Existen pocas cosas que causen mayor impresión en los niños que el agua. Solo es necesario un palmo de líquido en el suelo para que medio centenar de niños comience a brincar. Los pequeños disfrutaron ayer en el Parc de la Pau con la jornada de juegos que organizó la Asociación de Vecinos de Es Clot, y el pistoletazo de salida para la diversión fue el primer chorro de agua que cayó en una de las tres pequeñas balsas de plástico inflables instaladas.

Pero el frenesí llegó cuando Mario Torres, uno de los monitores, destapó las cajas que contenían 66 aerosoles de espuma. En cuestión de minutos, la plaza se tiñó de blanco. «¡Este es mi cañón de nieve! Mira€ ¡Fu, fu fu!», gritaba Marc Riera, de ocho años.

Jandro, uno de los benjamines del grupo con tan solo tres primaveras, observaba indeciso la escena con su arma -una pistola de agua verde casi tan grande como él- desde un extremo de la plaza. Su madre le animaba a que se uniera a la fiesta, pero el pequeño no se decidía a arrancar. La batalla era feroz a unos metros, y algunos niños y niñas ya habían mudado por completo su piel tostada por otra de color blanco nuclear. Algún travieso se animó a rociar al público, que se resguardaba a la sombra de los treinta grados de temperatura, pero estos no tenían tantas ganas de juerga como los más menudos.

Pau y Patri Quiró, dos hermanos gemelos de seis años, pedían la atención de su padre en diferentes ocasiones. Primero, Pau volvió con un insecto que encontró por el parque, y después con un gran globo de agua que sostenía con las dos manos.

La nieve en verano es un elemento tan extraño como fugaz. En cuestión de minutos, el agua de una manguera dejó relucientes a los pequeños, que volvieron a la normalidad al recobrar su moreno de agosto.