­Las reservas hídricas de Ibiza descendieron en junio hasta el 29%, el peor dato en ese mes de la última década, según las estadísticas aportadas por la dirección general de Recursos Hídricos de la conselleria balear de Agricultura, Medio Ambiente y Territorio. En relación al pasado año, los acuíferos ibicencos están cinco puntos porcentuales más vacíos.

La gráfica de la estadística del Govern permite contemplar sobre el papel los estragos que desde hace 10 años causan tanto la sobreexplotación de los recursos hídricos como la sequía. Hace una década los acuíferos de Ibiza estaban al 49%, mientras un año más tarde subieron al 70%. Luego, en 2007, cayeron al 57%, para mantenerse alrededor de ese porcentaje hasta 2010, cuando bajaron hasta el 38%. El pasado año descendieron al 34%.

Aun así, ese 29% de junio no es el peor dato de los últimos años. En julio y agosto de 2014 se tocó fondo con un 25 y un 24%, respectivamente. No obstante, y salvo que un aguacero lo impida en agosto, todo hace pensar que esos mismos meses de este año tendrán unos porcentajes aún inferiores.

Entre los acuíferos, el que se encuentra en mejor situación es el de Sant Antoni, pues está al 73%. Los demás están casi secos. El de es Canar estaba en junio al 38%, mientras que el de Cala Llonga (Santa Eulària) rondaba el 24% y el de Jesús el 26%. En Roca Llisa no superaba el 19%. El peor de todos es el de Sant Agustí, donde se halla al 6%. No obstante hay que tener en cuenta que ese porcentaje no indica que el agua que contenga sea totalmente dulce. De hecho, lo más probable es que buena parte esté salinizada.

La situación en Formentera es un poco mejor, con las reservas hídricas al 39%. La media de Mallorca es del 60% y la de Menorca del 71%.

1.000 € en camiones de agua

Los estragos de la sequía y de un abastecimiento deficiente del agua se están dejando notar con especial gravedad en la zona de Sant Jordi. Ni siquiera hace dos años, cuando se paró el suministro por las reparaciones en el depósito de ses Eres, los vecinos han vivido una situación tan dramática como la actual. Ya es habitual que de sus lavavajillas extraigan vasos a los que la sal deja tan blancos que parecen de alabastro. Los platos salen con costras blancas. Los cubiertos, oxidados.

En el bar Can Sala ni siquiera pueden poner en funcionamiento su propia planta de ósmosis inversa: «El agua que sale del grifo es tan mala que ni siquiera puede tratarla», aseguraba ayer Sergio Orvay, su propietario. Para poder limpiar su establecimiento y su vajilla y para poder cocinar se ha visto obligado a contratar camiones de agua potable. La broma le sale a 1.000 euros al mes (240 euros por cada camión).

En la panadería Forn es Blat recurren «al agua de garrafa» para preparar su pan y sus bollos: «Lo que sale del grifo es sal pura», se quejaba ayer Juan Costa, su dueño.

En el bar Can Tixedor reconocían, como en Aqualia, que lo importante «es que al menos salga agua». Óscar Muñoz, su copropietario, tiene «miedo de que haya cortes del suministro y al final haya que traer el agua con camiones», como ya hace su vecino de Can Sala. Está acostumbrado a que del grifo salga un líquido que deja blancos sus vasos, por lo que suele calcular cuánta sal añade al lavavajillas para equilibrar el resultado.

En la frutería S´Hortet Verd, la dependienta Carmen Barca muestra la parte oxidada de la pila de acero, «ya irrecuperable», pero advierte de que es aún peor que «a veces solo corra un hilillo de agua. Hay poca presión».

Uno de los pocos lugares de Sant Jordi con agua dulce es la iglesia. Su cura, Pedro Miguel López, la extrae del pozo anexo, conocido popularmente como el de Ca Mossenyer, situado frente a la farmacia. «Tiene mucho hierro y mucha cal, pero es dulce», se consuela el religioso. Aun así, López sí ha notado cómo ha bajado el nivel freático un metro. Con esa agua llena la pila de agua bendita, a la que, paradojas de la vida, echa una pizca de sal «para que no se corrompa».