-¿Cómo fue su relación con la ayahuasca?

-He tenido mucha relación desde los años 60 con todo ese tipo de sustancias, fueran psicodélicas, psicotrópicas, psicoactivas o enteogénicas, como quieras llamarlas. Con la ayahuasca tuve mi primera ingesta en Mojácar (Almería) precisamente con un discípulo de Claudio Naranjo que tenía allí una especie de centro iniciático. Fue una experiencia determinante en mi vida, la verdad. No sé si hablarte de ello, porque son cosas que en cinco minutos se trivializan.

-Pues que sean diez.

-Luego tuve otras experiencias: una en Río de Janeiro con la iglesia del Santo Daime, y otra yo solo navegando por el Río Negro, cerca de Manaos, y de noche, una historia que, como acaba de decir Claudio Naranjo [en la sesión inaugural de la conferencia], fue una conexión con el origen de la mitología. Pero volviendo a esa primera ingesta en Mojácar, saqué de ella dos lecciones contundentes. En esa época, como casi todo el mundo, estaba condicionado por sentimientos de culpa respecto a muchas cosas, como matrimonios que se habían roto. La ayahuasca me metió en mi propia conciencia. La visualicé como un tubo largo y la encontré perfectamente limpia, como si la acabaran de bruñir con estropajo. No había telarañas, no había murciélagos, no había ninguna culpabilidad, no había ningún remordimiento. Fue una experiencia extraordinariamente liberadora porque me quitó esos condicionamientos de culpa inducidos fundamentalmente por la cultura cristiana que tenemos las personas del mundo occidental.

-¿Y la segunda lección?

-Esta sí que es muy filosófica. Martin Heidegger, el último filósofo de la historia de la humanidad, se preguntaba por qué el ser y no más bien la nada. Son cuestiones similares a las que ahora planteaba Stephen Hawking en Tenerife a propósito del origen del universo, de si existe o no existe un dios, de los agujeros negros. La ayahuasca te traslada a la naturaleza, a esa selva primordial a la que se refiere Naranjo. Yo iba caminando por ella, perdido en esa selva, algo que para mí era una exploración, y de repente me topé con un enorme agujero en el que me caí. Esto del agujero es una experiencia bastante común en las ingestas de ayahuasca. La gente, ante ese agujero negro, tiene dos tipos de reacciones: o bien la curiosidad los lleva a meterse dentro o bien el miedo los lleva a huir de él. En mi caso, como un idiota ni tuve miedo ni curiosidad, me resbalé y caí allí. Dentro estuve en la nada. Me fundí en negro, como en una película. Si ahora me preguntas qué edad tengo, te responderé que 77 años menos media hora, que es más o menos el tiempo que permanecí en ese agujero. ¿Dónde estuve? En la nada. No fui, borré el ego. Lo que nos diferencia de los minerales, de los vegetales y de los animales es el ego. No es la sonrisa ni las lágrimas ni la racionalidad ni todas esas cosas que se cuentan, sino el ego. Y eso es lo que genera infinitos problemas de índole psicológica. Aparte de una experiencia de iluminación y de comprensión de los grandes misterios del universo y de averiguación de quién eres, se convierte en una experiencia sanadora y terapéutica.

-¿Y las otras ingestas?

-La de Río de Janeiro, en cambio, me desagradó. La ayahuasca, a diferencia de otras drogas de efectos similares, es desagradable de tomar. A mucha gente le genera vomitonas. A mí no, nunca vomité, pero no es como tomarse un gin-tonic, claro. Desde que la han ritualizado, la han clericalizado, la han convertido en una iglesia, han transformado un espacio que por definición debería ser de libertad, aunque haya servido a toxicómanos a liberarse de su dependencia y aunque gracias a ello haya sobrevivido a la actual guerra contra las drogas. En aquella experiencia de Río tuve un enfrentamiento con los organizadores porque pretendían dirigirme, obligarme a sentarme de una determinada manera y forzarme a cantar determinados himnos. Y en un determinado momento en que quería salir de allí y ponerme a pasear por el bosque, que es adonde lleva naturalmente la ayahuasca, me lo prohibieron. Era a mitad de camino entre el Opus Dei y un campo de concentración.

-Y a pesar de todo probó de nuevo.

-Decidí que tenía que pasar por eso a solas. Y a ser posible, en el Amazonas y con nocturnidad, porque de noche las visiones son mucho más fáciles que de día, ya que la visualización del exterior te va conduciendo y, al mismo tiempo, frenando.

-¿La tomó como entretenimiento o para conocerse mejor?

-Conste que nunca he tomado una sustancia de estas -y he tomado muchas de muy distinta índole- para resolver un problema. Ni tampoco como droga de recreo. No entiendo a quien las toma como recreo. Te fumas unos porros y por supuesto que te puedes echar unas risas. Y seguramente la cocaína, que detesto y que me parece la droga de los idiotas, quizás funcione así. Pero sustancias como la ayahuasca son todo lo contrario a las drogas de recreo. Son muy serias. Son las experiencias más profundas, más determinantes y más esenciales que he hecho en mi vida. Quizás no las he tomado como divertimento porque empecé con ellas demasiado pronto y me curaron enseguida de posibles problemas que otros congéneres pueden tener pero que yo ya no tengo,pues con ellas adquirí una estabilidad psicológica.

-¿Cree que hay que legalizar la ayahuasca y otras drogas?

-Voy más lejos. Hay que liberalizar las drogas como están liberalizadas las lechugas. Quiénes son los políticos para meterse en nuestra vida privada. Tomar o no tomar una sustancia, ya sea un vaso de vino o fumarse un cigarrillo o echar un polvo es algo perfectamente privado que no se puede legislar. En primer lugar, legislar no sirve para nada: la guerra contra las drogas se ha perdido y ha generado más muertes que la Segunda Guerra Mundial. Lo que ocurre es que hay un colosal imperio económico detrás. Gracias al narcotráfico, los políticos con dinero negro pueden financiar muchas de las cosas que hacen. Incluso llegar a ser senador en Estados Unidos. No hay voluntad de frenar eso. Este congreso de Eivissa llega en un momento crucial porque parece que por fin quienes nos gobiernan se han dado cuenta de la insensatez de la prohibición de las drogas. Empieza a haber un clamor universal en favor de la legalización. ¿Pero por qué legalizar? ¿Acaso está legalizado tomarse una ensalada? Debe ir acompañado de la liberalización de todas las sustancias porque la salud es un hecho individual, no colectivo, que depende del libre albedrío de las personas, y de un proceso de ilustración farmacológica. Hay que enseñar a la gente los riesgos, que los hay, del manejo de ese tipo de sustancias y de quién puede tomarlas y en qué dosis. Y a partir de ahí, ancha es Castilla.

-Hace medio siglo no debió privarse de pasar por experiencias lisérgicas en Ibiza.

-Llegué por primera vez a Ibiza en 1957, manda huevos. Imagina lo que era esto. No había ni un turista. Vine con Gonzalo Torrente Malvido, hijo de Torrente Ballester. Viví una temporada aquí, que en aquella época era Jauja. No había más que un grupito de unos treinta o cuarenta extranjeros, gente rara, divorciadas noruegas, pintoras, recuerdo a la exmujer de Tristan Tzara, creador del dadaísmo. La bebida nacional en la isla era la absenta. Por una peseta te daban una copita. Alquilé un molino y vivíamos de las langostas que recogíamos de un par de nasas que dejábamos en una cala y que vendíamos en el mercado. Fue un periodo fantástico. Luego se convirtió en una de las estaciones del itinerario de los hippies en la segunda mitad de los años 60: Katmandú, Goa, Bali, Creta, Ibiza... Y todo ese itinerario lo viví muy a fondo.