Si ya es doloroso el trance de perder a un ser querido, aún lo es más que en el momento del último adiós, en pleno cementerio, se produzcan escenas chapuceras como la que se vivió el pasado miércoles en el camposanto de Sant Agustí. Sencillamente, el ataúd no entraba en el nicho, por lo que, en presencia de un centenar de familiares y demás deudos del fallecido, los operarios estuvieron una hora y media serrando los laterales de la caja fúnebre y forcejeando con ella para que entrara en ese espacio.

Todo comenzó, según explicó a este diario Damon Fernández, hijo del fallecido, a la salida de la misa y una vez que los familiares habían recibido ya el pésame de los asistentes. En ese momento, el encargado de Pompas Fúnebres se dirige a él para comunicarle: «Hay un problema: las medidas del nicho son demasiado pequeñas para introducir el ataúd». La anchura del féretro era cinco centímetros mayor de la habitual, pues el fallecido era un hombre de gran corpulencia: pesaba 120 kilos y medía 1,85. El nicho medía 70 centímetros de ancho y la caja, 75.

Este empleado afirmó que cabía la posibilidad de devolver el cuerpo a la funeraria mientras se buscaba una solución, o bien serrar los laterales de la caja.

Perplejo y sorprendido ante la situación, Fernández optó por la segunda posibilidad: «Nosotros lo que queríamos era zanjar esta situación en ese momento, sobre todo teniendo en cuenta que nos dijeron que apenas tardarían entre diez y veinte minutos», explicó.

Sin embargo, no fue así. Los trabajos se alargarían una hora y media «que no parecía acabar nunca» para el centenar de personas que aguardaban frente al nicho. Con la ayuda de una sierra radial y una segueta, el sepulturero y un ayudante, tres operarios de Pompas Fúnebres y un familiar carpintero del fallecido, iban eliminando las molduras laterales para que encajara en el receptáculo, pero no lograron su propósito con la rapidez deseada. «Estuvieron todo el rato metiendo y sacando el féretro, que seguía quedándose atascado a medio camino», explicó Fernández.

Mientras duraban las operaciones, y en medio de una sensación generalizada de incredulidad y bochorno ante lo que estaba pasando, el sepulturero llamó a la concejala de Cementerios del Ayuntamiento de Sant Josep, Manuela Quintas, para explicarle la situación. «Me acercó el teléfono en manos libres y oí cómo ella decía textualmente que eso era vergonzoso e inadmisible», relató el hijo del fallecido.

«Estaban avisados»

Finalmente, y tras muchos esfuerzos, el ataúd pudo entrar en su alojamiento y se procedió a dar cristiana sepultura al finado.

Los familiares, indignados por lo sucedido, consideraron incomprensible que en el cementerio de Sant Agustí no existan nichos de un tamaño mayor al estándar, como hay en los demás camposantos, para albergar a personas de mayor altura o corpulencia. «Estaban avisados de que el ataúd era más grande», afirma Damon Fernández, quien considera que «esto es algo que no puede volver a suceder en el futuro», por lo cual se entrevistó pocos días después con la concejala.

El sepulturero, Juan Antonio Santos, confirmó además que no es la primera vez que un cadáver de mayores dimensiones de lo habitual no puede quedar inhumado en Sant Agustí, por falta de instalaciones adecuadas, y se ha de llevar a Sant Josep. «Ha sucedido dos veces en ocho o nueve años», explicó a este diario, aunque llegar al extremo de tener que serrar el féretro en presencia de los deudos «no se había producido nunca hasta ahora», reconoció. Se da la circunstancia de que el sepulturero ya había advertido hace seis años al Ayuntamiento de Sant Josep de que debían instalarse algunos nichos grandes en Sant Agustí. Pero las obras que se hicieron acto seguido no tuvieron en cuenta esta petición y los únicos nichos que se construyeron fueron de medida estándar.