­Un nuevo sobresalto: cuatro agentes de la Guardia Civil y otro hombre -R.B.S.- acaban detenidos tras ser acusados por dos okupas del Club Robinson de tratar de echarles mediante coacciones y amenazas. Es la enésima vez que se habla de la urbanización y, como siempre, para mal. Los denunciados admiten que querían librarse de los squatters, pero rechazan todo lo demás. Incluso les ofrecieron dinero para que se fueran. Los uniformados, porque quieren comprarse varios inmuebles en el edificio okupado, el ´Menorca´, y R.B.S., que prefiere no dar su nombre, porque lleva tiempo tratando de recuperar el vecindario, en una zona a la que le ve potencial tras años de abandono.

Incluso después de que este pasado fin de semana incendiaran el piso situado bajo el de R.B.S. en el Club Robinson, al que también trataron de prender fuego mientras él estaba detenido en Sant Antoni. «Un vecino los vio y les hizo huir», asegura. Él y varios de los residentes han denunciado al que señalan como el presunto incendiario ante la Guardia Civil, que, según dicen, no ha efectuado ninguna detención en relación a estos hechos.

Cuando el teniente del cuartel lo llevó a su casa para que se duchara, la noche del sábado pasado, R.B.S. se encontró con los bomberos, la Policía Local y ambulancias, terminando de sofocar las llamas, que se iniciaron en una cama y dejaron el interior lleno de hollín.

Cuatro pisos okupados

R.B.S. es propietario de un apartamento y actúa como intermediario por un poder notarial del administrador de las sociedades propietarias de 37 de las viviendas, Olaf Stolt. Todas le fueron embargadas, y poco a poco Stolt ha ido saldando sus deudas, mayormente por impagos a la Administración, pero se ha desentendido de sus propiedades, tomadas por los okupas en los últimos años. El apoderado se comprometió «a desahuciarlos», según explica, a cambio de quedarse con el arrendamiento de cuatro de las viviendas.

A día de hoy este joven asegura que le faltan por vaciar cuatro pisos. Y en algún caso, admite, ha tenido que hacerlo por las malas: «Vía desahucio judicial», aunque en varios ha logrado acuerdos con los ocupantes ilegales.

Lidia, por ejemplo, accedió a dejar el piso al que llegó hace cuatro meses por 500 euros. Un amigo la llamó para que «se lo cuidara» mientras este -que lo okupó hace un lustro- estaba fuera. Además, aceptó la oferta de alojarse en uno de los pisos que arrienda R.B.S., «pagando un alquiler normal, con luz y agua», que no tenía en el apartamento okupado.

C. Martí, que no quiere desvelar su identidad, tenía hasta placas solares para tener luz. Esta catalana llevó a la isla para hacer la temporada, «pero no fue bien». Pasaba por dificultades y un amigo le dijo hace dos años que en el Club Robinson nadie se preocupaba de los pisos y le dio las llaves del que él tenía okupado. Ella lo arregló y ha tratado de estar a buenas con los residentes, tanto okupas como inquilinos y propietarios. «Entiendo a los vecinos, porque también tenía una hipoteca y sé lo que cuesta. Hay quien vive como quiere y quien vive como le dejan», se justifica. Su piso es uno de los que quiere comprar uno de los cuatro guardias acusados, asegura: «Nunca han venido con uniforme aquí y David -el agente que se va a quedar con su piso- ha sido siempre muy amable. Incluso me ayudaron con la mudanza», asegura.

El apoderado expuso a la chica que si se resistía a dejar el piso tendrían que denunciarla, pero ella seguía en dificultades y él accedió a dejarla vivir en otro apartamento «mientras sale algo». «No pago nada, ni la luz ni el agua», explica, agradecida.

3.000 euros por mediar

Hace unos meses entraron los dos últimos okupas en el ´Menorca´, que han resultado ser los más combativos, y aquello originó un atestado, aunque R.B.S. optó por no denunciar. Pero le dijo al guardia civil que le atendió que le gustaría vender algunos apartamentos a compañeros suyos. Pasado el tiempo, este le llamó y concertaron una visita con cuatro interesados. Estos querían comprar, pero también que no hubiera ya okupas cuando se formalizara la venta.

Uno de los squatters aceptó mediar con el resto -cuatro pisos con un número indeterminado de ocupantes-, por lo que pidió 3.000 euros a R.B.S.. Todos estuvieron de acuerdo en pagarle 2.000. El okupa accedió y quedaron en que para el 30 de octubre se habrían marchado todos. Pero la fecha llegaba y no cumplía su parte.

Los cinco coincidieron con el okupa y le recordaron que el plazo se agotaba, pero este les pidió más dinero por adelantado. Al negárselo, R.B.S. asegura que les amenazó e hizo que un compañero suyo les filmara con el móvil. Afirma que en las imágenes solo se le escucha a él recordándole el acuerdo económico al que llegaron y que ninguno de los agentes lleva uniforme.

Otra inquilina, que prefirió mantener su anonimato, explicó que hace siete meses que vive en el Club Robinson. Admitió haber visto varias veces por allí a los agentes, siempre de paisano, incluso los tuvo en su piso interesándose «por si se podía llegar a acuerdos con los okupas. Fueron por las buenas».

R.B.S. afirma que hasta los vecinos indeseados del Club Robinson -quedan una veintena de pisos habitados por squatters- saben que tendrán que marcharse: «Pero -en los cuatro casos que le afectan- prefieren que sea mediante un desahucio judicial para apurar unos meses más».

Son los últimos coletazos de una situación que ha hundido esta zona en los últimos años. El apogeo se vivió con la okupación del gran recinto del restaurante, que habitaban decenas de personas, «incluso el barrio se llenaba de caravanas y chavales con perros», narra Pascual Ripa, que ha visitado la zona regularmente la última década y desde hace tres años vive en uno de los apartamentos. «Ahora ya no hay gentuza», asevera.

Lo corrobora su compañera, educadora de niños discapacitados, que ha vivido más de 13 años en el edificio Ibiza y se ocupó de que no entrara «mala gente», asegura que empleando solo sus «armas de mujer», en los años más turbios. Pagó alquiler mientras tuvo a quién, después «por circunstancias», dejó de hacerlo -nadie venía a cobrar-. Cortaron la luz y el agua al edificio y un propietario amigo la dejó ´engancharse´ mientras se solucionaba. Hace poco R.B.S., como apoderado, le hizo una oferta para seguir como inquilina. «Me lo estoy pensando», confiesa. «Aunque la zona me encanta».