hay otras personas que se juegan la vida por ayudar a los demás, a cambio de nada. «Si al otro lado le están poniendo un precio a la vida, los del otro lado nos negamos a poner precio alguno». «Nos despiertan a las tres o a las cinco de la mañana cuando estamos en el saco de dormir y nos lanzamos al mar a buscar a alguien. Hay mucha gente que está ahí luchando, porque una vida no tiene precio», explica Marcos.