La triste e inesperada noticia de la muerte de Sola, artista policreativa y persona encantadora, nos pilló a un buen grupo de amigos y colegas reunidos en el jardín del Supermercat de l´Art, convocados por Carles Fabregat. Hacía sol y la vida del nuevo año pujante dolía por el contraste.

Cuando volvía a casa, me acordé de un poema propio de un libro inédito, ´Alice Carroll y Peter Pan venden piso en Ibiza´, en el que contaba un caso parecido, aunque inventado, en el que reflexionaba sobre lo incongruente que parece la muerte en esta isla para los que vinimos de jóvenes (artistas, hippies y disidentes varios). Titulado, con guiño a Hemingway, ´¿Por quién doblan las campanas?´, contaba el entierro, extraño por la gente que asistió a la iglesia de Sant Carles, de una hippy alemana de nuestra generación. Y meditaba sobre lo duro que resultaba morir en el lugar que creímos paraíso eterno, nuestro Shangri-La particular. Poema que cerraba con estos versos: «No se le iba de la cabeza el cuadro/ de la iglesia, el pésame, el cementerio/ y el dolor incómodo que sentían todos./ Ni que en Ibiza estuviera prohibido envejecer».

Desde luego, y no sólo porque uno también lo fuera un mes (con motivo de mi jubilación), celebro la idea de la Biblioteca Municipal de Vila, en Can Ventosa, de honrar a los escritores que cumplan alguna efemérides redonda con el título de ´L´escriptor del mes´. Pretexto que le sirve a la entidad que tan bien dirige Fanny Tur para mostrar su obra y algunos recuerdos personales. Y me alegro particularmente que el autor elegido para este enero sea uno de los poetas que más me gustan de su generación, la del 50: el asturiano universal Ángel González (Oviedo, 1925 - Madrid, 2008), de quien se cumplen 90 años de su nacimiento en este 2015. Un autor de amplia y celebrada obra, al que conocí en mi Rota, pues en los veranos solía pasar allí algunos días para ver a algunos queridos amigos colegas, como Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes o Benjamín Prado. Un tipo estupendo, de fina ironía, amistoso trato y amplía y rica cultura. Su poesía llega, directa y sin trucos retóricos, a todo tipo de lectores, como he comprobado en mis recitales de obra ajena. A ver si la amiga Fanny complementa el homenaje con una lectura de sus versos. Si lo hace, puede contar conmigo. Colaboraría encantado.

Entre las novedades discográficas que se están anunciando para este año, la que más me ha llamado la atención (como a tantos) es el nuevo trabajo de estudio de Bob Dylan, ´Shadow of the Night´, en el que hace una lectura muy suya de algunos temas viejos y poco conocidos de Frank Sinatra, ´La Voz´. Y por lo poco que he oído (Diego Manrique puso uno en la SER), la cosa tiene su gracia e interés; y no sólo por el contraste entre los mundos estéticos y éticos que ambos representan, sino por el cariño y buen hacer que ha puesto el poeta del folk-rock por acercarse al estilo genial del crooner por excelencia. Un regalo ideal para los amantes de ambas figuras, entre los que me encuentro. Igual es por aquello de que los extremos se tocan, pero la iniciativa merece un aplauso, también, por lo que tiene de simbólica. Por cierto, la noticia se complementa con otra que también es destacable: Dylan ofrecerá un concierto en Madrid el próximo febrero. Ojalá pueda verlo. Voy a intentarlo con ganas.

Junto con otros libros de interés, de los que ya he hablado, o lo haré, en estas páginas, el trabajo que más y mejor me ha acompañado en las pasadas (al fin) Navidades ha sido ´El exilio imposible. Stefan Zweig en el fin del mundo´ (Ariel), de 413 apretadas páginas bien servidas de información y opinión sobre el gran autor austriaco. Una especie de ensayo biográfico de un escritor joven, también judío (olvidé apuntar su nombre antes de llevarlo a la Biblioteca; soy un despistado, búscalo en Google), que ofrece una amplia y completa visión sobre la vida y la obra del autor de tantas estupendas novelas, biografías y otros géneros (incluida la poesía), uno de los que frecuento desde hace tiempo sin que nunca me haya defraudado. Ah, que lo olvidaba: justo antes de la lectura de este libro, me metí con otro sobre la correspondencia que el autor de ´Carta a una desconocida´ mantuvo con Joseph Roth, de quien apenas he leído nada aún, pero que, por lo que cuenta el propio Zweig y me dicen algunos aficionados, merece también la pena leer. Me pondré a ello pronto. Pero es que hay tanto bueno por ahí; y como debería escribir más mis cosas...