Susana Sheiman y sus chicos de Open Gate podrían haberse comido el baluarte de Santa Llúcia la noche, perdón, madrugada, de la segunda jornada del ´Eivissa Jazz 2014´. Podrían. Y lo hubieran hecho. En realidad lo estaban haciendo, pero la carroza del jazz se convirtió en calabaza pasadas las dos de la madrugada. Con los asistentes ya levantados, empezando a bailotear y «con la voz calentita» después de haber perdido la ancestral timidez del público de la isla, las agujas del reloj de la Catedral se acercaban sigilosamente a las dos de la mañana.

«Teníamos una lista muy larga de canciones, es una pena, pero vamos con la recta final», señaló Sheiman después de seducir al respetable con sus versiones de ´I´ve got you under my skin´, ´Hit the road Jack´, ´L.O.V.E´. y, sobre todo ´Aquellas pequeñas cosas´. Y con lo de recta final se refería a un esprint contrarreloj que comenzó con ´Louisiana sunday afternoon´ y que siguió con un aluvión de besos, pasión, pensamientos, lágrimas y recuerdos que terminó con el baluarte, ya en un ambiente íntimo y familiar debido a la hora, susurrando una y otra vez «bésame».

Hubiera sido un buen final, pero todos tenían ganas de más. Los asistentes. Los músicos: Toni Solà (saxo), Artur Regada (contrabajo), Xavier Algans (piano) y Caspar Saint-Charles (batería). Y Susana Sheiman, que prefirió despedirse con un deseo. Hablado primero. Cantado después. «Voy a vivir mi vida para cantar esa canción...»

Y con esa canción quedaban atrás más de cuatro horas de jazz que comenzaron con la frescura de la Jove Big Band, que en su noche de estreno en el festival se ganó el piropo de José Miguel López, director de ´Discópolis´ de RNE3 y presentador infatigable del ´Eivissa Jazz´. «Esto suena muy bien», le espetó al director de la formación, Vicent Tur, mientras los alrededor de 25 músicos de esta formación abandonaban el escenario. Algunos de ellos, confesamente nerviosos, como la pianista Penélope Tafur.

La sorpresa de Muriel

Entraron suave, con gusto, con lo que la mayoría adivinó desde el primer compás que era el ´Smooth operator´, de Sade. Y continuaron sumando voces a sus instrumentos. Primero la de Miquel Prats Botja, que homenajeó con ´Milk cow blues´ al músico Dave Jeffs, fallecido hace ahora un año. Pocos se resistieron a seguir al cantante „«lo más parecido a Paul Anka que tenemos aquí», bromeó el director„ en la versión del ´Wonderwall´ de Oasis.

La sorpresa llegó de la mano de la saxofonista Muriel Grossmann. De la voz, mejor dicho. Se marcó un ´Love is here to stay´, cantado y tocado, del que a más de uno le costó recuperarse. Pero la Grossmann es saxofonista. Y cuando se puso al frente de su cuarteto (formado por el guitarrista Radomir Milojkovic, el contrabajista Chema Pellico y el batería Uros Stamenkovic) y llenó el baluarte con su música, el público viajó con ella, se olvidó de que minutos antes, cuando la Jove Big Band aún no se había despedido con un divertido ´Sing, sing, sing´ en el que brillaron los tres clarinetes, había cantado. La intérprete tiene una voz profunda, que llega. Pero no consigue colarse por los rincones de la emoción que alcanza cuando habla a través de su instrumento (y eso que el sonido no se lo puso fácil los primeros instantes), que acabó chorreando, exhausto. Quién sabe si con ganas de seguir desgranando nuevas piezas. Pero pasaban 30 minutos de la medianoche. El reloj amenazaba con convertir en calabaza la carroza del jazz. Y aún quedaba otra Cenicienta por sumarse al baile.