­ Ante tres tipos «de extraña indumentaria, tocados con largas melenas y luengas barbas» que le apuntaron con dos fusiles Mauser y que le colocaron un cuchillo en el gaznate, el patrón Bartomeu Monserrat Bruguera no se lo pensó dos veces: puso la balandra ´Santa Eulalia´ rumbo a Argel, tal como le exigían aquellos fugitivos. La escena ocurrió hace 75 años, el 20 de octubre de 1939, y la relata Francisco Javier Pérez de Arévalo en su tesis recientemente publicada ´Los faros de Balears durante los conflictos bélicos contemporáneos´, en la que aporta documentos inéditos que detallan lo sucedido. Aquellos tres hombres harapientos y de aspecto desaliñado eran Marcos Torres Colomar, Juan Torres Torres y Antonio Ferrer Marí, a los que poco después se uniría un cuarto, José Colomar. Huidos tras la caída de la República, llevaban varios meses ocultos en las montañas y cuevas de Ibiza y su propósito era escapar a Argelia, una gran evasión para la que idearon un arriesgado y espectacular plan: el secuestro de la barca que regularmente abastecía al faro de Tagomago.

El farero, Guillermo Adrover, fue el autor de aquella meticulosa descripción de los tres hombres que el 20 de octubre de hace 75 años protagonizaron aquel episodio, según consta en un informe hallado por Pérez de Arévalo en las oficinas de Obras Públicas en Ibiza titulado ´Atraco al personal del faro de Tagomago´. Adrover y su compañero, S. Gaforio, fueron encañonados en el islote de Tagomago por dos hombres que portaban fusil Mauser, mientras un tercero esgrimía un largo cuchillo. Fueron cacheados, encerrados en una caseta varadero y advertidos de que cualquier intento de fuga sería atajado con una cuchillada. Uno se quedó a su cuidado mientras los otros dos se ocultaron a la espera de la llegada de la barca ´Santa Eulalia´, que ya estaba apenas a milla y media del embarcadero de Tagomago.

De Cala Mestella a Argel

Iban a bordo de la ´Santa Eulalia´ Bartomeu Monserrat y los marineros Andrés Guasch, Juan Boned Serra y Juan Palerm Juan, que fueron asaltados en cuanto, tras atracar, se disponían a transportar al faro los víveres. No les quedó más remedio que obedecer ante la perspectiva de que los reventaran a balazos: «Bajo pena de muerte», según la narración efectuada por el patrón 11 días más tarde. Una vez cargaron cuatro latas de petróleo, una garrafa de agua, sacos de ropa, comida y 25 litros de gasolina, los tres asaltantes obligaron al patrón a poner rumbo a Argel, aunque primero se dirigieron hacia Cala Mestella, donde recogieron al cuarto evadido, armado con otra escopeta: «Terminada esta operación se nos ordenó pusiéramos rumbo al Este, que se nos obligó mantener aproximadamente hasta las cuatro de la tarde, momento en que se nos obligó a hacer rumbo al Sur cuarta al Sudeste», relató el patrón.

Alcanzaron las costas de Argelia, concretamente Guotville, a unas 10 millas al oeste de Argel, «a última hora de la tarde del día siguiente», según Bartomeu Monserrat. Allí les esperaban cuatro parejas de gendarmes franceses, que los obligaron a saltar a tierra y a explicar por qué habían navegado hasta allí. Los policías esposaron a los cuatro fugitivos, mientras el cónsul de España en Argel se hacía cargo de los marineros y del patrón.

Los cuatro evadidos consiguieron su propósito, mientras Monserrat y sus marineros emprendieron el regreso a Ibiza el 31 de octubre. Llegaron a las Pitiüses a las seis de la madrugada del 1 de noviembre. Para evitar nuevos asaltos, la Falange Naval se hizo cargo durante una breve época de la protección de los faros de Tagomago y sa Conillera, para luego ser relevados por los carabineros. Pero estos eran tan pocos (en gran parte por la represión) que fueron sustituidos a su vez por militares, aunque ese servicio duró escaso tiempo, según recuerda Pérez de Arévalo en su tesis.

Meticulosos, un funcionario de Obras Públicas elaboró un informe de los gastos ocasionados por el secuestro. Incluía hasta el coste del combustible desde Tagomago a Argel: 17,65 pesetas (10 céntimos de euro). Más costó reparar el motor de la barca, averiado «por no estar acostumbrado a un viaje tan largo»: 318 pesetas (1,9 euros).