El 11 de octubre de 1964, hace 50 años, la edición casi completa de Diario de Ibiza estaba dedicada a un acontecimiento. No era el regreso de Franco a la isla ni el final de una guerra, ni siquiera la llegada del hombre a la luna, para la que faltaban cinco años. El día anterior se había inaugurado la I Bienal Internacional de Arte Universitario de Ibiza, que representó una conmoción en la vida social y cultural de la isla y que fue años después la semilla del actual Museo de Arte Contemporáneo (MACE). No es para menos, la Bienal venía patrocinada por el Ministerio de Cultura, con el ministro Manuel Lora Tamayo y el director general de Bellas Artes Gratiniano Nieto al frente del patronato. Contaba con un presupuesto de medio millón de pesetas, una cantidad astronómica para la época, se habían publicado noticias en periódicos de medio mundo y participaron 111 artistas de seis países. Un dato llamativo es que la segunda nacionalidad en número después de la española era la iraquí, un país que ya había nombrado en esa primera edición un comisario para la muestra, como en ediciones posteriores harían muchos otros de Europa, Asia, América y África.

Sobre el terreno, al frente de la organización estaba Florencio Arnán y Lombarte, jefe del departamento de actividades culturales del Sindicato Español Universitario (SEU), impulsor del acontecimiento. «Cuando me propusieron organizar un encuentro internacional de arte universitario yo sugerí que se hiciera en Ibiza -rememora Arnán medio siglo después-. Conocía la isla desde 1947 por las vacaciones familiares y sabía de la efervescencia artística que vivía la isla en esos años 60».

Arnán viajó a Ibiza para buscar apoyo local y encontrar un lugar adecuado. Enseguida contó con la colaboración del entonces alcalde de Vila, Mario Tur de Montis, y de personas muy conocidas de la sociedad ibicenca, como Bartolomé Palaus, delegado insular de Información y Turismo; Mariano Llobet, secretario del Ayuntamiento; Francisco Verdera, director de Diario de Ibiza, o el empresario Abel Matutes Tur.

Para el local, Arnán, que entonces solo contaba 25 años, eligió el edificio que había quedado vacío en Dalt Vila tras el traslado del Instituto Santa Maria y que después se convirtió en el Ayuntamiento de la ciudad.

Acontecimiento social y cultural

La inauguración fue un acontecimiento cultural, pero también social y político, en una isla que ya era un hervidero de creadores -solo en Dalt Vila abrían sus puertas una docena de galerías de arte-. Acudieron las fuerzas vivas de las administraciones, el Ejército y la Iglesia de las islas. «Fue la primera vez que se cortó una cinta inaugural en la isla, la primera vez que se hizo el homenaje a los corsarios en el puerto y hasta el NO-DO le dedicó un número especial... y se completó con teatro, sesiones de cine en el Pereira, conferencias, coloquios, recitales poéticos... Fue un gran éxito, vinieron visitantes de todo el mundo», recuerda Arnán. La clausura contó con un conferenciante de excepción, el escritor Camilo José Cela, al que Arnán fue a buscar a su casa de Madrid para convencerle. Los premios de esa primera Bienal fueron entregados en Madrid y los de la segunda en Barcelona.

El gran premio de 30.000 pesetas se lo llevó el pintor barcelonés Arranz Bravo, pero entre los participantes figuraban varios artistas ibicencos, como Vicent Calbet, Pedro Guasch Matutes, Josep Marí, Juan Orvay, Paco Riera, Paz Ribas o Pilar Villangómez, y otros que despuntaron después en otros campos, como el escritor Antoni Marí Muñoz o el arquitecto Elías Torres. «Ibiza tenía algo especial, era una atracción artística desde la posguerra y había artistas de todo el mundo. Los jóvenes entonces tratábamos con grandes artistas... algo que luego se estancó y que hoy prácticamente se ha perdido», señala Paco Riera.

En los estatutos de aquella primera Bienal, que pronto perdería el apellido de univesitaria para hacerse abierta, ya figuraba que debería ser el germen de un futuro museo de arte contemporáneo. Las obras cedidas para la Bienal se fueron quedando en la isla -algunas porque no se devolvieron y sus autores no las reclamaron- y fueron formando el primer fondo de la institución, que se constituyó oficialmente en 1969 a través de un patronato formado por la propia Bienal, la Asociación de Amigos de Ibiza -después sustituida por la Asociación de Amigos del MACE, que ahora es un pilar básico en su funcionamiento- y el Ayuntamiento. Arnán era el secretario y se convirtió en el primer director del museo.

El promotor -que luego fue inspector general de Enseñanzas Artísticas y durante muchos años catedrático de Historia del Libro-recuerda que la Bienal, además del impulso artístico, también tuvo beneficios prácticos para la isla. La segunda, en 1966, se celebró en el edificio del museo monográfico des Puig des Molins, que estaba inacabado tras 30 años de obras. Sirvió para inaugurarlo y como impulso para que se terminara. Para esa edición se colocó además la estatua de Guillem de Montgrí, una réplica del sepulcro de la catedral de Girona, que llegó a la isla en un buque fletado por la Armada.

La tercera ya se instaló en el edificio abandonado de Dalt Vila que hoy sigue siendo la sede del MACE.

«Inauguramos lo que poco después fue el MACE, la planta baja eran pesebres y la de arriba estaba abandonada. Cuando constituimos el museo se hizo el logo que hoy se sigue utilizando, a cargo del famoso grafista Ricardo Giralt Miracle. Fue el primer museo de arte contemporáneo de España no oficial, porque tenía un carácter semiprivado», cuenta Arnán.

La Bienal, que en los primeros años abarcaba todas las artes: pintura, escultura, arquitectura, grabado... cambió de dirección en 1972, cuando empezaron a mermar las ayudas públicas y mantener una maquinaria con cientos de obras llegando del exterior se hizo imposible. Se ciñó al grabado y se convirtió en Ibizagrafic.

Arnán se desvinculó a principios de los 80, para entonces ya había cedido la organización a un patronato del que formaban parte diferentes artistas, y entre el 80 y el 84 se encargó Cati Verdera, que le había sustituido como directora del MACE.

Vuelta en el 92

El museo cerró entre el 84 y el 90 y la Bienal quedó aparcada. Ya en los 90, la nueva directora del museo, Elena Ruiz Sastre, decidió retomarla: «Cuando llegué me pregunté si era interesante recuperarla y me pareció que sí, así que comenzamos con la del 92»

Ruiz analiza dos etapas muy claras en la historia de la Bienal: «La primera parte de los años 60, con un gran esfuerzo por parte de Florencio Arnán, que fue su gran impulsor, que aprovechó el sustrato artístico internacional de la isla y se supo rodear de todo el apoyo político y social. Entonces el régimen quería romper con el monopolio de la imagen antifranquista que se daba en el exterior y demostrar que España estaba implicada en la modernidad con este tipo de eventos. En los años 70 se hace más asequible dedicándose al grabado».

«La segunda etapa -continúa la actual directora- es precisamente desde que se convierte en Ibizagrafic y vuelve a tener otra etapa dorada en los 90, con la presentación de grandes artistas del grabado».

Pero con el cambio de siglo la Bienal comienza a decaer. «Se produce una caída en picado del mercado del arte en España y va perdiendo fuelle. Ibiza ya no está en el foco del mundo del arte y la falta de apoyo de las instituciones hace que los premios y la capacidad de atracción se vayan diluyendo -afirma Ruiz Sastre-. Llega un momento en el que los mismos miembros del jurado que venían a la muestra nos empezamos a preguntar si por calidad, por atracción, por innovación... merecía la pena continuar, si aportaba algo...».

La última edición se celebró en 2006, aunque Ruiz Sastre no la quiere dar por muerta: «De todos estos años ha quedado una colección interesante, con obras como la de los artistas gráficos japoneses que estamos exponiendo en este momento, y varios centenares más. Digamos que está latente y que, con apoyo, se podría recuperar».

El complemento: El primer y último premio Isla de Ibiza

Como complemento a la primera Bienal y para dar visibilidad a los artistas internacionales ya consagrados que vivían en Ibiza, en el año 64 se creó el premio Isla de Ibiza, al que un buen número de las galerías de la isla presentaron sus firmas más potentes. Contaba con tres jugosos premios de 25.000, 15.000 y 5.000 pesetas, que se llevaron el conocido artista alemán Frank el Punto, presentado por la galería El Corsario, la también alemana Herman Marianne y la japonesa Fumiko Matsuda, ambas bajo el paraguas de la galería Ivan Spence. A pesar de la gran repercusión que tuvo el concurso no se volvió a convocar. Fue el primero y el último.