La isla de Ibiza ha sido escenario, en sus 27 siglos de historia, de numerosísimas batallas, incursiones, saqueos y ataques de toda índole. La más conocida, por la trascendencia que tuvo, fue la del 8 de agosto de 1235, cuando las tropas cristianas arrebataron la isla al Islam. Pero no fue la única.

Un siglo antes, cuando Ibiza era todavía un floreciente enclave musulmán, había tenido lugar una de las más devastadoras agresiones armadas de cuantas se recuerdan. Las crónicas relatan que la ciudad quedó arrasada a manos de una flota de entre 300 y 500 barcos enviada por una alianza entre pisanos y catalanes. El impresionante contingente militar cristiano sitió Yabisah durante semanas enteras -la resistencia fue numantina- y finalmente, tras una sucesión de incruentas batallas, los invasores tomaron la ciudad un 10 de agosto de 1114. La intención no era conquistar la isla, sino solo infligir un severo castigo.

Todo empezó -tal y como recuerda el arqueólogo Benjamí Costa- cuando en 1113 la república de Pisa «se cansó de ver cómo Baleares era la plataforma desde la que salían las expediciones de piratas que atacaban los barcos cristianos». «En un momento dado, Pisa se hartó y dijo: hasta aquí hemos llegado. Por eso, montó una expedición, que no sería de conquista, sino simplemente de castigo», añade.

Para obtener una justificación ideológica de este ataque, los pisanos lograron que el Papa, Pascual II, «vistiera la operación de cruzada y la bendijo como tal», añade Costa.

La participación catalana se produjo cuando la flota italiana, habiendo zarpado ya hacia Balears, acabó siendo empujada por un temporal a las costas de Cataluña, si bien los investigadores sospechan que en realidad esto ya estaba preparado y lo del temporal fue un pretexto, explica el investigador ibicenco Jaume Juan Castelló. Sea como sea, los pisanos sumaron así el apoyo del Conde de Barcelona y gobernantes del Sur de Francia, que aportaron más barcos para la operación, que comenzaría por Ibiza.

¿Por qué Ibiza? Jaume Juan y Benjamí Costa lo explican, afirmando: «Ibiza tenía su importancia estratégica. Los cristianos, para poder atacar después Mallorca en condiciones de seguridad, no podían permitirse ser hostigados desde Ibiza».

Tras un primer reconocimiento, en marzo de 1114 desembarcaron en la costa ibicenca algunos de los asaltantes, pero fueron obligados a reembarcar por los musulmanes ibicencos, que, según las detalladas y documentadas crónicas de la época, hicieron incluso algunos prisioneros. Fue a finales de junio cuando llegó la flota al completo, compuesta, según esas crónicas, por entre 300 y 500 barcos -que algunos investigadores consideran algo exagerada pero otros estiman verosímil- cargados de soldados, víveres y armas.

Viendo semejante despliegue desde las murallas de Yabisah, los vigías debieron comprender que se enfrentaban a una amenaza de gran envergadura. La ciudadela era prácticamente la misma que habían habitado los romanos y, antes, los cartagineses. Un millar de personas componían su población, ciudadanos y guerreros al mismo tiempo.

Los invasores acamparon frente a la ciudad y se dispusieron, como era habitual en la época, a iniciar un sitio que podía durar semanas o meses. Yabisah, de hecho, presentó una valiente resistencia y logró contener las embestidas de los cristianos, que aprovechaban las noches para fabricar un castillo de madera sobre el que colocaron un ariete para batir mejor las murallas. Gracias a este ingenio, los pisano-catalanes abrieron una brecha en el primero de los tres recintos de la muralla y penetraron en él. Los musulmanes se retiraron al segundo recinto, que fue también ocupado por los asaltantes siete días después, el 21 de julio. Quedaba por conquistar el tercer recinto, que era el situado más arriba y donde se hallaba la sede del gobierno de la ciudad y la mezquita. Allí estaba el gobernador de la isla, Abul Manzor, que en realidad era un renegado catalán natural de Girona.

La ciudad se rinde

Cuando una torre de la muralla superior fue derribada por el ataque de los invasores, el gobernador acudió a presenciarlo y allí fue herido de un hachazo en la garganta por un soldado de Pisa. «Esta novedad espantó a los ibicencos, los cuales, desesperando de más resistencia, rogaron al virrey herido que se rindiera al valor y fortuna de los enemigos vencedores», relata una de las crónicas que se conservan actualmente en la ciudad de Pisa. El día 10 de agosto de 1114, festividad de San Lorenzo, Yabisah se rindió a los asaltantes, que liberaron de las mazmorras a los cristianos cautivos, se llevaron el correspondiente botín y emprendieron viaje a Palma, donde librarían un asedio muchísimo más largo todavía: ocho meses.

«Los pisano-catalanes destruyeron las murallas. Fue una masacre terrible entre la población, no respetaron nada. Ellos mismos reconocen que fue una barbaridad», afirma el arqueólogo Benjamí Costa, si bien otros investigadores, como Jaume Juan Castelló, mitigan la magnitud de la tragedia: «Es difícil hablar de un desastre total, porque no hay mucha constancia arqueológica». Además, afirma, no pudieron llevarse muchos prisioneros ni un gran botín, porque necesitaban continuar rumbo a Palma «y debieron coger lo justo».