Uno de los misterios insondables de la humanidad es cómo, a pesar de la escasa población de estas islas, siempre hay algún pitiuso víctima o testigo o participante activo en cualquier follón mundial, aunque suceda en las antípodas. Y cómo no, los hubo que vivieron de cerca o aportaron su grano de arena en la Gran Guerra, que ya era difícil. Entre ellos se encontraba Josep Yern, incluido por David Martínez i Fiol -autor de ´Els Voluntaris Catalans a la Gran Guerra´ (Publicacions de l´Abadia de Montserrat)- en una lista de voluntarios de Cataluña que lucharon en el bando francés durante ese conflicto, unos porque idealizaban al general galo Joseph Joffre, nacido en el Rosellón, otros para defender la república (francesa) frente al imperio (alemán), que era una sutil pero arriesgada manera (les iba la vida en ello) de sacarle la lengua a Alfonso XIII. Yern, natural de Ibiza, fue «licenciado» el 4 de marzo de 1919.

Parece que Yern salió ileso de aquella carnicería. No así Juan Torres, otro ibicenco natural de Sant Joan que falleció en el norte de Francia a mediados de 1915, según dejó constancia Es Diari en sus páginas. Torres, que se había alistado voluntario en el Ejército galo, fue herido de bala cuando luchaba contra los boches: «La muerte de Juan Torres fue verdaderamente heroica, mereciendo grandes elogios del general [Maurice] Sarrail, que la citó en el orden del día», comentaba el periódico, que lamentaba, no obstante, que en un «pleito donde no se ventilan intereses de España sean algunos españoles los que caen segados por el plomo alemán».

Algunos fueron a las trincheras voluntarios. A otros no les quedó más remedio. Era eso o volver con una mano delante y otra detrás a sus lugares de origen. Nada más declararse las hostilidades en Europa, los franceses empezaron a despejar su patria y colonias de extranjeros, muchos de ellos pitiusos.

En la isla se temía lo que depararía la llegada de «los muchos repatriados indigentes» que procedían de Argel, como los que arribaron a principios de julio y a mediados y finales de agosto de 1914, para los que se iniciaron colectas con el fin de socorrerlos y para los que la Administración local reclamaba a la central obras públicas que mitigasen su precaria situación: «Todos los obreros ibicencos residentes en Argel pasarán a Ibiza próximamente y si no encuentran trabajo la miseria será espantosa», alertaba Diario de Ibiza el 15 de agosto de 1914. También los hubo que se vieron obligados a regresar de Alemania, como Ernesto Hernández Sorà. Incluso a finales de agosto de 1915 volvieron a Ibiza emigrantes que vivían aún más lejos, en Cuba, como varios marineros que regresaron «a causa del trastorno causado en el comercio de todo el mundo» por la guerra.

En enero de 1915, un ibicenco relató a Es Diari cómo en Argel, uno de los destinos predilectos de la emigración ibicenca, ya no quedaban jóvenes franceses «ni moros», que por esas fechas ya chapoteaban en el fango de las trincheras. Y los que no eran galos de origen tenían que elegir, según aseguró: «A los de otras nacionalidades se les hace toda clase de ofrecimientos para que se alisten en el Ejército o les obligan a adquirir la nacionalidad francesa, haciéndoles presión para que salgan del país en caso contrario».

Trazos antigermánicos

Josep Costa, Picarol, no disparaba obuses, pero sus caricaturas y dibujos quizás hicieron más pupa a los alemanes que los cañonazos y balas que les lanzaban en el frente. Nacido en Ibiza el 7 de junio de 1876 e hijo de los ibicencos Lucas Costa Navarro, patrón de barco, y de Maria Ferrer Prats, tomó claro partido durante la guerra: más que apoyar a los franceses, se declaró acérrimo enemigo de los alemanes, a los que retrataba como bobos salvajes. En una guerra en la que, literalmente, se despedazaban unos a otros, las caricaturas de Picarol publicadas en la prensa francesa tuvieron un claro objetivo propagandístico: fortalecer la moral del bando propio mediante la ridiculización del contrario.

Los franceses se lo agradecieron, hasta el punto de que al concluir la guerra el propio mariscal Joffre regaló una pipa al dibujante ibicenco «en agradecimiento de la defensa que con sus dibujos hizo de la causa francesa», recuerda Sonya Torres en un libro imprescindible, ´Josep Costa Ferrer Picarol. Un dibuixant eivissenc i el seu temps´ (Res Publica Edicions). Cuenta Torres que Joffre le dio una pipa «firmada con una sentida inscripción». Pero Joffre no cayó en algo esencial: Picarol no fumaba. Costa usó la figura de Joffre en varias viñetas, como una publicada en la revista satírica L´Esquella de la Torratxa en la que un alemán huye al ver un espantapájaros con uniforme galo: «Diantre de Joffre!... A tot arreu topo amb ell», se dice a pie de página.

Cruz de Honor rechazada

No fue la única muestra de agradecimiento que le hicieron desde Francia. También le concedieron la Cruz de la Legión de Honor... que Picarol rechazó. Modesto, «nunca aceptó premios ni distinciones», salvo un homenaje que recibió en 1931 del Club de Regatas de Palma, según recuerda Torres en su libro.

Picarol también reflejó el lado más atroz de la guerra. En 1914, cuando acaba de empezar la sangría, adivinó la deriva que tomaría el reparto de pepinazos en Verdún o en los Dardanelos, como plasmó aquel año en una página de L´Esquella de la Torratxa: una mujer, cuya cabeza es un globo terráqueo, se sienta frente a una mesa donde los platos rebosan de seres humanos que se dispone a devorar.

El artista participó con ocho obras en la Exposición de Arte a favor de los voluntarios españoles que lucharon en el bando aliado y publicó, en 1915, el libro antigermánico ´Kultur antología bárbara de los tiempos modernos´, con textos de Santiago Rusiñol. En las viñetas de ´Kultur´ el ibicenco subrayó el lado más bárbaro de la Alemania del káiser y, a la vez, la estulticia de sus generales, aunque Picarol pudo haber hecho lo propio con los franceses, cuyo comportamiento en la guerra, al menos el de sus mandos, no fue precisamente ejemplar. «Si un alemán luchase contra otro alemán, ¿cuál crees que ganaría?», pregunta en una viñeta un militar en paños menores. «Los dos, porque cada alemán es más fuerte que los otros», le responde, como si fuera un chiste de vascos, otro bigotudo y orondo germano tatuado.