-¿Qué hubiera sido de usted si no la hubieran fichado mientras cantaba ´Respect´ en plena calle?

-Creo que hubiera sido cantante igual, lo hubiera intentado, al menos. Fue una situación muy divertida. Hacía teatro y ballet y cantar me parecía familiar.

-¿En ese momento era consciente de la carrera que empezaba?

-FBI me abrió la puerta, vi que tenía posibilidades. Tu carrera siempre es sorpresa, no tienes ni idea de a dónde va, pero estoy muy contenta de cómo va.

-¿Qué queda de aquella adolescente de 16 años que cantaba por la calle?

-Todo. Disfruto muchísimo, igual que antes. Las cosas cambian, te sofisticas, pero es lo mismo: bailo, grito, canto, salto, silbo... Igual que antes.

-¿El escenario no le impone nada?

-Llevo en el escenario desde muy pequeña, es uno de los espacios más cómodos para mí. De niña lo llenaba yo, me ponía a bailar y ni Paulova. [Ríe] Lo que hago es sentarme en el escenario vacío, imagino el concierto y al salir no tengo miedo escénico. A pesar de eso, a veces sientes un nudo en el estómago. En Nueva York había nudito.

-¿Si bailaba como Paulova por qué optó por cantar?

-Tuve que decidir entre una cosa u otra. Físicamente no estaba dotada para bailar, pero sí para cantar. Decidí dejar de bailar, pero habría seguido haciéndolo.

-Pero lo suyo es cantar, ¿no?

-Sí, necesito cantar para expresarme, me libera de la cotidianeidad.

-¿La cotidianeidad agobia?

-Sí, por eso necesito cantar todo el tiempo. Da igual dónde esté, a veces incluso paso vergüenza. Estoy cantando en el supermercado y la gente se me queda mirando. A saber qué piensan, pero yo necesito cantar.

-La mayoría de las formaciones de jazz son instrumentales, ¿qué aporta una voz?

-Emotividad pura. La voz es el instrumento más directo. Un saxo, y los hay maravillosos, no llega igual. La voz es algo que tenemos todos y todos la entendemos, el sentimiento va directo al público.

-¿La voz está subestimada en el jazz?

-[Piensa] Sí, aunque si analizas la historia del jazz las cantantes han sido muy importantes. Musicalmente se tiende a minusvalorar la voz porque tiene menos posibilidades estilísticas que otros instrumentos, pero ahora las cantantes tienen muchos conocimientos musicales y saben muy bien lo que quieren decir.

-¿Por qué las grandes voces del jazz son mujeres?

-Lo que pasa es que han pasado más a la historia. Si pensamos en hombres, pensamos en crooners y si pensamos en mujeres, pensamos en cantantes de jazz. Es solo porque la historia del jazz las ha enfocado más.

-Tituló su disco ´Swing appeal´, ¿si no es sensual no es swing?

-El swing siempre tiene un punto sensual. Queríamos hacer un disco con los temas menos valorados de compositores muy importantes y nos dimos cuenta de que lo que englobaba ese disco era la sensualidad.

-¿Se siente diferente en el escenario y componiendo?

-No, cuando noto diferencias es entre el estudio y el directo. Necesito al público, su conexión, eso me hará dar un concierto u otro. Eso es precisamente lo que hacemos con Open Gate: en función de lo que me das, abriré las puertas y lo transformaré. Voy enlazando temas, letras, poemas o frases que se me ocurren durante el concierto, en función de las emociones que siento.

-Improvisación, vaya.

-Sí, tiene que ver con el jazz, con la frescura del momento, pero lo que hago es enlazar, mediante la emoción, los temas que se me van ocurriendo.

-Para eso necesitará una conexión total con la banda.

-Es fundamental tener músicos muy generosos. A veces les pongo en aprietos porque empiezo a cantar un tema que no esperan, pero me siguen al fin del mundo.

-O sea, que la que manda es usted.

-Sí, pero ellos me inspiran. Meten acordes, cambian el tiempo y me dirigen a otros lugares.

-¿Acaban siempre en el mismo lugar?

-Sí, si no sería un circo. Según me muevo ellos ya saben a dónde voy.

-¿Qué se lleva de su paso por ´La Voz´?

-Fue experiencia fantástica, pero he dejado pasar un tiempo antes de cerrar conciertos. El mundo del jazz a veces es elitista y si te relacionan con algo así lo tienes más difícil. En ´La Voz´ hice unas amistades fantásticas, conocí gente con mucha ilusión y talento, me lo pasé bomba, fueron unas vacaciones musicales. Tenemos un chat que nunca duerme, cuando unos se acuestan otros se levantan. Fue muy gratificante.

-¿Le sirvió para ver que la gente joven tiene poca cultura musical?

-Sí, escuchan mucha música, pero no tienen acceso a mucha otra. Mira, hago un espectáculo para adolescentes con la big band del Taller de Músics que explica la historia del swing y se sorprenden, se lo pasan bomba. Creo que cuando escuchan la radio no se imaginan que hay una persona detrás de eso, tocando. Cuando ven a alguien soplando un saxo, por ejemplo, les inspira y pasan a tener otro concepto de la música, menos enlatado, más auténtico.

-¿Por qué los estándares gustan a casi todos, de todas las edades y pase el tiempo que pase?

-Porque tienen una versatilidad brutal. Cuando un tema es redondo admite todo tipo de aliño y eso permite a los intérpretes hacer su propia versión. Un estándar es inagotable, ese es su encanto.

-Son agradecidos para el público.

-Si el público conoce una melodía, ´Autumn leaves´, por ejemplo, da igual si es la versión de Chet Baker o Dianne Reeves, no tienen nada que ver sólo la estructura, pero el público la reconoce y disfruta con los cambios. Como intérprete, un estándar siempre es un reto porque el público tiene su versión en la cabeza y moverle de ahí y que le guste...

-Confiese, si me la tropiezo en el súper, ¿qué le escucharé cantar?

-[Ríe] Estos días ando cantando ´Blue in green´, de Miles Davis. No me la puedo quitar de la cabeza. Soy un poco obsesiva con los temas, puedo pasarme semanas y meses con uno. Últimamente canto mucho Miles Davis, a ver si sofistico un poco mi jazz.