De rojo pasión, quizás para compensar las camisetas y vestidos verdes de los docentes en lucha, se presentó ayer la consellera balear de Educación, Joana Maria Camps, a inaugurar el colegio Sa Bodega. Sonriente, con bucles perfectos, dispuesta a recibir vanaglorias y agradecimientos... Todo era casi tan perfecto como en un anuncio de compresas hasta que (¡oh!) se le ocurrió abrir la puerta que no debía. Y no es que en el colegio haya un Barba Azul, es que estaba tan emocionada recorriendo con su séquito las instalaciones que se le había olvidado que la mayoría de los docentes no están muy contentos (por decirlo suave) con su actuación. Pero abrió la puerta y se encontró con la realidad: la sala de profesores, con profesores vestidos de verde, los mismos profesores que minutos antes se habían negado a aplaudir tras su discurso. Apenas se atrevió a cruzar el lindar. Por si acaso.

La visita por el nuevo colegio sirvió para constatar algunas de las deficiencias que hay que subsanar, como los lavabos de la zona de infantil. La directora del centro, Marga Guasch, destacó el peligroso acabado en pico del mármol de los baños. Algo que a la alcaldesa de Ibiza, Virginia Marí, tampoco le pareció lo más adecuado. Los que seguro que se llevarán un buen disgusto serán los 275 alumnos del centro cuando los profesores les digan que no van a poder usar buena parte de esas maravillosas, relucientes y nuevas canastas y porterías del patio principal. La valla que rodea el patio no es lo suficientemente alta. Un chut que se escape por encima del larguero o un alley-oop frustrado digno de la España de Orenga y... una luna rota o un paseante con un moratón.

Eso sí, los pequeños podrán entretenerse con los restos arqueológicos de los bajos del edificio. «No todos los centros pueden contar con algo así», apuntó la alcaldesa de Ibiza, que acaba de llegar y ya tiene una placa con su nombre en la entrada de Sa Bodega (tan fresca estaba la tinta de la placa que desteñía). A poco que los alumnos demuestren el mismo interés que los políticos, el colegio será una cantera de Indiana Jones y Howard Carters. La arqueóloga del Ayuntamiento, Rosa Gurrea, se explayó con los hallazgos del solar: pozos, silos, zanjas de cultivo, el hipocausto... El arquitecto del proyecto, Ángel García de Jalón, aseguró que el colegio está pensado «para no tener que encender las luces», tanto por las cristaleras que delimitan buena parte de la planta baja como por la luz natural procedente del norte, «homogénea y difusa», que entrará en las aulas de las plantas superiores. De Jalón recordó los problemas, la paralización y la demora que ha sufrido la obra (a algunos parecía habérseles olvidado) y explicó, por ejemplo, que hubo que desplazar una grúa cuatro metros debido a una antigua acequia o que se optó por no reubicar el edificio porque estaban convencidos de que también hubieran encontrado restos arqueológicos.

Los alumnos de Sa Bodega no sólo ganan en espacio de patio (ahora parte de ellos tenían que cruzar al parque de la Paz) o de aulas. También pasan a tener unos baños en condiciones, un comedor en el que quedarse a mediodía, un gimnasio moderno y un almacén para el material. Y fuentes para beber de las que ayer ya brotaba agua fresca.

Tanto se ensimismó la consellera con el nuevo Sa Bodega que su equipo no hacía más que mirar el reloj, no fuera a ser que perdieran el avión. Ellos se fueron, pero la alcaldesa de Ibiza y la delegada de la conselleria en Ibiza, Belén Torres, continuaron la ruta hasta el colegio Sa Joveria, al que hoy entrarán por primera vez los alumnos. Ayer a mediodía los operarios aún estaban descargando el mobiliario de las aulas, en las que se acumulaban las cajas y bolsas con parte del material. Quedaba trabajo como para varios fameliars.