(Noticia publicada en Diario de Ibiza el 13 de enero de 2008). Ya desde niño Lluís Güell (1945-2005) destacaba por su creatividad y siendo adolescente dos nacimientos suyos no fueron admitidos en un concurso navideño en su Banyoles natal «porque era evidente que habían sido hechos por un artista», recuerda su amiga Alba Pau. Nunca pasó inadvertido: realizaba los carteles del seminario, escenografías de obras de teatro, murales, portadas de revista... En 1963 creó un polémico cáliz de orfebrería con vidrio de Murano que fue consagrado por el abad de Montserrat porque el obispo de Girona se negó a hacerlo. En su juventud participó en diferentes acciones de arte de vanguardia, fundó el grupo Presència 63 y participó en diferentes exposiciones colectivas, además de colaborar en las obras del Teatre Experimental Independent (TEI) de Banyoles. A finales de los 60 y principios de los 70, con apenas 25 años, ya era un artista conocido en Cataluña. En esa época comenzó a diseñar espacios, como La botigueta de la Cort Reial, en Girona, y las discotecas l´Envelat del Follet, en Olot, y Saint Trop (que él llamaba Saint Trip) en Lloret de Mar. La primera fue destruida y la segunda consumida por las llamas.

Esa fama como interiorista es la que le trajo a Ibiz, donde en una década hizo Es Paradís, Café del Mar y el Summum, además de otras que han desaparecido y de diversas actividades como pintor y escultor, como una carpeta de obra gráfica y poemas junto a Francesc Parcerisas, también afincado entonces en la isla. Es la época de sus happenings en la feria ARCO del 84, donde además expuso una colección de esculturas pop cargadas de erotismo con la galería Es Molí de Santa Gertrudis.

El crítico ibicenco Mariano Planells, que le acompañó en aquel viaje, le recuerda como un personaje «muy divertido y sibarita, que adoraba el cava», y le encuadra en el grupo de artistas de la neo-figuración catalana que entonces poblaba Ibiza y que, en general, afirma, «estaban bastante sobrevalorados».

En 1987 llega a Alemania en un viaje quele cambiará la vida. Tenía varios encargos, el primero la discoteca Das Monument de Stuttgart, y después iba a viajar a Nueva York, pero un cáncer le obliga a permanecer largos meses en el hospital. De aquella experiencia nace ´Meine kranken´ (´Mis enfermos´), una serie de retratos a otros ingresados en el centro en los que emplea material quirúrgico, vendas y esparadrapos.

En 1990 regresa a Cataluña y comienza una etapa en la que combina algunos encargos para tiendas y lugares públicos, como la iluminación de la plaza del mercado de Tortellà con farolas que semejan grandes cucharas, con una obra más íntima en la que recupera la pintura. Pasa largas temporadas en una casita en Falgons y experimenta con lo que le rodea.

El joven artista prometedor de los 70 pasó casi desapercibido en la etapa final de su vida, como explica Toni Álvarez de Arana, comisario de la exposición ´Lluís Güell. El gran desconegut´, que tuvo lugar el año pasado en Girona, en el catálogo de la muestra. El creador se había apartado del mercado artístico y, en cierto modo, de la sociedad.

En sus últimos años no volvió a Ibiza. En 1996 se había sorprendido de encontrarla «tan degradada» y en una entrevista en es Diari se mostraba desencantado con el camino que había emprendido: «Si hace años una ardilla podía ir de árbol en árbol desde los Pirineos hasta el Sur, hoy cualquier mico puede ir desde Huelva a Port Bou por las palmeras de estos horribles paseos. Este tipo de arquitectura es deshumanizadora».