Paco Riera Bonet (Ibiza, 1942) es un hombre amable y reflexivo, profundo hasta en la voz y de mirada a veces fiera, de color acero, que le da un aspecto más duro. Se le ve que disfruta con la conversación y busca constantemente símiles y ejemplos para dejar claro lo que quiere decir. Ríe, gesticula y se apasiona al hablar de su hijo y del arte. «Eso del arte contemporáneo no tiene sentido -afirma mientras pasea entre los cuadros y escultura-, pero no quiero que se me malinterprete. El arte es intemporal. Da igual que sea abstracto o figurativo. Dan igual los ismos o las etiquetas que quieras ponerle. El arte no es moda ni es decoración. Es la expresión del alma del artista. Y el alma de cada artista, la tuya o la mía, son únicas».

-¿Por qué esta exposición ahora, tras 30 años de silencio artístico?

-Ha sido un pretexto para presentar, entre comillas, ante la sociedad ibicenca a mi hijo Max. Cada vez tengo un mejor recuerdo de él, porque es como cuando has hecho el servicio militar, que no te acuerdas de las putadas, sino de las cosas buenas. Yo lo pasé muy mal al final de su vida, por la forma en que murió, pero ahora pienso en él y digo: ´´Era fenomenal, era de una humanidad tremenda´´. Tengo que presentarlo porque mucha gente no conocía su faceta como artista. Pensaba que ni siquiera sus compañeros de clase lo sabían y he descubierto que sí. Ha venido mucha gente, muchos amigos... y estoy orgulloso de compartir con él esta sala.

-¿Quizá ha podido hacer esta muestra, ´Passat i present´, porque algunas heridas han cicatrizado ya?

-Sí, eso seguro, aunque cuando pierdes a un hijo la herida no se cierra nunca. Su figura se agranda en tu interior. Te acuerdas de las cosas buenas que has compartido, de su vitalidad... Murió teniendo una gran vitalidad, vivió muy rápido su vida pero era muy fuerte, yo hubiera muerto mucho antes.

-En la presentación hablaba de rehabilitar su nombre. ¿Mostrar so obra es la mejor forma de hacerlo?

-Esta es una pequeña parte, tiene mucho más. Yo sigo descubriendo cosas. Era un gran maestro del dibujo. El arte es la expresión anímica del ser humano. Materializar el sentimiento. Y él materializaba los sentimientos inmediatamente, sin pensar. Desde niño, cogía un papel, se ponía a dibujar y salía su interior.

-¿Qué ha sentido al ver por primera vez su obra, junto a la suya propia, en una sala de arte?

-Estoy contento porque me he dado cuenta de que yo voy por un camino y él ha ido por otro, pero los dos vamos por buen camino. Hay muchos caminos en la vida y todos son buenos si sirven para expresarte.

-Llama la atención el contraste entre las formas puras y la luminosidad de su pintura y la de Max, más oscura y torturada.

-Sí. Denota el sentido de la vida de cada uno. Yo creo que la vida, según como la tomes, es luminosa, hay que tirar a la basura las cosas malas y quedarte con las que te interesan. El sentido de mi vida es buscar la síntesis de las cosas, el equilibrio.

-Recorriendo la muestra se aprecia claramente que su pintura se ha ido sintetizando.

-Antes buscaba más la materia y ahora busco algo más etéreo, más fugaz, porque las cosas pasan muy rápido. Yo ya me he comido más de dos terceras partes de mi vida y te das cuenta de que todo es finito. Un amigo alemán dice que la vida es corta y sucia como la camisa de un niño, y sí, hay que aprovecharla, hay que expresar lo que sientes en cada momento. Mi pintura ha tenido diferentes etapas, pero siempre ha sido una búsqueda de la vida.

-Ha pasado de lo figurativo puro a algo más abierto, menos concreto.

-Yo soy coleccionista de arte y una de las cosas que más me gustan en mi casa, por ejemplo, es el espacio vacío y, por contradicción, lo lleno de objetos (ríe). Hay una lucha en mí entre espacio vacío y espacio lleno. El espacio lleno se expresa materialmente, en el espacio vacío está el sueño. Se puede soñar ahí dentro... Aunque el minimalismo lo encuentro frío, sirve para poner algo encima.

-¿Y qué gana esa lucha, el vacío o el lleno?

-Es una convivencia. La línea curva no existe si no se puede comparar con la recta. Es un equilibrio. En uno de mis últimos cuadros salen muchas barcas, como 50, y me gusta sintetizar eso y tratarlo como si fuera una sola barca. Esto es el minimalismo: comprender el objeto, que puede ser múltiple, pero que haya algo. El minimalismo sin nada no me interesa.

-Una pregunta tópica para alguien a quien no le gusta encasillarse: ¿Cómo define su pintura?

-Definir forma parte del oficio del galerista, del crítico de arte... que te tienen que poner en un contexto. Yo lo que busco es que esté la vida en la pintura y no distingo entre estilos. Ni entre abstracto o figurativo. El abstracto tiene materia, color y construcción, pero para mí también existe la forma: materia color y forma, para mí esto es más completo. Yo soy producto de una historia. No puedo desengancharme de los grandes maestros que he visto: Braque, Picasso... que no han sido superados. No hay arte contemporáneo, es intemporal. Siempre es contemporáneo.

-De todas formas, ¿se considera parte de esa generación de pintores ibicencos heredera de Puget, digamos costumbristas?

-Es difícil de contestar. Yo he conocido otro tipo de escuela, en Barcelona, y otros compañeros han conocido otras escuelas. Cada uno lo que le ha interesado. Después, al vivir aquí, formas parte de la isla y eres un pintor ibicenco, pero nunca te desengancharás de tus raíces pictóricas. He pintado Ibiza, con la luz, los colores, la convivencia de aquí, pero también tengo otra forma de construir. Nadie es cien por cien de un sitio. Incluso Puget, que fue el primer pintor ibicenco reconocido como tal, también fue influido por otros pintores y trasladó sus conocimientos adquiridos en otro sitio a Ibiza. De Puget viene la idea de la escuela de pintores ibicencos y si es así yo soy de la escuela de Ibiza, de acuerdo.

-Después de 30 años sin exponer y algunos de ellos sin pintar, ¿sigue siendo el mismo pintor?

„No, por suerte. Lo que enseña un pintor es la vida. He tenido espacios de mi vida traumáticos, como la pérdida de Max, entre otras cosas menos importantes. En parte de este tiempo no he estado embadurnando cuadros, pero siempre he estado metido en el arte. Esto me ha hecho recapacitar e ir más al grano. Por dos cosas: por una parte veo más claro lo que es arte y además me urge, porque me queda menos tiempo. Creo que esto me ha hecho dar un salto cualitativo y espero tener tiempo para desarrollarlo. Lo más importante es poner ilusión en el tiempo que te queda, tener proyectos, y poder decir, como Neruda, ´confieso que he vivido´.

-Gracias a esa generación de pintores podemos conocer esa Ibiza esencial que ya casi se ha perdido. Ibiza ya no es como ustedes la pintan.

-No, por desgracia. Es como un arca payesa de estas pintadas. La abrieron y han ido sacando las joyas. El arca ya casi está vacía, pero aún es bonita. Los que residimos aquí, nos damos cuenta de los muchos desastres que se han hecho, pero, a pesar nuestro, aún se conservan cosas muy bonitas que sí que reconocen los que vienen de fuera. Tendríamos que echar el freno de mano y pensar que no solamente tienen que existir en la isla discotecas, pubs, bares... sino también librerías, salas de conciertos, de exposiciones... Y creo que así podría cambiar también el sentido del turismo.

-Siempre ha sido muy crítico con la deriva que ha tomado la isla en los últimos 30 años.

-Sí, porque cuesta mucho ya plasmar un rincón que me recuerde a la infancia. Pero no es que cambie en cinco o diez años, es mucho más rápido. Aquí tengo expuesto un cuadro del puerto de 2012 (señala uno que está justo frente a él, en la sala de exposiciones). Es la vista desde mi casa, y eso que se ve, ya no existe.

-Esto se ha visto directamente reflejado en las salas de arte, aparte de las municipales ya casi no hay ninguna.

-Es la pescadilla que se muerde la cola. Si no hay librerías, salas de arte, centros culturales, auditorios... no va a venir gente a la que le interese la cultura, va a bajar la calidad de vida y se va a resentir la convivencia en la isla... Un desastre.

-¿Tiene solución?

-Sí, Ibiza es muy bonita y aún quedan rincones, a pesar nuestro. Yo me siento muy orgulloso de ser ibicenco, pero no de lo que han hecho muchos de mis conciudadanos ibicencos. Cuando era niño las casas payesas se caían porque nadie las quería. Ahora se cuidan porque valen dinero. Solo cuidamos lo que vale dinero. Es tercermundista. Es lo mismo que pasa en África, que ahora cuidan a los elefantes y a los leones porque es más rentable que cazarlos, por los safaris fotográficos. Nosotros tenemos el mismo problema y tenemos que darnos cuenta de que no podemos seguir por este camino. No podemos seguir depredando el territorio. Vivimos en una isla y es un finito. El crecimiento debe tener un límite. Si cuidamos el territorio, el patrimonio, la cultura... tendremos un mejor turismo. Es la base.

-Durante muchos años fue profesor y director de la Escola d´Arts i Oficis, cuna de muchos artistas ibicencos, incluido usted mismo. ¿Cómo la ve ahora?

-Su situación es como la general. Estamos en la UCI. Yo fui alumno. Entré sin tener la edad para matricularme, porque me dejaban ir a dibujar. Luego fui combinando los estudios allí con los de Bachillerato en el instituto Santa Maria, en Dalt Vila. Tengo un gran recuerdo de la escuela y del edificio de Vila, en el que había un teatro y en el que, cuando fui director, abrí una pequeña sala de exposiciones. Después, por una política errónea, utilizaron el pretexto del mal estado del edificio y nos echaron de allí a Can Sifre. Se ha hecho un edificio nuevo para una escuela en el extrarradio y un Conservatorio en ese espacio de Vila. A la escuela de arte casi nos mataron. Sigo teniendo muchos amigos allí y les deseo lo mejor, pero está difícil, por culpa de las administraciones, de la política. Y es lo mismo que pasa en general con la educación.

-Eso le quería preguntar, como profesor, aunque ya desde fuera, ¿cómo ve el conflicto educativo que estamos viviendo?

-Esto es una vergüenza, una desgracia. El pueblo español es muy superior a sus políticos. No nos merecemos esto. Finlandia y Japón son los dos países más avanzados en educación porque llevan 40 ó 50 años sin cambiar el sistema educativo. Aquí cada ministrito que entra te cambia el modelo y la víctima es el alumno [se enfada y suelta algunos tacos]. Por qué no se juntan y llegan a un acuerdo, que no tiene que ser partidista, sino de todos.

-No sé si preguntarle por el TIL.

-Es absurdo. Cuando yo era profesor me mandaron una vez a un tribunal de oposiciones de corte y confección, y no sé coser un botón. Esto es lo mismo. ¿Qué es lo importante para el alumno? ¿que el profesor sepa inglés o que sepa enseñar su materia? Pero no los ponen por sabiduría de su materia, sino por orden de méritos como saber inglés. Si tú tienes un problema en un ojo y vas a Can Misses y te opera el mejor traumatólogo de Balears probablemente te dejará ciego. Esto es lo que pasa en la enseñanza.

-¿Se siente más artista o más profesor?

-Son dos cosas diferentes. Un artista es un ser solitario que expresa lo que siente y un profesor tiene que enseñar, respetando todas las tendencias. No puedes influir a un chico en ninguna tendencia. Le tienes que enseñar todo, globalmente. Un ejemplo es mi obra y la de mi hijo, como ves no tiene ninguna influencia de mí, va por otro camino. Cada uno tiene el suyo y hay que respetarlo.

-¿Qué aprendió de sus alumnos en todos esos años?

„Si tú enseñas a chicos jóvenes, de 18 o 20 años como me tocaba a mí, es un placer. Te hacen preguntas, te exigen cada día... De mis alumnos el mejor recuerdo que tengo es esa irradiación de juventud. Si tienes salud, y gracias a Dios yo me mantengo bien, y no te miras al espejo, piensas que eres joven y al juntarte con jóvenes formas parte de ellos, además de enseñarles tu experiencia en la pintura o tus ideas sobre el arte. Les coges de la mano para intentar que escojan su camino y esto es muy gratificante, pero ellos te devuelven mucho más. Su ilusión.

-¿Y sigue recibiendo aún el retorno o la gratitud de lo que usted les dio?

„Sí. En la inauguración había muchos exalumnos y excompañeros de Max y fue muy emocionante. Vinieron unos compañeros de Max y me contaron una anécdota que no sabía: él era muy rebelde y entre clase y clase se levantaba y llenaba la pizarra de dibujos y cuando entraba el profesor de matemáticas lo miraba y no lo borraba. Explicaba sus fórmulas en un rinconcito de la pizarra. Había un respeto. Me emocioné.