Durante todo el año, la Virgen del Carmen protege a los marineros de es Cubells. Ayer, fueron ellos los que la protegieron del temporal. La imagen se quedó en tierra tras una trepidante bajada a la cala de es Cubells en la que decenas de personas, y alguna mascota, la siguieron. Resbalones, polvo y arañazos con las ramas secas. Nada de esto disuadió a Bartomeu, octogenario y uno de los más mayores de la procesión, que terminó el recorrido a buen ritmo, buscando la escasa sombra y secándose el sudor de la frente con un pañuelo. «Hace bastantes años también tuvo que suspenderse la procesión marinera», explica mientras el cura de la parroquia, José Luis Mollà, se sitúa entre las rocas para iniciar la oración. Intentan colocar la imagen sobre uno de los pedruscos, pero no mantiene el equilibrio.

Mollà pide a la patrona de los marineros que les proteja de olas y temporales durante el próximo año igual que ha hecho durante el último. De forma espontánea, los asistentes, algunos apostados en el techo de las casetas varadero „«no caminéis mucho por ahí, que nunca se sabe», advierte Toni„ y otros a pie de embarcadero, sobre las rocas, entonan la ´Salve´. Las olas que justifican que la virgen se haya quedado en tierra rompen contra el embarcadero y salpican a los asistentes. Con más de 30 grados y sudando lo agradecen. Algunos miran con envidia al perro que se refresca en una de las pozas.

Tres mujeres se acercan al mar. Les cuesta caminar por las rocas, desde donde lanzan sus ofrendas a la Virgen. Un ramo en tonos violetas y verdes. Unas flores sueltas. Otras acompañadas de una palma que, capricho del viento, embarranca sobre uno de los pedruscos. «¡Viva!». El grito lo lanza un entusiasta Bartomeu. Los demás le imitan. Aprovechan el final de la liturgia para hacer fotos de la imagen. Y del paisaje.

Alzan la vista. Ahora viene la auténtica ofrenda a la patrona de los marineros. Sudor. Largos minutos de caminata cuesta arriba. Resbalando sobre el polvo y las piedras. Deteniéndose para recuperar el aliento. La mayoría se lo toma con calma. Entre ellos, Bartomeu, que se cala bien su capell y, pasito a pasito, inicia el ascenso. La alcaldesa de Sant Josep, Neus Marí Berris, tampoco tiene prisa. Su marido, con menos espíritu deportivo, le espera a medio camino, en una curva desde la que se ven las rocas en las que, hasta hace unos minutos, se celebraba la ofrenda.

Media hora más tarde, cuando todos se refrescan ya en las terrazas de la plaza (llena de motos y coches antiguos), la Virgen del Carmen vuelve al convento. Una de las monjas de es Cubells la acuna en un brazo. Del otro, casi acabada, una botella de agua de litro y medio.