Al hablar de las aguas y los pozos de la isla, conviene advertir que después de las aportaciones que han hecho al tema, entre otros, Joan Marí Tur, J. Ferrer, Joan Marí Cardona, M. Ferrer Clapés, Felip Cirer, A. Ferrer Abárzuza y, sobre todo, Joan Josep Serra Rodríguez, es muy difícil decir nada nuevo. Dicho esto, si traigo el tema a colación es sólo por la imperiosa necesidad que tenemos de redescubrir este ignorado, pródigo y mágico mundo de nuestras aguas interiores que hoy, por el abuso que hemos hecho de ellas, estamos dejando que se arruine.

Es cierto que se han recuperado algunos pozos, se han adecentado algunas fuentes y se ha reconstruido alguna noria, pero a nadie se le escapa que se ha tratado casi siempre de intervenciones exteriores o estéticas para reconstruir esos maravillosos camarines empecinadamente encalados que protegen los pozos que, desafortunadamente, las más de las veces, en su hondura están secos. Estas iniciativas serán siempre encomiables, pero, ante la imposibilidad o dificultad de abordar la recuperación integral del increíble patrimonio hidrológico que hemos heredado y hubiéramos debido legar a las futuras generaciones, se limitan a salvaguardar un arquetipo arquitectónico que es lo único que ahora tenemos.

De la importancia cualitativa -y también cuantitativa- de estos pozos tenemos una buena muestra en el inventario de 250 ejemplares -entre pous, fonts, qânats y aljubs- elaborado por J. J. Serra Rodríguez que, no obstante, nos advierte que recoge únicamente una selección representativa que, por criterios de tipología funcional, excluye elementos como las norias y los molinos -molins aiguaders- que extraen el agua con la fuerza del viento y que tan comunes son en el Pla de Sant Jordi. El mismo autor comenta que «resten molts d´exemplars d´interés sense inventariar». Se trata, por tanto, de un patrimonio sustantivo que para otras geografías sería un auténtico lujo y que nosotros, incomprensiblemente, estamos dejando que desaparezcan.

Uno de los cambios que más sorprende cuando comparamos los días que vivimos hoy con aquellos otros que conocimos en una isla preturística y anclada en el viejo mundo, es el agostamiento que en las últimas décadas han sufrido los recursos hídricos insulares. Y si tal hecho sorprende es porque Ibiza era, con diferencia, la isla del archipiélago balear con más acuíferos en su subsuelo. Santa Eulalia del Riu no le debe su apellido a la casualidad o al capricho, sino al hecho de que las aguas que bajaban desde las tierras altas de Balàfia y se alimentaban de pequeñas correntías -torrents de Basora, d´en Vildu, de ses Murtes, des Verger, des Garrovers y de Labritja- nunca se habían secado. Viejas fotografías nos recuerdan con qué fuerza se descolgaba el agua por los ojos del Pont Vell de Santa Eulària y cómo, junto a la mítica Font d´en Lluna, se bañaba la chiquillería en las balsas que formaban algunas hoyas en el lecho del río. Y en algún otro daguerrotipo también vemos molinos de agua o de tracción hidráulica, caso del Molí d´en Planetes que hoy tenemos restaurado al pie del Puig de Missa.

Molinos de tracción hidráulica los tuvimos, también, en Buscastell, en el Torrent des Jondal y en el Torrent de Balansat. Y en el Pla de Vila convergían más de 100 feixes o huertos en un formidable humedal que recogía el agua que bajaba desde las montañas, regaba pequeños cultivos con un ingenioso sistema de canales, compuertas y drenajes, además de crear un paraíso para las aves y frenar la salinización en las acequias que desaguaban en la bahía. Y en la geografía interior también afloraba el agua copiosamente, a veces en lugares insólitos como en es Pou des Lleó, cala d´Espart, s´Estanyol, Illetes y en muchos otros puntos del litoral donde los pescadores hacían aguada. Se daba incluso el caso sorprendente de manantiales que brotaban en las mismas arenas de las playas, caso del que conocí en Portinatx. El mar lo cubría en sus ascensos, pero lo veíamos como un auténtico milagro cuando las aguas se retiraban.

Es Canaret

Y recuerdo asimismo fuentes en los lugares más altos de la isla, en sa Talaia, Balàfia, Labritja, Morna y Atzaró. En la zona de es Canaret, por ejemplo, hubo un manantial que nacía casi en la misma cima de una montaña. Y algunos manantiales brotaban gruesos como el brazo de un hombre. Así los vi en Xarraca y Balansat, donde crecían frondosos naranjales entre pequeñas cascadas. Y un testimonio definitivo, en fin, de aquella riqueza hídrica de la isla lo tenemos en los pozos innumerables que todavía encontramos desperdigados al tresbolillo en los campos. Las cosas, sin embargo, han cambiado mucho desde entonces. Hemos ido olvidando las fuentes porque se han secado. Y del río de Santa Eulalia sólo nos quedan carrizales que señalan su antiguo cauce. He seguido su lecho en algunos tramos y hoy es sólo un hundido y asilvestrado sendero de guijarros con algún pequeño charco en el que, entre las cañas, si tenemos suerte, algunas ranas nos regalan aún los oídos. Otro día hablaremos con más detalle de pozos, fuentes y manantiales que, aunque parezcan una misma cosa, tienen muy distintas historias y tipologías.