El ibicenco Jesús Rodríguez Comes (1984) ha trabajado durante los últimos cuatro años en uno de los proyectos de recuperación histórica más interesantes de Islandia: los primeros seis tomos de una colección que llegará a doce y que recogen, calle por calle y familia por familia, la historia de la capital, Reikjavík, en 1910. Ahora regresa a Ibiza pero no se desvinculará del trabajo. «Mientras se sigan vendiendo los libros, que por el momento han tenido una acogida muy buena, seguiré trabajando con el editor desde Ibiza y viajaré dos veces al año a Reikjavík para sacar todo el trabajo que no se puede hacer a distancia e introducir todas las correcciones», explica.

Uno de los grandes valores del libro es que recoge la genealogía de todas las familias de la ciudad a principios de siglo. Algo que sería imposible en otros lugares pero sí es factible en Islandia. «Realmente son muy pocos [la población actual es de 331.000 habitantes] y han estado tan aislados que cada persona puede saber de qué colonizador proviene y trazar todo su árbol», explica Rodríguez Comes. «Por eso les entusiasman todos los estudios que indaguen en esas raíces», añade.

Reconstruir rostros e historias

El libro se centra en 1910, «un momento en el que la ciudad sufrió enormes cambios, después de un crecimiento importante de la población en 1905 y el inicio de la industrialización de la isla», explica el ibicenco. Pero hay otro factor determinante: la fotografía. «Años antes tener fotografías era algo muy exclusivo de las clases ricas, pero en 1910 comienzan a proliferar y el material es mucho más interesante para el libro», añade. De todos modos se han encontrado con muchas menos fotos de los barrios ricos que de los barrios pobres.

En cada libro hay unas 4.000 fotografías, muchas de ellas completamente inéditas, que documentan viviendas y personas. «Mi jefe las ha ido buscando en museos y puerta a puerta, en un trabajo monumental. Habremos escaneado hasta la fecha unas 80.000 fotografías y nos falta la mitad de la colección de libros», explica con evidente entusiasmo. Para él, que viene el mundo de la arquitectura, meterse en este proyecto ha sido un máster en edición, maquetación y en photoshop. «Me he topado con retratos deteriorados, en los que faltaba la mitad de la cara, y que he reconstruido utilizando otras imágenes de esa persona», describe. «Nos hemos encontrado con parientes que nunca habían visto una foto de un familiar que aparece en el libro. Es maravilloso, realmente un trabajo precioso», remarca.

Otro de los retos más interesantes de Rodríguez Comes en este proyecto fue crear un plano original de la ciudad en 1910, un documento que no existía y en el que pudo aplicar todos sus conocimientos de arquitectura.

Ibicenco-islandés

Este ibicenco de 29 años se plantó en Islandia en 2010 por «un golpe de intuición, de pasión... o a lo loco, no estoy seguro», dice sonriendo. No tenía trabajo, no conocía el idioma y tampoco tenía mucho colchón financiero para sobrevivir. Pero una especie de conjunción planetaria «casi mágica» hizo que encontrase un buen trabajo en una pequeña editorial como maquetador «en un momento en el que el país estaba en crisis». Todo se encauzó. No tenía formación específica para el empleo pero eso no le amilanó. Tener el grado en Arquitectura resultó ser una excelente base tanto a la hora de ponerse al día con programas de diseño como en el momento de tomar decisiones estéticas sobre composición y paginación.

Ahora regresa a España pero sin desvincularse del todo de Islandia, un lugar que, a su juicio, «combina lo mejor de un país del norte con lo mejor de un país del sur». No está de acuerdo, eso sí, con el mito que se ha creado respecto a la reacción de la sociedad islandesa frente a la crisis y la bancarrota de los bancos. «Es cierto que un gobierno fue tumbado por la voluntad popular, pero han pasado cuatro años y los mismos que hundieron al país están gobernando otra vez. No se han ´encarcelado banqueros´, como se dice por ahí, sino a un ´cabeza de turco´, como suele decir mi jefe», explica. «No es verdad que haya habido una revolución y que todo sea maravilloso, pero tampoco es verdad que no se haya hecho nada. Hay una base real, pero en buena parte se ha mitificado», aclara.

Por lo demás, solo cuenta cosas buenas de una isla que le acogió con cariño: pocos convencionalismos sociales, un nacionalismo «sano», gente muy activa y creativa, nada de la cultura de escaqueo del sur pero discotecas que cierran a las seis de la mañana, algo inaudito en el norte. «Puedes dejar una bicicleta en la calle sin candado o no cerrar con llave la puerta de casa en la ciudad, aunque esto está cambiando porque la población está aumentando con la inmigración, dentro de la que me incluyo, claro, y también está aumentado mucho el turismo», apunta.

Habla con amor de Islandia. «Me emociona pensar en la época de mi vida que ha trascurrido allí, sobre todo por la magia del principio, pero no quiero volver a esa etapa, no la echaré de menos. Me voy porque he querido irme. Antes de lo que había planificado, pero consciente», subraya.

De vuelta a Ibiza pero con un pie en Islandia, Rodríguez Comes trabaja también en el diseño y maquetación de libros de dibujo técnico para Bachillerato con una editorial nacional que saldrán al mercado en breve y se ha apuntado al módulo de ebanistería de Arts i Oficis porque le apasiona la madera. Una nueva etapa para este aventurero que llegó a jugar en el Español Juvenil en División de Honor. «Félix de Azúa dice que él no dejó la poesía sino que la poesía le dejó a él. A mí el fútbol me dejó», dice riendo.