Juan de José Cabré (Palma, 1957), de origen ibicenco, emigró a Helsinki (Finlandia) en 1989 en busca de una vida mejor para su familia. Veinticinco años después, la empresa donde trabaja desde entonces ha premiado su esfuerzo por adaptarse a la vida y costumbres finlandesas con un vídeo corporativo en el que ponen como ejemplo de integración a este ibicenco. «Cuando vine hace 25 años a Finlandia empecé a trabajar en Orion Pharma en Helsinki [la industria farmacéutica más importante del país]. Como no había, ni hay aún, ningún español, decidí enseñarles a hablar castellano. Me parecía más fácil que ellos aprendiera mi idioma que yo el suyo», explica. Su empresa ha grabado un vídeo (http://ow.ly/ziV6n ) de esta actividad que Juan realiza de forma desinteresada, solo a cambio de una suscripción a la revista Muy Interesante, que un jefe de personal decidió regalarle por su labor.

El camino que Juan de José emprendió a finales de los 80 fue solo un capítulo de una vida marcada por la inmigración, que comenzó en Ibiza. Sus abuelos, Juan José María y Catalina Marí Marí, nacieron en Sant Carles de Peralta en la finca Can Joan Barda y en Sant Vicent, en la finca Can Vicens Marja, respectivamente. Su abuelo fue abandonado en la puerta de una iglesia y fueron las monjas las que lo acogieron y pusieron los apellidos de José y María. Ambos eran campesinos en una finca rural de su propiedad en Sant Carles, Can Barda, que construyeron con sus propias manos. Solo tenía una habitación y una cocina, carecía de electricidad, pero contaba con un pozo para sacar agua fresca.

La pobreza hizo que emigrasen a Argel y Marruecos, hasta que se afincaron en Mallorca con sus ocho hijos. Cada verano volvían a Ibiza y residían en aquella finca de Sant Carles, cerca de la playa de Aigües Blanques, donde aprendieron a nadar.

La madre de Juan, Maria Teresa Cabré Grifoll, era hija única y huyó con su madre de Barcelona a Mallorca tras fallecer su padre en la batalla del Ebro. Fue entonces cuando conoció al padre de Juan, Francisco José Marí. Él era carpintero y ella modista. Ambos se instalaron en una finca en la carretera de Puigpunyent en Son Bosch, donde trabajaron como posaderos con sus siete hijos, entre ellos Juan.

La primera vez que Juan pisó Ibiza fue a los 14 años en una viaje con sus hermanos y amigos en el que se hospedaron en la finca de su abuelo. «Fui a correr una competición ciclista y nos quedamos una semana para participar en la carrera del siguiente fin de semana», recuerda. «Para un quinceañero Ibiza era un paraíso en todos los aspectos». Juan, muy aficionado aún a la bicicleta, ganó una carrera de ciclismo en 1973 en la isla. Guarda como oro en paño un recorte de la entrevista que Diario de Ibiza le hizo cuando quedó primero en el campeonato de España por regiones en 1975.

Tras estudiar oficialía de electrónica hasta los 17 años, en 1977 pidió una beca universitaria para formarse en ingeniería técnica y se la concedieron en Huesca. «Mi padre murió cuando yo tenía 19 años de un paro cardiaco y mi familia no podía ayudarme económicamente», recuerda, «pero decidí que la oportunidad de estudiar no podía desperdiciarla». Juan tiró de unos ahorros que tenía del trabajo y de las competiciones de ciclismo. «En Huesca tuve un invierno nórdico con frío y nieve, que me sirvió mucho cuando me vine a Finlandia». Un año después fue llamado a presentarse a filas para cumplir el servicio militar en Valencia. «Fue una decepción muy grande, sabía que ya no podría seguir estudiando después de la mili», lamenta. Al terminar el servicio militar en 1979 volvió a Mallorca y comenzó a trabajar en la empresa municipal de agua y alcantarillado Emaya.

Un año después de volver a Mallorca conoció a su mujer, Teija Jousi, una joven finlandesa que pasaba las vacaciones en la isla junto a su hermana, que era novia de un amigo de Juan.

Primera visita a Finlandia

La primera visita de Juan a Finlandia fue el 15 de mayo de 1980. «El vuelo con escalas valía muchísimo, más que ahora, casi el sueldo de un mes. Actualmente vivo a 30 kilómetros del aeropuerto de Helsinki y cuesta más el taxi de ida y vuelta que el vuelo a Mallorca en low cost», señala. La historia de amor entre Juan y Teija siguió adelante y ella se fue a vivir a Mallorca, donde nacieron sus tres hijos.

En 1989 su mujer no encontraba trabajo y, aunque Juan ocupaba un buen puesto en Emaya, decidieron emigrar al país de ella. «En Finlandia mis hijos podría estudiar lo que quisieran, en Mallorca no», relata. «Entonces había mucho trabajo en Finlandia, tenían un contrato con Rusia que consistía en que los rusos pagaban los productos finlandeses con petróleo, gas y minerales. En 1990 se terminó el contrato, tuvieron una crisis muy profunda», recuerda.

Juan empezó a trabajar en su actual empresa, Orion Pharma, nada más llegar por mediación de un familiar de su mujer. Entonces no sabía finlandés ya que con su pareja hablaba en español e inglés, por lo que comenzó trabajando en el almacén. Recuerda que siempre llevaba un diccionario y una libreta en el bolsillo y «unas ganas tremendas por aprender el idioma», así que por las tardes daba clases de la lengua del país que lo había acogido.

En un año aprendió lo suficiente para poder cambiar de departamento, donde trabajó en el mantenimiento, calibración y validación de instrumentos de máquinas de producción de laboratorio, hasta acabar en el departamento de producción de intravenosos donde a veces tienen que vestirse «con ropa estéril, como un médico cirujano», bromea.

«En 1989 había muy pocos extranjeros en Finlandia -señala­-, en Orion solo tres o cuatro. Yo quizás para algunos era un poco bicho raro, pues los finlandeses, especialmente en el largo invierno no suelen hablar, ni reír mucho en su trabajo», explica. «Yo no podía dejar de ser yo y continué siendo como somos los isleños», destaca.

Las clases de Juan en español comenzaron por casualidad. «Había una jefa de sección que hablaba castellano, iba a veces a comer con ella, era una conversación animada, con risas que siempre destacaban en el comedor de la empresa. Poco a poco la voz corrió y los que sabían español o lo estudiaban se unieron a nosotros», relata.

Suscripción a Muy Interesante

«Fue una cosa fantástica para mi. Yo les corregía y les ayudaba con el castellano, ellos me ayudaban con el finlandés». Entonces, un jefe de personal que hablaba español consiguió que la empresa les pagara una suscripción a la revista Muy interesante que aún les llega. Estas clases terminaron configurando el Club Hispano, que Juan fundó en 1994 y que llegó a aglutinar hasta 30 personas. Quedaban a comer una vez a la semana. Allí se informaba de las actividades que organizaba la Embajada de España y el Club Español en el país.

Además, de dar clases, Juan participa en el coro de la empresa y fue entrenador del equipo de fútbol femenino infantil donde jugaba su hija ocho años. «En algunos de los fríos y oscuros días de crudo invierno me he preguntado qué hace un balear por aquí -confiesa- pero soy feliz de ser finlandés en Finlandia y español en España».

La colonia española en Finlandia no es muy grande, en torno a unas 400 personas, y está muy integrada en la sociedad finlandesa. «Gracias a las becas Erasmus vienen bastantes estudiantes y con todos los que he hablado les gustaría quedarse, pero ya no hay tanto trabajo como cuando yo llegué», lamenta.

Juan señala que sus abuelos emigraron a unos 200 kilómetros, un viaje que duraba seis horas. Él ha emigrado a unos 4.000 kilómetros, el viaje dura unas cuatro horas. «El mundo es cada vez más pequeño», dice.