Catorce días de trabajo y siete inmersiones no han bastado para que Marcus Heinrich Hermanns, arqueólogo submarino del Deutsches Archäologisches Institut (Instituto Arqueológico Alemán), aclare todos los misterios que rodean al pecio romano del siglo I que reposa a 23 metros bajo el agua en es Grum de Sal, a un centenar de metros del islote de sa Conillera. Hace medio año, cuando preparaba la expedición que concluyó el 28 de octubre, decía que no le cuadraba la disposición de algunos elementos en el plano de los restos del barco dibujado durante las excavaciones de 1991. Ahora, tras tenerlo a un palmo de las gafas de bucear, cree saber para qué servían los baos (maderas que colocadas de trecho en trecho y de un costado a otro sirven para sostener las cubiertas) y los entremiches (otra pieza de la embarcación) rotulados en el croquis. Pero han surgido nuevas incógnitas. La primera, por qué quienes hicieron aquella excavación submarina no documentaron todo lo que vieron: «Hemos encontrado partes que en su día se destaparon, pues tienen etiquetas de la excavación anterior. Pero no figuran en el croquis. Esto me ha llamado la atención. Si lo destaparon, ¿por qué no lo documentaron?», se pregunta el arqueólogo germano-pitiuso.

Durante esas siete inmersiones, desarrolladas entre mediados y finales de octubre, trabajó junto al doctor Karl-Uwe Heussner (director del laboratorio dendrocronológico del Instituto Arqueológico Alemán de Berlín) y a los científicos Dominic Hosner y Alexander Müller, también pertenecientes a esa institución alemana: «Yo había pensado en destapar el trozo del croquis publicado. Pero al mirar el plano me di cuenta de que no coincidía con lo que acabábamos de destapar. Eso me hace pensar que el pecio es más grande de lo que se dibujó», explica Hermanns. «Aquel plano -señala- era el punto de partida, pero plantea más preguntas que soluciones. Si etiquetaron una área más extensa, ¿por qué no está dibujada en el croquis? Quizás por eso tenía yo antes tantas dudas».

Además comprobaron que el pecio «está dañado en su parte superior por el Teredo navalis, la carcoma marina, si bien en la inferior la madera está muy bien conservada». También procedieron a la toma de muestras para realizar análisis dendrocronológicos (datan la edad de los árboles a partir de sus anillos) en el laboratorio del Instituto Arqueológico Alemán en Berlín: «El sistema del taladro neumático funcionó muy bien bajo el agua. El único problema surgió por la consistencia débil de la madera, de la que, debido a su estado, no se pudo siempre obtener un núcleo entero», según detalla el arqueólogo. De momento, lo único que tiene claro es que la madera que se empleó para crear esa nao hace dos milenios era de pino: «Al menos tanto las cuadernas como las tracas [cada una de las tres hiladas de la cubierta inmediatas al trancanil, los maderos tendidos tope a tope y desde la proa a la popa para ligar los baos a las cuadernas y al forro exterior]. Esa madera es más blanda. Si fuera roble sería más dura».

Destape total

Si se dan mucha prisa, los resultados estarán listos en la primera quincena de enero de 2014. Gracias a ellos se sabrá qué especie de pino se usó para construir un buque que, según se cree, iba cargado de ánforas rellenas de delicioso (para los paladares de entonces) garum y del que se especula que surcaba el Atlántico. Respecto a su datación, Hermanns advierte de un problema: «Al ser madera trabajada, el último anillo de crecimiento no se puede percibir». El científico confía en destapar el pecio totalmente en un futuro próximo («eso espero», dice suspirando) para así «hacer un muestreo regular cuaderna por cuaderna; de esa manera se podría verificar mejor qué parte del árbol se usó, por qué se empleó esa sección y si era la más débil o la más fuerte».

Hallazgo de la quilla

Durante las «intensas inmersiones», Marcus Heinrich Hermanns cree haber hallado la quilla del pecio: «Está muy enterrada. Como solo queríamos realizar una pequeña intervención de inspección, y no una excavación, no la hemos tocado. La hemos descubierto en la parte superior, dentro de la arena, y vimos que se metía más adentro de esa arena, más de una traca normal (que es de unos cinco centímetros). Eso me hace pensar que se trate de la quilla». Si realmente se tratara de ese elemento, Hermanns considera que se podría elaborar «un estudio con más profundidad e incluso se podría reconstruir la arquitectura de esa embarcación», uno de cuyos enigmas es qué hacía una piña entre dos cuadernas. La quilla es «su columna vertebral, el eje que permitiría conocer la simetría de esa embarcación». La operación culminó con la ocultación del pecio con geotextil y sacos de arena para que incluso la parte superior, cuya arena levantan fácilmente temporales y corrientes, esté tapada y así el Teredo navalis no pueda destruir más madera. Además, «de esa forma los pescadores no dañarán al pecio al enganchar sus redes o material en las maderas», según Hermanns.