­El auditorio del Palacio de Congresos de Santa Eulària no daba ayer abasto para acoger a los entusiastas asistentes a la Conferencia Mundial de la Ayahuasca, en la que se debaten los usos, costumbres y situación legal de una controvertida bebida psicotrópica originaria del Amazonas. Debate, en realidad, hay poco. Las posiciones críticas brillan por su ausencia y parece haber una sola postura y dogma: a favor de que esa droga se legalice en todo el mundo, para lo cual todos esgrimen similares argumentos, como sus funciones psicoterapéuticas y su uso para combatir toxicomanías, aunque parezca una paradoja, y depresiones.

Incluso participa un representante del Gobierno brasileño, Leon de Souza Lobo, coordinador de Políticas sobre drogas en ese país, que explicó cómo «tras 20 años de proceso» se permite allí su consumo, ligado, eso sí, a su uso religioso, el que de él hace la llamada iglesia de Santo Daime. Leon de Souza recordó que su fomento «no tuvo su origen en un movimiento de contracultura juvenil», sino en ese culto: «El carácter religioso de las comunidades contribuyó a la autorregulación del uso de la ayahuasca, que incluye evaluaciones psicológicas de los nuevos usuarios y también la prohibición de simultanearla con otras sustancias», indicó.

Brasil «dio crédito a la tradición»

«A la hora de legalizar la ayahuasca -comentó-, Brasil optó por escuchar los argumentos de las comunidades tradicionales ayahuasqueras. El Gobierno dio crédito a la tradición. Fue una actitud de respeto a las minorías y pueblos tradicionales». A su juicio, la política brasileña respecto a esa sustancia fue «serena y racional».

Para el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, una eminencia en estos asuntos vinculados a la lucidez humana, «no basta con que se rompa la prohibición de la ayahuasca; además se ha de formar a las personas». Considera que «mantener la prohibición de algo tan importante, al final lo convierte en algo clandestino. Es como prohibir el fuego. Y sí, el fuego es peligroso, sobre todo si lo enciendes en medio del salón de tu casa».

Inicio con el cazador de cabezas

Durante su charla, el psiquiatra, que descubrió la ayahuasca siendo joven tras leer el libro ‘Yo también fui cazador de cabezas’ (Lewis V. Cummings), que amablemente le prestó su padre, advierte de que «legislar represivamente solo crea hipocresía y delincuencia». Naranjo califica esa sustancia de «religión, una terapia para el espíritu, un método que lleva a las personas al contacto con su dimensión espiritual. Es el espíritu el que cura». En su caso, reconoció que tomarla le cambiaba radicalmente su estado de consciencia: «No me gusta ni cortar una flor, pero bajo el efecto de la ayahuasca reconozco que no me importaría cortar cabezas. No pasa nada, la vida sigue, sientes desapego. La vida y muerte son un círculo». Según contó, consiguió las primeras muestras de la planta de donde se obtiene la ayahuasca mediante un trueque peculiar: «Preparé diferentes dibujos, de estrellas, de plantas, de huesos... que empapé con LSD. Los indígenas se los ponían bajo la lengua y se daban cuenta de que su mundo estaba emparentado con el mío». Y entonces le facilitaban las muestras que necesitaba.

Amanda Feilding, creadora de la Fundación Beckley, asegura que la prohibición de drogas «no funciona» y cree que la ciencia es la clave para superar el tabú» que hay al respecto. «Hay que cambiar la legislación», recalca, lo cual facilitaría la investigación científica con esas sustancias, «ahora bloqueada».

En su fundación, por ejemplo, lo hacen con el LSD e incluso con el MDMA (éxtasis) para aliviar a los veteranos de guerra que sufren estrés postraumático. «Las políticas contra las drogas causan un daño más grave globalmente que las propias drogas», sentenció ayer Feilding, que advirtió, no obstante, de que los cimientos de la prohibición empiezan a tambalearse», como se viene viendo en Uruguay y en varios estados de EE UU. Al igual que Leon de Souza, insistió en que el uso de la ayahuasca es seguro «en un entorno ceremonial» y facilita «la curación de cuerpo y mente», además de «no ser adictiva», afirma.