Fernando Fajardo hizo sufrir ayer a las más de 200 personas que asistieron a la ´performance´ en contra de las prospecciones petrolíferas de la activista Jil Love en la playa de Talamanca. Tumbado sobre la arena húmeda, con el cuerpo desnudo pringado de negro simulando el petróleo, no dejaba de tiritar. «Soy muy friolero, sabía que iba a pasar frío, pero había que hacerlo», comenta Fernando una vez acabada la protesta, temblando aún y con ganas de una ducha con agua caliente. Junto a él, durante 13 minutos, otras 18 personas -«¡valientes!», les grita el público- han simulado ser animales marinos muertos.

Unas 150 personas, vestidas de negro y con las manos y la cara también cubiertas de pintura negra sostienen carteles en los que se lee ´no´ y levantan los brazos. «No les quitemos el sol», pide uno de los organizadores en los largos minutos de silencio que dura la protesta. Pero a pesar de eso hace frío y llevan mucho tiempo ya con el cuerpo desnudo.

Muchos de ellos han llegado a las nueve de la mañana y han ayudado a preparar la mezcla en una piscina de plástico en las duchas de la playa. «Huele a chocolate», se oye desde fuera mientras se embadurnan con el pringue negro, al que han añadido cacao soluble por la textura y el aroma. «¿Nadie quiere pintarse?», pregunta Jil Love, con la cara y las manos ya negras, uno por uno a todos los que se concentran en la playa, donde varias personas animan a la gente que aún no lo ha hecho a firmar las alegaciones. «Soy muy mayor», responde una mujer. «¡Que no! Y una vez que te pintas no se ve nada...», lo intenta la activista, que vuelve a las duchas sin poder vencer el pudor de nadie. Una de las voluntarias coloca sobre la arena, para que se sequen, los carteles en contra de las prospecciones. Otro saca un cubo lleno de pintura, para que quien quiera se tizne las manos y la cara.

Muerte sobre la arena

Los gritos de alegría cuando Norah y Jeremy entran con sus bombillas de mate en el baño se oyen desde lejos: «¡Dos más! ¡Dos más!». Minutos después, pasadas las diez y media, los voluntarios hacen su aparición entre aplausos. Sus cuerpos tintados de negro brillan al sol. Detrás de ellos, cerca de 200 personas les siguen hasta la orilla, donde los activistas se cogen de las manos y forman un coro. «¡Somos 1.500!», grita uno de ellos para dar ánimos al grupo. «No volem peixos morts a la sorra», grita otra justo antes de que Vanesa García, de la Confederación Los Verdes, lea un manifiesto y todos, los 19 activistas, se tumben sobre la arena simulando que son animales muertos.

Los organizadores piden silencio. Algunos asistentes aprovechan la tranquilidad para fumarse un cigarro. La mayoría busca un hueco para hacer fotos con el móvil. Suena una campana y el público levanta las manos pintadas de negro. Todo permanece así durante unos minutos, hasta que suena repetidamente la campana y todos gritan «no» y aplauden. «Si queréis podéis bañaros, la pintura no es tóxica», comenta uno de los organizadores a los activistas, que comienzan a levantarse. Algunos corren hacia el mar, se zambullen y emergen gritando y todavía pintados de negro. «¡Bravo!» les grita el público, que sigue haciendo fotos a Jil Love, aún tumbada sobre la arena. Permanece así un buen rato. En solitario. Incluso cuando el grupo se disuelve y apenas quedan unas decenas de personas a su alrededor.

Entre ellos, Norah y Jeremy, que acaban de salir del agua e intentan entrar en calor con el té caliente que les acaba de ofrecer Sandra Benbeniste, una de las portavoces de la Alianza Mar Blava. «Pidieron que alguien trajera café caleta para que entraran en calor. Café caleta no tenía, pero termos de té calentito, los que hagan falta», indica buscando con la mirada a más activistas. Norah y Jeremy, tiritando de frío, se aferran a las tazas humeantes. «Hace muchísimo frío», comenta Norah, contenta por haber colaborado en la performance. «Se trata de que todo el mundo haga algo. No todos tienen que desnudarse y pintarse de negro, pero todos pueden hacer algo», indica. «Hay que apoyar», insiste Jeremy dirigiéndose ya hacia las duchas. En la arena de la playa, tumbada como un delfín muerto se queda aún durante un buen rato Jil Love, que parece no sentir el frío.