Un cole «normal». Es lo que Nicolás, Paula y Ainhoa llevaban años deseando. Un colegio con paredes de verdad, con canastas, en el que las pisadas no retumben en el suelo... Pues ayer, Nicolás, Paula, Ainhoa y sus otros 447 compañeros del colegio Sa Joveria estrenaron, por fin, ese cole normal. Bueno, casi normal. Porque el colegio Sa Joveria en el que entraron ayer a las nueve y dos minutos de la mañana, acompañados del ´Over the rainbow´ de Israel Iz, era un colegio a medio montar. Pero eso, a niños y familias, les daba un poco igual. «Al menos no están en barracones», apuntaba Juan, padre, segundos antes de que los docentes y el conserje abrieran la puerta, tras la que el personal del centro había colocado dos enormes carteles: «Benvinguts» y «Es Pratet». Este último pintado por los alumnos, que continúan llamando así al centro. «Cuando el cambio de nombre sea oficial, ya lo cambiaremos», comenta la directora, Rosa Thomàs, contenta con el estreno mientras saluda uno a uno a los alumnos y familias que van entrando.

«Comenzamos en un parking», recuerda, por megafonía, la jefa de estudios, Elena Maffiotte. De hecho, en los barracones del aparcamiento de los Multicines tenían ayer aún el teléfono. Y un ordenador y una mesa. Lo habían dejado allí «por si acaso». Durante los próximos días trabajarán para poner a punto las instalaciones, que ayer estaban sembradas de cajas por desembalar, polvo y operarios. El lunes los alumnos recibirán clase por primera vez en el nuevo colegio, aunque la directora ya advierte de que aún no estará todo completamente terminado.

Nervios a las nueve

Minutos antes de las nueve de la mañana decenas de alumnos y familias se agolpan frente a las puertas del nuevo Sa Bodega. La calle es ancha y hay sitio de sobra. En unos minutos los escolares ocuparán sus pupitres, perfectamente colocados desde hace unos días en las aulas. A diferencia de en Sa Joveria, aquí, salvo lo que la dirección del centro ha pedido a la conselleria que modifique, prácticamente todo está completamente listo para comenzar las clases.

Los niños entran con ganas y curiosidad al recinto cuando el jefe de estudios, Xavier Palau, abre la puerta. Tras los primeros abrazos y reencuentros, forman en filas frente al porche del edificio para entrar en clase. Algunos contemplan los restos arqueológicos que se conservan bajo el edificio. Desde las cristaleras de la entrada se ve parte del yacimiento. Seguro que a lo largo del curso oirán más de una vez algunos de los detalles sobre los hallazgos que la arqueóloga del Ayuntamiento de Ibiza, Rosa Gurrea, explicó el jueves a los políticos: que los restos más antiguos corresponden al siglo III a.c. y los más modernos a la época bizantina, al siglo VI d.c., que el hipocausto romano que servía antiguamente para caldear la casa es uno de los pocos que se han encontrado en la isla o que algunas de las rectas que ven corresponden a zanjas de cultivo de una antigua villa rural.

Ayer en Sa Bodega casi nadie parecía acordarse de la amenaza que las familias hicieron el pasado mes de febrero en la rúa de Carnaval de Vila: echar a los responsables de la conselleria de Educación a la olla por retrasar y retrasar y retrasar la apertura del nuevo centro.

Pedientes de GESA

También de estreno estaban ayer unos 75 alumnos del colegio Santa Gertrudis (dos grupos de quinto y uno de sexto), que ocuparon por primera vez los pupitres del nuevo aulario. Eso sí, aún tendrán que esperar un poco antes de poder utilizar las pizarras digitales con las que deberían estar equipadas. Hay que trasladarlas desde las antiguas aulas y eso no es tan sencillo como colgar y descolgar las pizarras de toda la vida, explica la jefa de estudios, Neus Marí.

Finalmente, por una cuestión de espacio, han sido los alumnos de tercer ciclo los que ocupan las nuevas aulas. «Son más pequeñas que las otras y, como trabajamos por proyectos, sin libros, necesitamos más sitio. Los mayores son los que mejor se podían adecuar a estas clases, pero los tutores se quejan de que son pequeñas», apunta dándose aire con un abanico azul. El centro no puede poner en marcha el aire acondicionado. Tampoco funciona el ascensor. Un problema de GESA. «Tiene que hacer una ampliación en el pueblo y, hasta entonces, no podemos enchufar muchas cosas a la vez», detalla la jefa de estudios, que también lamenta que la conselleria únicamente les haya dado dotación para una clase y ningún ordenador para la flamante nueva aula de informática.