Cuando hace unos días Catalina Guasch Ferrer recibió una llamada de Madrid informándole de que había ganado un premio se lo tomó a broma. «Les contesté de aquella manera, que qué les importaba a ellos los años que haya trabajado yo», relata. Resultó que la llamada era del Ministerio de Empleo para informarle de que se le ha concedido una Medalla al Mérito en el Trabajo en la categoría de Plata en atención a sus méritos y circunstancias, que no son otros que llevar 59 años ininterrumpidos trabajando y cotizando a la Seguridad Social, en este momento más que ninguna otra mujer en España. No era una broma. El reconocimiento aparece publicado en el Boletín Oficial del Estado pero, al parecer, no ha sido la única galardonada que pensó que le tomaban el pelo.

«Me dijeron que tenía que ir a Madrid a recoger una medalla. ¿A qué tengo que ir yo a Madrid? ¡Y que me armen una encerrona!», protesta esta mujer de carácter a la que sus familiares intentan convencer para que se anime a asistir a la ceremonia de entrega.

De las algarrobas a la pensión

Catalina, que ya ha cumplido los 78 años y sigue en activo, nació en Sant Carles pero vive en Vila, a unos metros de la casa de huéspedes que regenta. Trabaja desde que tenía 19 años. Su padre se la llevó al campo «para recoger almendra y algarroba» y a eso se dedicó hasta que cumplió 27 años. Desde entonces no ha dejado de trabajar y puede presumir de no haber estado nunca en el paro. «Después me vine a Vila y me puse a coser, y el 17 de enero del 71 abrí la Casa de Huéspedes Mar», explica refiriéndose a la pensión situada en la calle Historiador José Clapés que todavía regenta. Tenía entonces 34 años y hacía cinco que se había sacado el carné de conducir. Un año más tarde abrió un segundo negocio, el hostal Quinto (ahora Ceibo). «Hace unos años me dijeron que tenía tanto seguro que me sobraba y me rebajaron lo que pago como autónoma. Ahora son unos 30 euros al mes», explica. Bromea, tras saberse merecedora de la Medalla de Plata, con que ahora no le van a dejar jubilarse (tampoco tiene intención alguna de hacerlo) y pretende hacer méritos para ir a por la de oro.

A día de hoy Catalina sigue acudiendo a diario a atender la pensión. «Lo llevo todo. Me voy a una habitación y mientras otro está aún mirando lo que hay en los cajones yo ya he cambiado todas las sábanas. El papeleo lo llevo todo, lo hago más rápido yo con los ojos cerrados que cualquiera con los ojos abiertos», asegura vivaracha y sagaz.

«Mando mucho»

Cuenta que no está cansada y no quiere ni oír hablar de cruceros: «¿Yo en medio del agua?». Tiene tres hijos, seis nietos y dos bisnietas. Cuando alquiló una de las pensiones les advirtió de que si dejaba también la otra cogería el coche y se iría «al campo -a cuidar sus fincas en el norte de la isla- todos los días». Prefirieron dejarla continuar en la pensión Mar para quitarle kilómetros de carretera, porque Catalina sigue conduciendo (lleva haciéndolo 49 años), pero sobre todo en invierno, se escapa «al campo» con frecuencia.

Rotunda como un trueno, cuando se le pregunta si sigue poniéndose al volante, contesta: «¿Y por qué no voy a conducir? En febrero tengo que ir a renovarme el carné». Cuenta que, cuando no está en la pensión y se va a las fincas, que cedió a sus hijos hace años, se dedica a «mandar mucho»: «¡Con las plantas que tengo! Hay muchísimo trabajo. Me llevo un chico de jardinero y le voy diciendo corta esto, quita aquello, aquí ponemos esta maceta€».

Cuando le entreguen la medalla ha prometido invitar a cenar a su extensa familia, pero no presumirá de plata en la solapa: «A mí no me gusta figurar».