Hace más de 40 años una pareja suiza decidió vender su negocio familiar y terminar con los convencionalismos de la sociedad occidental, sus deberes, obligaciones, rígidos horarios estresantes y dedicarse a disfrutar de la vida. Probablemente influidos por la desazón de los movimientos franceses, y por ende europeos, surgidos a remolque del descontento de mayo de 1968 y esa ansia existencial de libertad, Juan y Juanita Schorer iniciaron en la década de 1970 un camino hacia adelante, su particular búsqueda del paraíso en tierra para su deleite y convicciones personales. Peregrinaron por el Mediterráneo, de isla en isla, comparando culturas, vegetación, pluviometría, ámbitos rurales, días de sol por año, tranquilidad y entornos antes de retirarse a deliberar. Juan y Juanita Schorer decidieron ser ibicencos por elección, una isla al sol donde se refugian espíritus inquietos. Entre almas agitadas y el movimiento hippie plagado de intelectuales afincándose en el norte de la isla, la pareja se instaló en Sant Carles y son, desde entonces, ibicencos de casa encalada, jardín autóctono, tronco en la chimenea y vistas a Tagomago.

Juan Schorer, Jean Schorer, Juan de Las Sabinas o Juan Feliz (como firma en su correspondencia) y su esposa Juanita (fallecida en 1995) son un envidiable ejemplo de ibicencos por elección. Juan es un ibicenco por elección con una vocación de servicio, de utilidad y, sobre todo, de integración. Amante de la música, la cultura en general, las tradiciones ibicencas y la gastronomía, lee a diario la prensa local y semanalmente recibe la prensa francesa. Un hombre ocupado y preocupado por todo lo que le rodea. Su afición musical se había iniciado en su Ginebra natal, con el compositor Roger Vuataz, el canto coral, la flauta travesera y la participación en liturgias y conciertos.

«La música es universal»

La música facilitó su entrada en la iglesia de Sant Carles y, a menudo, recuerda la anécdota que le llevó a participar en las misas y fiestas de Peralta. «Le pedí tocar en la iglesia a don Josep Planells (Pep ‘Negre’)», rector de la parroquia entre 1959 y 1977. «¿Hay sitio aquí para que toque un viejo hugonote suizo?», le preguntó. «Mossènyer don Pep ‘Negre’, sabiamente, me contestó: la música es el lenguaje universal y no entiende de religiones. Aquí siempre serás bienvenido». Desde entonces, Juan es el instrumentista fijo de la parroquia, perenne, perpetuo se puede decir y perdurable en el tiempo, más allá de días de calores bochornosos o fríos invernales. Ha compartido centenares de misas (algunas miles), fiestas patronales y demás actos litúrgicos con los mossènyers don Pep ‘Negre’ (1972-1977), don Josep Esteller (1977-2001), don Toni Ferrer (2001-2003) y don Vicent Tur (desde 2003).

Aunque pueda tildarse de pintoresco, es un hecho excepcional que desde la década de 1970 los pagesos que acuden a misa o ses majores vestidas con el traje de festa descubrieran el sonido de una flauta travesera y todo un vasto repertorio solista para instrumento de viento madera en obras de Haendel, Corelli o Bach. El barroco musical europeo fluyendo desde las alturas del coro a través de un tubo argentífero en las manos de un flautista suizo para sorpresa primero de los fieles autóctonos y sonido habitual y familiar, después, para miles de residentes y visitantes veraniegos. Juan, su flauta travesera, su sonoridad dulce y plateada con su repertorio (que se extiende desde el barroco, el clasicismo, el romanticismo hasta el folclore ibicenco), están en Sant Carles desde hace 42 años. ¿Suena increíble, ilógico, exagerado? No, simplemente se ha convertido en un hecho de excepcional cotidianeidad. Como dice el propio Juan: «Para mí la música es un placer y disfruto mucho. Toco cada día en casa, con otros amigos y en cualquier momento de fiesta y celebración. Es el arte que más satisface las necesidades de las personas y nos enriquece espiritualmente».

Y tan firme ha sido su natural ilusión que de forma camaleónica, Juan, ha compartido atril con decenas de intérpretes, de todo tipo de instrumentos y si la música no era original para un improvisado conjunto de cámara veraniego, un rápido arreglo hacía que sonase ensamblado su flauta travesera, con un clarinete, un violín, un violonchelo, un saxofón, un laúd, unas castanyoles eivissenques o un órgano. Todos los niños que han estudiado música en Sant Carles, en algún momento de su progreso, han tocado junto a Juan, amén de recibir partituras, cuadernos de música, atriles de talla propia (su otra gran pasión, la escultura en madera), incluso armónicas o flautas traveseras de su colección. Además, ha acompañado al Coro Parroquial en obras polifónicas y se ha adaptado a su repertorio sacro y profano… Todo durante sus 42 años de ensemble perfecto con Sant Carles. ¡Ah, mon cher ami…! Gente excepcional.

Con dos hijos, uno ingeniero y otro profesor de matemáticas en la universidad, y un nieto, prestigioso médico anestesista en Suiza con cursos de investigación en Estados Unidos y Japón, Juan presume y puede presumir de familia, aunque también pueda y deba hacerlo de sus 42 años en la isla, de sus 42 años de servicio en Sant Carles. Ahora regresa a su Ginebra natal, a Suiza, aunque todos le esperamos de vuelta cuando los almendros estén en flor. Querido Juan, hasta pronto.

Mª Àngels Ferrer Forés es doctora en Musicología. Premio Acción Magistral de la UNESCO