´La Bella y la Bestia´. El peor de los cuentos posibles. Una bestia, un monstruo, que deja de serlo por amor. Una joven, una mujer, que siente que si él no muta de ogro a príncipe es porque ella no es suficientemente buena. Lo dicho, el peor de los cuentos posibles. Es lo que opina Neus Montero, cuentacuentos, por mucho que Disney haya querido edulcorarlo. «En el cuento original la Bestia acaba comiéndose a la Bella», afirma Montero, que apunta a Barba Azul como el cuento clásico en el que la violencia machista está más presente y recomienda, a los adultos, la adaptación de la novelista belga Amélie Nothomb.

Montero alerta sobre dos cuentos de hadas clásicos: Blancanieves y la Bella Durmiente. «Por el rol pasivo de la mujer. No hacen nada.

Esperan, dormidas o inconscientes, a que llegue el príncipe, el macho alfa, y las despierte. Además, no las conoce de nada, solo las ha visto en ese estado, ni siquiera puede estar enamorado, son un mero trofeo», explica la cuentacuentos, que recuerda que los cuentos se utilizan para enseñar a los niños los roles de los adultos. Montero alerta, incluso, de las historias en las que, aparentemente, ellas son las heroínas y adoptan un papel activo: «Fíjate en ´Mulan´, por ejemplo, no actúa como ella misma, para ser una heroína tiene que actuar como un hombre y también se casa con el príncipe. En la historia real, Mulan acabó como concubina de un señor de la guerra». En este sentido, preferiría a la Miranda de ´Brave´: soltera, despeinada y despreocupada por su aspecto. Aunque también princesa.

Merlín contra Morgana

«Ellas tienen que ser siempre princesas y, además, cuando destacan por alguna otra cosa, cuando desempeñan un papel más activo es con el objetivo de ser mejores para el hombre», protesta. De hecho, destaca que las únicas mujeres realmente activas por sí mismas en los cuentos son las brujas que, por lo general, son las malas. Montero echa la vista atrás para poner un ejemplo de cómo, un hombre y una mujer, con los mismos poderes y conocimientos mágicos, desempeñan un rol diferente: «Merlín y Morgana. Los dos son hechiceros. Él es un personaje positivo. Ella negativo».

Y más atrás aún, en las historias de la mitología clásica el arquetipo de mujer caprichosa y celosa se lleva hasta el extremo. Por muy diosas que sean. Eso por no mencionar el papel que juegan las mortales, a las que héroes, dioses y semidioses, generalmente, utilizan. Bien para el sexo, bien para engordar su ego.

El sexo. El sadismo sexual que se esconde en los cuentos. Es uno de los aspectos que más molestan a Montero. La desigualdad que hay detrás de ello. «Cuando a un hombre le pasa algo malo en un cuento, lo explican. Y punto. Cuando es una mujer a la que le pasa algo malo, se ceban con los detalles. Ellas siempre acaban peor que ellos», apunta. Señala, por ejemplo, cómo se pormenoriza el final de la madrastra de Blancanieves -«el príncipe pide que calienten unos zapatos de hierro al rojo vivo y que baile hasta que muera»- o de las hermanastras de la Cenicienta -«se cortan los pies para que les quepa el zapato y luego las convierten en criadas»- en las versiones originales.

La cuentacuentos es especialmente combativa con Disney, sus princesas y lo que ocurre después de que las niñas hayan visto las películas. Cuando quieren ser Elsa, o Bella, o Cenicienta, o Aurora y suplican a sus familias que les compren esos packs que, entre otras cosas, incluyen siempre unos zapatos de tacón (pequeño, pero tacón) y algo de maquillaje. «Se hipersexualiza a las niñas. Y son solo niñas. Eso no ocurre con los niños», critica la cuentacuentos, que alerta de la principal y más perversa consecuencia: la idea de que una mujer tiene que ser «dulce, sumisa y débil» acaba calando en las pequeñas cabecitas.

Cuentacuentos responsables

Neus Montero hace hincapié en la «responsabilidad» de los cuentacuentos para no reproducir esos roles machistas. «Se pueden explicar cuentos clásicos, pero siempre de manera que hagan pensar a los niños», matiza. «Si estás con Cenicienta, por ejemplo, les tienes que ir preguntando si les parece bien lo que está pasando y cómo se comportan todos los personajes, para que ellos mismos saquen sus conclusiones», añade. Montero insiste: «Yo soy feminista todo el tiempo, no lo puedo evitar. Y no voy a contar cuentos que vayan en contra de las mujeres o que puedan perpetuar esa idea de que todas tienen que ser princesas».

Ellas y ellos. Ellos y ellas. ¿Y ellas y ellas? Montero guarda en su inmensa biblioteca de cuentos historias de mujeres que se ayudan, viven experiencias juntas y se enamoran. Como ´La joven durmiente y el huso´, de Neil Gaiman, una versión de ´La bella durmiente´ en la que una intrépida guerrera en busca de aventuras recorre el camino en el que han perecido decenas de hombres para despertar a la inconsciente, que vuelve a la vida con ganas de descubrir el mundo. O, para los más pequeños, ´Titiritesa´, de Xerardo Quintià, uno de sus favoritos. La historia de una princesa que se «refocila» jugando en los charcos, se hincha a azúcar, sueña con recorrer el mundo con un caballo azul, se encuentra con otra princesa, Wendolina, a la que tiene presa un monstruo llamado Zamposiete Deunbocado, duermen juntas y todo acaba en boda. Con dos novias y una reina a la que le dan siete vahídos. «No hay que esperar un príncipe», concluye Montero.