Como la ocasión merecía, el decimoquinto aniversario de la sonada declaración de Patrimonio de la Humanidad a varios bienes de evidente mérito de Ibiza y Formentera, ha tenido un notable programa de festejos. Estupendo, sí, pero sería más de agradecer que se aprovechara la efemérides para mejorar el cuidado y mantenimiento de tan ilustres bienes, históricos o naturales, que deja bastante que desear en algunos casos. Basta tener los ojos abiertos para verlo, algo que algunas de las anteojeras políticas locales disimulan electoralmente sin complejos.

Cómo pasa el tiempo... Tengo bien claro el recuerdo de aquel día de diciembre de 1999. Por una circunstancia laboral confusa, no fui a Marrakech a cubrir la cosa periodísticamente, pero la sufrí en la redacción del medio en el que uno trabajaba entonces, Última Hora, con páginas y más páginas sobre el evento histórico; tantas que el tema ya me tenía aburrido. A destacar, si mal no recuerdo, la poco frecuente unanimidad de la izquierda y derecha para empujar juntas en la misma dirección. Un ejemplo que debería darse con más frecuencia. Todos saldríamos ganando.

Si hay una fiesta que me pone de los nervios, esa es la Navidad. Su reclamo de alegría, armonía, paz y buenos sentimientos universales son de lo más irritante a nada que le des al sentido crítico sobre justicia social; y sobre el descaro del mercado para que gastemos el oro y el moro con tantas y tantas tentaciones publicitarias sin medida. Buff, es de la época del año en la que me pongo más contento de no tener hijos. Pobres padres, sí; especialmente, tal es el caso de muchos en estos jodidos tiempos de desigualdades sociales, los que apenas tienen para cubrir las necesidades básicas. Y luego (es lo que uno más lamenta) está esa nostalgia inducida hacia los viejos tiempos, cuando uno era un niño feliz en una familia unida, festiva y generosa. Semejante acoso a los solitarios, como si fuéramos culpables de algún pecado de rebelión, no es muy cristiano que digamos. Y, encima, tenemos que disimular ante la grey, no vaya a ser que las familias ´decentes´ se puedan molestar por nuestra libre y modesta disidencia. Eso sí, me cuesta sudores cantar villancicos.

No falla, cuando se acercan las elecciones es cuando a los políticos con poder en plaza les entra la prisa por inaugurar. Y menos mal que ya no pueden hacerlo más allá de los tres meses de la cita, si no estoy informado mal. En fin, es lo que hay, y no creo que a estas alturas de la película engañen a nadie. El juego es tan viejo como la sufrida democracia que gozamos y padecemos, ya seas de los satisfechos o de los enfadados. En cualquier caso, me alegro de la reciente inauguración de la tan necesaria restauración y reformas del modesto Observatorio de Puig des Molins. Ya era hora. Lo que no tengo tan claro es si, con la zona ya tan habitada, será fácil observar desde allí las estrellas, como sí lo sería cuando fue construido en lo alto de esa colina de los muertos antiguos. Un lugar, por cierto, cerca de donde estaba la casa payesa en la que Rafael Alberti y su amante María Teresa León vivieron unas semanas antes del inicio de la Guerra Civil. Como nos recordó el poeta cuando volvió a la isla en 1986, una frondosa higuera en la que se refugiaron cuando los nacionales fueron a buscar a la pareja, le salvó la vida. Loada sea la naturaleza cómplice.

Y hablando de poetas, de uno de mis favoritos es la recomendación de esta semana: la ´Poesía completa´ de Walt Whitman, de la que acaba de salir a la venta en Galaxia Gütemberg/Círculo de Lectores una nueva y hermosa edición bilingüe con traducción de Eduardo Moga. Todo un regalazo para los buenos lectores de poesía. Lástima que uno no crea ya en los Reyes Magos ni en Papa Nöel. Con mucho gusto se lo habría pedido en la carta; aunque tengo ya varias ediciones de la obra poética y en prosa del autor de ´Hojas de hierba´, uno de mis mejores amigos muertos, al que debo mucho; entre otras cosas el que me enseñara a ser libre y me atreviera a ser yo mismo en los duros años franquistas de mi juventud. Por ejemplo, para compensar la humillación y las putadas, me llevé al campamento del cordobés Cerro Muriano, en el que uno sufrió un caluroso verano la instrucción militar, su vitamínico y genial ´Canto a mí mismo´, que tanto me reconcilió con la vida. Lo guardaba en el bolsillo del pantalón de faena y, en cuanto podía, me subía a un cerro a leerlo, para así volar lejos del deprimente ambiente que me rodeaba. Muy recomendable.