El ruido de las ruedas de un montón de maletas resuena el jueves a las seis de la tarde en el Palacio de Congresos de Santa Eulària. Aparece un grupo de jóvenes que bien podrían ser turistas que vienen a pasar unos días a la isla, pero no, son bailarines del Ballet de Moscú y sus maletas están repletas de zapatillas, medias, maillots... todo lo necesario para trasladarse otra noche más a ´El lago de los cisnes´.

A pesar de que la función no comienza hasta las nueve, los artistas del Ballet de Moscú empiezan su preparación tres horas antes. Bailarines estirando en posiciones imposibles, usando cintas de goma para calentar los pies, retocándose los moños... es el rito diario antes de la clase de ballet. Cuando la maestra lo pide, todos se sitúan para comenzar la barra, una serie de ejercicios con los que los bailarines van calentando los músculos. Tras unos 30 minutos, pasan a bailar en el escenario. De esta forma, a lo largo de una hora, los artistas buscan mejorar su técnica, además de preparar su cuerpo para la función. «Un bailarín debe tener una técnica perfecta para ser capaz de convertirse en el papel que representa, al fin y al cabo somos actores. El público tiene que ser capaz de entender la obra sin haberse leído el libreto», afirma la primera bailarina de la compañía, Cristina Terentieva.

Con cara de cansados, los bailarines afrontan las horas de ensayos para preparar a la perfección la función. «Anoche nos despertamos a las tres de la mañana para coger el avión a las seis y venir actuar a Ibiza», explica Terentieva. ¿Cómo es la vida de un bailarín en una compañía que siempre está de gira?. «Se hace un poco cuesta arriba estar separados de la familia. Por suerte, esta vez como es verano, mi marido [el también bailarín principal del Ballet de Moscú, Alexei Terentiev] y yo nos hemos podido traer a nuestra hija, así que esto es una especie de vacaciones de verano», comenta la bailarina.

Una familia de 36 bailarines

«Es muy complicado mover a 36 personas [entre bailarines, maestros y técnicos], pero al final tantos viajes juntos hacen que seamos una gran familia. Nuestras giras son de uno o dos meses, y generalmente hacemos cuatro al año. Solo paramos en Moscú para preparar el siguiente tour», añade la coordinadora de las giras de la compañía.

Sonrisas y mucha comunicación entre los bailarines mientras ensayan y marcan las posiciones que tienen que tomar en el escenario. «Hay que acostumbrarse un poco al escenario en el que tenemos que bailar, este por ejemplo es bastante duro y hoy me duelen bastante las rodillas», aclara Cristina Terentieva.

«Aquí hay mucho compañerismo, si pasa cualquier cosa estamos para ayudarnos -continúa la solista-. En una compañía estatal es mucho peor, porque el cuerpo de baile es más amplio, y hay más rivalidad por conseguir los papeles de solistas». «Aunque la competencia, si es sana, te ayuda a crecer como bailarín. Cuando ves a un compañero que hace algo mejor que tú, te esfuerzas más para superarte», añade.

A falta de una hora para el inicio de la función, y tras haber repasado todo el ballet, los bailarines se apresuran a vestirse y maquillarse. Así, vuelven a transformarse una noche más en cisnes y príncipes, para hacer que el público se traslade al ´lago´ al ritmo de la música de Tchaikovski.

Una vez vestidos, conforme van saliendo de los camerinos se acaban de preparar en el escenario, donde con el telón cerrado y mientras charlan distendidamente, ultiman sus protecciones para ponerse las zapatillas de punta, saltan, estiran o incluso algunos ´hacen la bicicleta´ para volver a entrar rápidamente en calor.

La recompensa por todo ese esfuerzo y sacrificio, por todas las horas de ensayo y los madrugones para coger el avión, es el aplauso y cariño del público, que llenó el auditorio, al acabar la función. «En España me siento muy bien acogida, el público siempre está muy atento y es muy entusiasta -, relata Terentieva-. En Rusia son más fríos».