El naturalista David García introduce el brazo por uno de los angostos agujeros que perforan las paredes de la profunda cueva y palpa con mimo hasta que al fin encuentra lo que busca. Con sumo cuidado agarra la presa, la extrae y la ilumina con su frontal: es un delicado pollo de virot cubierto por un espeso y suave plumón de color gris. A simple vista, parece una enorme bola de polvo. Al tocar las livianas plumas del polluelo quedan las huellas de los dedos. Apenas se queja y con su pico no consigue, ni mucho menos, los efectos cortantes del de la cría del cormorán, por ejemplo. «Es tan sumiso que imagina el destrozo que podría hacer aquí dentro una rata o un gato», señala Pep Arcos, coordinador del Programa Marino de SEO/BirdLife que junto a García participó desde mayo en la campaña de seguimiento de la pardela balear (Puffinus mauretanicus) en la reserva natural de es Vedrà i los Illots de Ponent, especialmente en sa Conillera y las islas próximas, el refugio del ave más vulnerable y amenazada de Europa.

García (miembro de Iniciativa de Recerca de la Biodiversitat de les Illes, IRBI) y Arcos pasan tres horas metidos en una oscura cueva del islote (cuyo nombre omitimos para proteger su conservación) para anillar pollos de virot. Hay una veintena de nidos escondidos en las grietas o en los túneles de esa enorme oquedad, algunos inaccesibles. Pero no todos están ocupados: en uno hallan un ave muerta, en otro hay aún un huevo, «mala señal», comentan ambos, pues seguro que ya no prospera. En marzo iniciaron la primera fase de una campaña que desarrollan desde el año 2011: hace cuatro meses controlaron las puestas, mientras que desde finales de mayo anillan, miden y toman muestras de sangre (para conocer su sexo y qué comen) de las crías.

La mayoría tienen tres semanas de vida, pero ya pesan alrededor de medio kilo, más que sus progenitores. Ya tendrán tiempo de ponerse en forma cuando a finales de junio comiencen a volar. Tras la fase de incubación en la que uno de los padres jamás abandonaba el nido, ahora están solos prácticamente todo el día. Según explica Arcos, al amanecer los progenitores emprenden el vuelo con rumbo al Levante peninsular, donde pescan sardinas o boquerones. Los pollos esperan, pacientes, sin inmutarse, toda la jornada dentro de las cuevas de los islotes hasta que los adultos regresan al anochecer con el buche cargado de comida. «El virot es muy ágil en el agua y en el vuelo, pero en el suelo es muy patoso. Cuando de noche vuelven a su cueva, al tomar tierra se arrastran como si fueran ratones, incluso se ayudan e impulsan con las alas», detalla Arcos. En la gruta escogida para el anillamiento de pollos, la pardela lo tiene complicado para alcanzar su nido una vez aterriza, pues tiene una fuerte pendiente de subida y el suelo, arcilloso, está muy resbaladizo. La gruta, de paredes rocosas mohosas, se adentra 20 metros en perpendicular al abrupto y casi inaccesible acantilado. Es un mundo en tinieblas ajeno al ajetreo y las batallas de las gaviotas de patas amarillas que sobrevuelan el islote a plena luz del día y que atacan como Stukas a Arcos y García en cuanto pisan su superficie.

Parece mentira, pero esa oscura caverna está llena de vida, la de decenas de crías que aguardan impasibles la llegada de sus padres. Con un esponjoso (y tranquilo) pollo en la mano, el responsable de BirdLife advierte de que si esta ave ya está seriamente amenazada, «más incluso que el águila imperial», su futuro sería incierto si su principal refugio europeo, el islote de sa Conillera, se convirtiera en un hotel de lujo: «Plantean el proyecto como algo armonioso con la naturaleza, pero no lo es. Solo la entrada constante de personas y de provisiones, la producción de desechos, la consecuente aparición de roedores, el ruido, la luz, bastarían para poner en peligro la colonia». Sería suficiente con que se colase un gato, avisa: provocaría una escabechina, especialmente si llega a asilvestrarse. «Es una de las mejores colonias de todo el archipiélago balear y de Europa, compuesta por alrededor de unas 200 parejas, aunque es difícil saberlo por la dificultad de acceder a sus nidos. No nos oponemos al hotel por inercia, sino porque hay un peligro cierto», subraya Pep Arcos. Desde que la Reserva Natural prohíbe el desembarco en sa Conillera y el resto de islotes, han vuelto a anidar allí la gaviota de Audouin y el cormorán, además de un par de parejas de halcones. Un paso atrás también sería fatal para esas especies.

Apenas hay seguimientos regulares (los últimos datos son de 2002) y estudios de «la joya de la corona» de las aves de Balears, a pesar, como recalcan Arcos y García, de que sobre la pardela se cierne la amenaza de su desaparición en menos de medio siglo. Arcos considera que sa Conillera y los islotes adyacentes deberían ser «un punto de referencia y seguimiento», una base permanente de investigación, el santuario de un ave que busca en estas islas «lugares sin degradar» pero que se alimenta en las costas levantinas. Un hotel al lado de los nidos sería su golpe de gracia.

100 enganchados al palangre

Aunque aún tienen que analizar los datos tomados en esta segunda parte de la campaña, Arcos teme que «el éxito reproductor de este año es bajo, pues muchos pollos no han salido adelante». ¿Por qué? No lo tienen claro, pero creen que una de las causas podría ser que se están produciendo mucha capturas accidentales de virots adultos en los palangres de los pescadores del Levante peninsular, a veces un centenar de una sola vez: «Es como si este año hubiera poco alimento y se tiraran desesperados a los anzuelos cebados», indica. En el palangre mueren los adultos, pero con el tiempo fallecen de inanición las desvalidas crías que los esperan en la cueva. «Ojo, la culpa no es de los pescadores, pues para ellos es una gran molestia que un centenar de virots queden enganchados a sus anzuelos. Estamos trabajando para que entiendan el problema y se adopten unas soluciones, a veces sencillas como poner serpentinas en la popa que hagan las veces de espantapájaros o que solo calen de noche», detalla Arcos.

El seguimiento efectuado estos días -gracias al apoyo económico de Ibiza Preservation Fund (IPF)- no solo se limita a anillar, tomar muestras de sangre y medir con pie de rey las esponjosas crías de virot. Además han colocado geolocalizadores (GPS) en 14 pardelas, una especie de mochila que enganchan a sus espaldas y que les permite saber dónde están y a qué altura (incluso si reposan sobre el mar) cada cinco minutos.

El problema es recuperar los GPS. El martes permanecieron agazapados a la entrada de una cueva de sa Conillera hasta las cinco de la madrugada a la espera de que llegaran los virots que cada mañana parten hacia la costa valenciana para nutrirse y que luego regresan al islote para cebar a sus crías. Pero solo pudieron recuperar una mochila. A las nueve de la mañana ya estaban en pie para descolgarse por los acantilados en busca de las grutas donde anidan los vulnerables polluelos.