­Melchor, Gaspar y Baltasar hicieron ayer uso de su magia para llegar al puerto de Ibiza a la hora prevista. A pesar del mal tiempo. Venían del fondo del mar y recorrieron las calles de Vila, en las que se agolparon miles de personas, acompañados por una corte submarina que los más pequeños observaron ojipláticos. Fernando, de seis años, uno de los muchos que se acercaron a los pies del barco en el que atracaron en Vila, apenas podía creerse que hubiera estado tan cerca de los Reyes Magos. «¡Son de verdad! ¡Son de verdad!», gritaba mientras su abuela, Francisca, intentaba convencerlo para adelantarse unas calles y poder ver la cabalgata entera.

Los saltos de un caballo menorquín abrían un desfile en el que la estrella fue, con permiso de sus Majestades de Oriente, un pulpo rojo compuesto por centenares de globos que, al son del popular ´Bajo del mar´, acercaba sus tentáculos a las caras de los niños de las primeras filas. «Hace cosquillas», comentaba Berta sin dejar de reír después de tan singular caricia.

Ni menores ni adultos pudieron resistir la tentación de bailar y tararear la canción de ´La sirenita´, mucho más animada que el ´Adaggio´ de Albinoni con el que el ejército de medusas que cambiaban de color (rosa-lila-azul-verde-amarillo-rojo) abrían paso a los reyes en medio de un mar de olas de tela azul. Tras ellas, cangrejos y peces bailones luciendo sus mejores galas con patas y aletas salpicadas de purpurina y una treintena de crías de pulpo que parecían flotar en el aire.

Los regalos que los pajes de Melchor y Gaspar mecían en los brazos hipnotizaron a los críos, efecto que se pasó de forma automática cuando empezaron a llover los primeros caramelos de la noche. Más de una tonelada arrojaron los sabios de Oriente y sus ayudantes en su recorrido.

El más generoso, Baltasar, que los lanzaba, desde su trono en forma de pulpo con peces voladores, a manos llenas, a diestro y siniestro volviendo locos a sus pajes, que trabajaban casi en cadena para pasarle las bandejas repletas.

«¡Tacaño!», gritó más de uno al paso del rey Gaspar, que dosificaba los dulces. Los niños agitaban los brazos, chillaban, pero los dulces apenas llegaban. Algunos, incluso, intentaron pedírselos a sus bailarinas. Tanto a las que simulaban muñecas de estilo electroduende como a las de la danza del vientre. Éstas también acompañaban la carroza del rey Melchor, con un caballito de mar rojo como mascarón de proa yde la que, igual que los otros dos sabios, bajó en la iglesia del Rosario para la tradicional adoración del Niño Jesús. El obispo de Ibiza, Vicente Juan Segura, les esperó a la puerta del templo, donde decenas de niños pudieron hablar y saludar a los reyes. Algunos, como la pequeña María, les entregaron su chupete con el compromiso de no volver a usarlo para que ayer por la noche fueran especialmente generosos con ella. Eso prometieron antes de volver a subir a sus tronos sacados del fondo del mar para continuar su desfile hasta el paseo de Vara de Rey, donde una multitud de niños les esperaba para decirles adiós antes de irse a la cama a soñar con los regalos.