En 1984, justo antes de Navidad, los cerca de 90 médicos, enfermeras y celadores del antiguo Ambulatorio de Ibiza (donde ahora está la comisaría de la Policía Nacional) se hartaron de llevar cajas al entonces flamante hospital Can Misses. El director del hospital en aquel momento, César Hernández Soto, cirujano, trasladó «muchísimas» cajas, explica él mismo en el quirófano del nuevo hospital Can Misses, que visita acompañado del actual gerente, Ignasi Casas, y la secretaria de dirección de ambos, Montse Guasch.

«Ella es la dueña del hospital», bromea Hernández Soto, que ayer recibió un pequeño homenaje en Can Misses. El actual gerente le entregó la maqueta grabada a láser en metacrilato que el arquitecto del edificio le regaló al anterior gerente, Julio Villar, en la colocación de la primera piedra. «Para que lo custodies», le indicó frente a antiguos compañeros tras un paseo por las nuevas instalaciones.

«Es un poquito too much», valora Hernández Soto tras el paseo. «Aunque también dijimos eso del otro», reflexiona el cirujano, que no acaba de creerse que, como le explica Casas, el nuevo hospital únicamente duplique en espacio al actual: «A mí me parece 30 veces más grande, descomunal, no sé si era necesario, pero luego leo que hay un 9% más de pasajeros en julio y el número de gente en Ibiza crece». Rápidamente vuelve su atención al hospital que él inauguró. «¿Me puedes decir qué pensáis hacer con el viejo Can Misses?», pregunta a Casas, que responde, escueto, que en las plantas superiores estará administración y en las inferiores, la empresa concesionaria.

Hernández Soto destaca el cambio que supuso mudarse del Ambulatorio a Can Misses. «Fue un cambio asombroso», apunta después de recordar, entre risas, cómo los periodistas le maltrataban en aquella época: «Nos insultaban todos los días en la prensa, porque no había gas y otras cosas. Éramos totalmente incompetentes. Trabajamos mucho y conseguimos que funcionase». De hecho, recuerda que en el traslado colaboró no solo el personal sanitario, que incluso durmió allí la noche antes de que atendiera los primeros pacientes, sino también las ambulancias, los bomberos, la Guardia Civil y hasta los taxistas. «Éramos unos 90, nos conocíamos todos, hicimos la mudanza todos como amigos», comenta, interesándose por cuántos trabajadores tiene ahora el hospital. «¡Asombroso!», exclama cuando le responden que 900.

Perdidos en los pasillos

Aunque ahora se haya quedado pequeño, asegura que durante las primeras semanas pacientes y personal, acostumbrados a los 200 metros cuadrados y las dos salas del Ambulatorio, se perdían por los pasillos de Can Misses. El cirujano, que abandonó Ibiza en 1998, cuando se jubiló, recalca el momento que se acababa de vivir en España poco antes del traslado, con la victoria de Felipe González. «Ahora hay pugna política, pero entonces era mucho más. Incluso en la prensa aparecíamos siempre unos como malos y otros como buenos», indica. En este sentido, recalca como un logro el nombre del hospital. «Luchamos por él», afirma. «Como estaba en la zona de Can Misses le pusimos así en vez de Francisco Franco o Duque de Lerma. Ése, no ponerle el nombre de nadie, ni de derechas ni de izquierdas, fue un triunfo», relata antes de recordar al entonces ministro de Sanidad, Ernest Lluch, que inauguró el viejo Can Misses: «Era una maravillosa persona, pero nunca se pensó ponerle al hospital el nombre de nadie. Eso lo hacían los equipos de fútbol».

A la vista de la sala de operaciones, a la que ha llegado después de saludar a antiguos compañeros de su etapa en Ibiza, Hernández Soto considera que haría «el ridículo» si entrara ahora en un quirófano. «Ha habido tanto cambio en 16 años... Todo es diferente. El instrumental, los medios, las maneras de hacer... Ha cambiado todo, pero la cirugía mucho más», insiste. A pesar de eso, confiesa sentir «verdadero orgullo» por algunas de las intervenciones que realizó en aquella época. «No teníamos los medios que hay ahora. Llegaban víctimas de accidentes brutales y teníamos que luchar con todo. Había gente a la que el volante del coche le había roto el hígado y la vesícula y trabajabas toda la noche para salvarlos. Lo hacíamos con buenos resultados», explica. También recuerda que en aquella época apenas se hacían endoscopias y que eran los propios médicos los que se encargaban de las radiografías de los enfermos que trataban.

El equipamiento del nuevo Can Misses también le recuerda al antiguo director del hospital lo complicado que fue dotar al viejo Can Misses. «Tuvimos que pelear mucho para adquirir las cosas. Además, venían compañías que vendían material y luchaban entre ellas. Lo fuimos haciendo con el presupuesto que teníamos, que es mucho más bajo que el que pueda haber aquí», concluye el cirujano, minutos antes de dirigirse al viejo Can Misses, el que para él fue nuevo.

«Viejas glorias»

Allí le esperan antiguos compañeros, que le saludan con bromas cariñosas: «Cambia de ángulo, que de ese lado ya te han hecho muchas fotos». Las acepta con risas. Él mismo se ha calificado de «vieja gloria» cuando se ha reencontrado con Moshen Boddohi, dermatólogo, durante la visita al nuevo edificio de consultas externas, donde también ha saludado efusivamente al neurólogo José Luis Parajuá, el internista Pedro Sánchez y la también dermatóloga Mercedes Hergueta.

Entre los asistentes al homenaje, su auxiliar de quirófano, Lourdes Serra, que le entrega la maqueta del nuevo hospital. «Espero que os dé tan buen resultado como éste y que dentro de 30 años, cuando tengáis otro hospital aún mayor, me llaméis otra vez», bromea, perdiéndose entre sus antiguos compañeros.