A Juan Dorado no le importa que a su hijo Javier le den miedo los globos, los perros y los niños pequeños; Karla Mora presume de que su hermano Marco es «igual que todos aunque un poco más especial» y a Tatiana Ferrín se le iluminan los ojos cuando explica que Pedro, con tan solo cuatro añitos, es capaz de pedirle ayuda y de comerla a besos. El autismo no le ha impedido a Javier, Marco y Pedro ser felices ni llevar «una vida normal». Este es el mensaje que transmitieron ayer Dorado, Mora y Ferrín en una mesa redonda celebrada ayer en Sa Residència con motivo de la primera edición de las Jornadas sobre concienciación del autismo, organizadas por la Asociación Pitiusa de Familiares de Personas con Enfermedad Mental (Apfem) y por la Fundación Vilás.

El primero en romper el hielo fue Dorado, que quiso contar la historia de Javier, de 24 años, «desde el principio». «En los primeros meses de vida de mi hijo él no hablaba. Mi mujer y yo nos dimos cuenta de que algo no funcionaba. Los médicos decían que era un problema de oído, pero tras una operación y varias pruebas en Palma el problema continuaba», relató Dorado, que explicó que el diagnóstico de este trastorno generalizado del desarrollo llegó «por fin» cuando tenía cuatro años: una psicóloga les informó de que su hijo tenía «un probable autismo». «Yo no sabía qué era eso ni tampoco nadie de mi entorno», reconoció el padre de Javier. Casualidades de la vida, pocos días después de la cita con la psicóloga cayó en sus manos una revista que incluía un reportaje sobre el tema y se dio cuenta de que los síntomas de su hijo encajaban con los del autismo. «Javier era un niño muy movidito, no paraba ni un momento», aseguró su padre, que destacó que el periodo escolar de su hijo transcurrió con normalidad gracias a sus compañeros, «que eran muy buenos y no se burlaban de él».

Sin embargo, el carácter de Javier cambió a medida que iba creciendo, se convirtió en un chico introvertido que ya no bromeaba como antes con la gente. «Hasta los diez años él se iba con todo el mundo, era muy gracioso, pero a partir de esa edad comenzó a encerrarse en sí mismo», explicó Dorado. «Aunque a mí me lo sigue contando todo y soy el único que puede estar en el comedor», presumió su padre, que añadió que las aficiones de su hijo son la música y los ordenadores. «Cuando Javier me pregunta si un sonido es agudo yo le digo lo que me parece. Si le respondo que no lo sé, me dice que le diga alguna tontería y ya», bromeó Dorado. En cuanto al futuro, señaló que lo ve «mucho mejor que antes», sobre todo porque los profesionales son «encantadores».

Ferrín tomó la palabra con menos optimismo que Dorado pero con la misma valentía, ya que reconoció que el peor día de su vida fue cuando le dijeron que su hijo, que entonces tenía dos años, padecía autismo. «Me hubiera gustado conocer esta palabra de boca de un profesional porque en el día a día la respuesta me la daba mi hijo», aseguró Ferrín, que recordó con tristeza de qué manera Pedro saltaba y cantaba hasta que cumplió dos años. «A partir de ahí enmudeció y dejó de mirarme a los ojos», lamentó la madre, que se sentía desamparada al no saber qué le ocurría a su pequeño. Esta situación cambió cuando Pedro empezó a ir a la escuela. «Los profesionales me dieron la alerta máxima y enseguida supieron lo que le ocurría a mi niño», apuntó Ferrín, que averiguó entonces que su hijo «seguía unas rutinas». «Pedro no jugaba, hacía siempre lo mismo», detalló. «Yo aún lloro por las esquinas, aunque Pedro ha conseguido muchos logros. Además, es mi modelo porque es muy guapo», expresó la madre. «Además, no quiero que sea astronauta, que sea Pedro y que sea feliz», concluyó Ferrín.

Para terminar, Mora leyó una carta que escribió antes del coloquio para describir cómo es tener un hermano mayor con autismo. «No recuerdo cuándo empecé a ser consciente de lo que le ocurría a Marco. Me acuerdo de que él se dedicaba más de una hora semanal a jugar con un tutor, mientras que yo tenía que resolver mis problemas de matemáticas», contó Mora. Con el paso del tiempo se dio cuenta de que su hermano era «diferente» y de que su vida no era tan divertida como creía, ya que tenía que soportar las «miradas con prejuicios» de la gente. «Hay que saber mirar más allá», sentenció Mora, con la voz entrecortada.