Aparicio Espinosa Martínez (Cuenca, 1942) no se considera muy religioso. «Creo en Dios pero no voy todos los días a misa», admite. Sin embargo desde niño ha vivido de manera muy intensa la devoción por San Juan Evangelista. En su Cuenca natal se apuntó a la cofradía del santo cuando solo tenía siete u ocho años y sin decirles nada a sus padres. «Después de apuntarme me gané una paliza porque mi madre no quería... luego tuvo que pagar las perras que costaba la cuota cada año hasta que murió», relata sonriendo. Mucho tiempo después apuntó a su hijo Diego a la cofradía cuando solo tenía días de vida.

Después de 52 años en la isla se siente «más ibicenco que los propios ibicencos». Llegó con casi 20 años, «el Domingo de Resurrección de 1962» para trabajar en la construcción. Vino solo, después de un tiempo se fue a hacer el servicio militar y, al volver a la isla, encontró a su «costilla», Isabel Romero, con la que ha tenido tres hijas (María de los Ángeles, Catalina y Paqui) y un hijo (Diego). Le han dado cinco nietos.

Inquieto y manitas, el verano pasado se embarcó en la construcción de un paso de Semana Santa que es muy conocido en las procesiones de Cuenca: La Cruz Desnuda. «Este paso representa el momento después del descenso de Cristo de la cruz tras la crucifixión y suele acompañar al Yacente, por lo menos en mi tierra», explica mientras da los últimos retoques a la pieza en el almacén que le ha dejado un vecino para rematar el paso. La imagen saldrá por primera vez mañana en la procesión del Jueves Santo y también en el Santo Entierro del Viernes con la Cofradía del Cristo de la oración.

«Yo de ebanistería no sé nada, la única madera que he utilizado en mi vida ha sido en la obra para hacer el fuego y pasar la sobrasada por las mañanas para el bocadillo», dice divertido. Él era ferralla en la obra, un obrero especializado en la instalación del acero de refuerzo de la construcción. Pero no saber mucho de madera no le amilanó para ponerse manos a la obra.

Comenzó soldando la estructura metálica sobre la que va el paso y después fue colocando la chapa de madera, los embellecedores y los tapajuntas. Ha tallado a mano los detalles de madera que decoran el paso y que están cargados de simbología: los tres clavos de la cruz, la escalera con la esponja con la que dieron de vinagre a Cristo cuando pidió agua, la lanza, y la corona de espinas. También ha tallado unos apliques con forma de concha para embellecer los puntos de luz.

«La cruz no es de madera sino de pvc cubierta con pintura de imitación de nogal», describe. A sus pies, una calavera simboliza que el monte Gólgota, «era un lugar de ajusticiamiento donde ejecutaban a los maleantes. Si tenían quién les recogiera después, se les enterraba. Si no, los huesos quedaban por ahí», relata Espinosa. Al principio ni su mujer sabía que estaba construyendo un paso. Ahora está muy orgullosa de él: «Es un manitas», dice Isabel, mientras muestra una silla hecha también por su marido.